Borrar
Urgente Cuatro muertos, dos en Tarragona y dos en Asturias, por el temporal
Benjamin Clementine actuando en un desfile.
El 'sin techo' de Burberry

El 'sin techo' de Burberry

El cantante y pianista Benjamin Clementine pone música a los desfiles de la firma británica. Sobrevivió tocando en la calle, no se habla con nadie de su familia y actúa con los pies descalzos

Luis Gómez

Viernes, 18 de septiembre 2015, 19:59

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Benjamin Clementine (Londres, 1988) es una de las revelaciones musicales del año. Ha seducido con su voz quebrada y desgarradoras melodías. Su elegante figura ha arrebatado también a las grandes firmas de lujo, hasta el punto de eclipsar a profesionales de las pasarelas. Benjamin, de origen ghanés y el menor de cinco hermanos, se ha colado por la puerta grande del show business del diseño. Le ayuda mucho su planta, cuyo estilo realza con trajes pitillo que le sientan como un guante. El cantante y pianista de los dedos largos pone la banda sonora a muchos de los desfiles de Burberry, principal enseña de la moda británica. Clementine convierte sus actuaciones en miniconciertos, por los que mucha gente pagaría lo que fuese con tal de escucharle en directo.

Muchas miradas del front-row se dirigen a este misterioso artista cada vez que empiezan a sonar sus sensibles composiciones. Con unas escenografías muy cuidadas, basta escuchar los primeros compases de sus temas para que todo el mundo repare en el músico del pelo afro y los pies descalzos, que es como siempre actúa, y se olvide incluso de las ropas de Christopher Bailey, el creador que ha rejuvenecido y trasladado un aire totalmente cool a una etiqueta que atravesaba uno de los momentos más críticos de su longeva historia. La crítica le ha definido como un genial trovador contemporáneo y comparado con estrellas como Aretha Franklin, Nina Simone o Edith Piaf. "Entiendo la comparación, pero Nina no es mi modelo, porque no he escuchado su música ni he crecido con ella", advierte Clementine, que ha encontrado en la música el bálsamo para exorcizar muchos de los demonios que aún le atormentan. "Es la única manera de mantenerme limpio y de que salga lo que llevo dentro porque estamos demasiado contaminados", detalló a la revista Vogue.

Benjamin es un hombre con carácter al que la vida ha endurecido a base de golpes. Le han caído por todos los costados. Nunca lo tuvo fácil. Ni con sus compañeros de colegio, a los que no comprendía, ni con su familia, con la que rompió amarras. Sus padres se divorciaron cuando tenía 13 años: no entendía sus firmes creencias religiosas ni la educación tan estricta que le impusieron. Tampoco se habla con sus hermanos. Así que en cuanto pudo abandonó el barrio de Edmonton, en una de las zonas más deprimidas de Londres, y