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El Museo del Embalaje de Notting Hill (Londres) atesora 12.000 marcas, paquetes y envoltorios, y recorre su evolución en las últimas décadas.
Los museos más desconocidos del mundo

Los museos más desconocidos del mundo

Espacios como el Alfons Mucha en Praga, la Fundación Phillips de Washington o la Casa Lis de Salamanca albergan auténticos tesoros

LUISA IDOATE

Domingo, 4 de septiembre 2016, 16:40

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La Fundación Phillips en Washington, el centro de Alfons Mucha en Praga, el de Isamu Noguchi en Nueva York y la Casa Lis en Salamanca. ¿Qué tienen en común? Ser museos que no aparecen en las ofertas turísticas, donde con suerte se hacen hueco los grandes. Algunos los propiciaron mecenas que convirtieron sus residencias en almacenes de arte. Otros son fruto del tesón de pequeños coleccionistas que atesoran piezas a lo largo de los años. No faltan quienes hipotecan vida y hacienda para dar a conocer al público su pasión por algo o alguien, y los que salvaguardan el legado de un artista. Ninguno protagoniza el 'top ten' museístico, pero guardan fondos sorprendentes, originales, valiosos e irrepetibles. Como el afiche de la obra que catapultó a la fama a Sarah Bernhardt: 'Gismonda'.

Un flechazo. Ése fue el origen de la Phillips Collection de Washington. Lo sintió su creador, Duncan Phillips (1886 -1966), al ver 'Almuerzo de los remeros' de Renoir (1880-1881) en casa del marchante Paul Durand-Ruel en París. Lo admiró con su hermano, James. Quedaron prendados y pidieron al padre dinero para iniciar una colección de arte. El progenitor, Duncan Clinch Phillips, militar retirado y rico, murió en 1917; su hijo James, al año siguiente. Duncan se sintió «devastado». En su honor y con su madre, creó la Phillips Memorial Art Gallery en 1921.

Para entonces estaba casado con la pintora Marjorie Acker y tenía cuadros de Sisley, El Greco, Cézanne y Courbet. Añadió los que le enamoraron en el domicilio de Durand-Ruel: 'Ensayo de ballet' de Degas (1885), 'El ballet español' de Manet (1862) y el 'Almuerzo de los remeros' de Renoir, su favorito. Anunció su compra con orgullo. «La Phillips Memorial Art Gallery ha entrado en posesión de uno de los más grandes cuadros del mundo». Era una apuesta de futuro. «En este Prado estadounidense que tengo en mente sólo puede haber lo mejor», dijo. Lo mezclaba todo: piezas de Georgia O'Keeffe, Arthur Dove, Pierre Bonnard, Paul Gauguin y Constable. Interrelacionaba estilos y tiempos, resaltando parecidos y contrastes. Empezó prefiriendo los colores planos y simbolismos sencillos, y acabó siendo un vanguardista del arte contemporáneo. Así lo explicaba: «El deber del mecenas es estar atento y mostrarse abierto de miras, y alentar a los creadores arriesgados e innovadores prestándoles ayuda y colaborando en sus esfuerzos».

También el magnate del carbón y el acero Henry Clay Frick (1849-1919) creó un museo con su nombre tras la pérdida de un ser querido, su esposa Adelaida. Abrió al público su casa de Nueva York con las pinturas, esculturas, mobiliario y ornamentos que contenía. Los mostraba sin vitrinas, cordón de seguridad ni blindaje, como se sigue haciendo hoy en día. Por ello se prohíbe la entrada a menores de diez años y los grupos de visitantes se limitan a diez personas y sin objetos. Las obras se disponen aleatoriamente en dieciséis salas, sin tener en cuenta su época y origen: ésa era la filosofía de Frick. La habitación Fragonard, con murales de ese artista, tiene mobiliario francés del siglo XVIII y porcelana de Sèvres; en la sala de estar, hay obras de Holbein, Tiziano, El Greco y Bellini; y en la biblioteca, bronces italianos y porcelana china. Cuatro paneles de Piero della Francesca adornan el aposento de los esmaltes. Constable, Corot, Rembrandt y Velázquez decoran la galería oeste; Degas, Goya, Turner y Van Dyck, la este.

El estilo art nouveau ajustó su nombre y características a los países donde se implantó. En Budapest lo llamaban secesión; era más sobrio y austero que en Francia y usaba en la decoración el 'arbol de la vida' con la tierra, el fuego, el aire, el agua y el cielo. Lo enseña la Magyar Szecesszió Háza de Budapest, único museo de Hungría dedicado a esa corriente. Está en la casa que Emil Vidor (1867-1952) construyó para la familia Bedó. El edificio recrea el ambiente de la acomodada capital húngara a principios del siglo XX y refleja cómo el arte nuevo que deslumbró en la Exposición Internacional de París de 1900 se acomodó a las exigencias burguesas. Los ricos querían muebles elegantes y conjuntados que reflejaran su estatus e impresionaran a las visitas; no pensaban seguir mezclando piezas de distintas maderas y artesanos. Buena prueba son los gabinetes de Endre Thek que se exponen en el museo junto a retratos de actrices húngaras famosas y miembros de la familia Bedó que, además, identifica a la casa.

Criselefantinas y 'ukiyo-e'

Tambien Miguel de Lis (1855-1909) da nombre a la residencia que le construye en 1906 en Salamanca el arquitecto Joaquín de Vargas y Aguirre (1857-1935). Un edificio en desnivel con una de sus fachadas de hierro y vidrio y otra de estilo modernista, como se llamó el art nouveau en España. Una inusual casona de aspecto industrial, rompedora y espectacular que cambia de dueños en 1917 y medio siglo después se abandona y deteriora. El Ayuntamiento de Salamanca la expropia, rehabilita y reconvierte en sede del Museo Art Nouveau y Art Déco. La inaugura en 1995.

La Casa Lis, como se la conoce, presume de sus criselefantinas: figuras de personajes mitológicos y mujeres entre la fantasía y la realidad. Hay donde elegir. Desde los 'Amantes' de Ernst Seger y la 'Baquesa' de Pierre le Faguays a las numerosas valquirias y bailarinas de Claire J.R. Colinet: la de Tebas, la hindú, la de Ankara. Se les suman otras bailarinas art dèco como la de Samuel Lipszyc y la de Theo Vos. Les acompañan más de 400 muñecas de porcelana -para muchos, la mejor colección del mundo-, donadas por el anticuario Manuel Ramos Andrade (1944-1998) y firmadas por los mejores fabricantes: Jumeau, Bru, F. Gaultier, A. Thullier, Schmitt, Steiner y Petit & Dumontier.

Al Museo de los Agustinos de Valladolid le adjudican los mejores fondos de arte oriental de España. La orden envió misioneros a Filipinas en 1565, se estableció en China en 1575 y llegó a Japón en 1584. Con obras de esos países fundaron el centro en el colegio de la congregación, en 1874, para familiarizar a los futuros misioneros con esas culturas y darlas a conocer en Occidente. Tiene 18 salas con muebles, sedas, lacas, marfil, porcelanas, pinturas, monedas, esculturas, quimonos. Expone la caligrafía china de los cuatro tesoros del escritorio: el pincel, la tinta, el papel y la piedra. Muestra la pintura japonesa 'ukiyo-e' o 'del mundo flotante', perteneciente a las épocas Edo y Meiji, con especial presencia de la escuela Yoshitoshi. La cultura filipina está presente con armas, utensilios domésticos y ornamentos de la 'fragua malaya', forjados por los pueblos de todo el archipiélago: desde los Ifugao y Bontoc hasta los musulmanes del sur de Mindanao.

«Lo crea o no.»

Un caleidoscopio de productos icónicos, nostálgicos, apabullantes, inspiradores. Es la descripción del Museo del Embalaje de Notting Hill (Londres). Reúne 12.000 marcas, paquetes y envoltorios, y recorre su evolución en las últimas décadas. Incluye la colección de Robert Opie, que durante cincuenta años ha analizado cómo los objetos modifican su apariencia para seguir seduciendo al consumidor. Algo que, en su opinión, evidencia un sistema comercial dinámico que brinda miles de artículos deseables desde todos los rincones del mundo, «una hazaña sin duda más compleja que la de enviar al hombre a la Luna, pero que todavía se da por sentada». Él comprendió que debía guardar los embalajes porque, de otro modo, «desaparecerán para siempre». La galería abarca todo tipo de ofertas: juguetes y juegos, viajes, transportes, ocio y entretenimiento, revistas y periódicos, tecnología y moda, y la huella de guerras, celebraciones y grandes exposiciones. En ella caben desde un rimel de 1890 a un kitkat de 1930; viejos crispies, chocolates y polvos limpiadores VIM. Es la historia cotidiana narrada por el márketing.

Es la medicina quien cuenta el ayer en The Old Operating Theatre Museum & Herb Garret, la sala de operaciones victoriana ubicada en el ático de la iglesia de St. Thomas de Londres. Es el quirófano más antiguo del país (1822), previo al descubrimiento de la anestesia en 1847; entonces la cirugía era rápida, dolorosa y con aspirantes a doctores como público. A esos años pertenecen los instrumentos para partos, sangrías y trepanaciones que se exponen, y el herbolario para secar y almacenar plantas para medicamentos.

Más vistoso y coqueto es The Fan Museum, único del mundo dedicado a la historia y fabricación de abanicos. Ocupa dos edificios georgianos en la zona del Real Observatorio de Greenwich, Londres, por donde pasa el meridiano cero. Contiene más de 3.500 ejemplares de todo el planeta. Algunos tienen más de mil años, pero dominan los europeos de los siglos XVIII y XIX. Muchos son donados. Se muestran en exposiciones temáticas cuatrimestrales, porque son tantos que es imposible exhibirlos a la vez. Se enseña su lenguaje y elaboración. Y se realizan por encargo; uno de los clientes es la Ópera de París.

También londinense, pero más pintoresco, es el Museo Ripley del London Pavilion de Piccadilly Circus. Lo creó y bautiza el antropólogo que dedicó su vida a coleccionar objetos raros e historias insólitas, amontonando un fondo variopinto, inesperado y continuamente reinterpretado, que ha crecido y cuenta con franquicias en una treintena de ciudades del mundo. El de la capital británica muestra desde cabezas reducidas por los jíbaros a una Harley formada por 25.000 chucherías y un coche recamado con cristales Swarovski. Hay retratos de famosos hechos con sellos y palitos de helado, obras de arte de pelo de perro y pelusa de tela, e instrumentos de tortura. Es insospechado y sorprendente. Ya lo advierte en su presentación: 'Lo crea o no, de Ripley'.

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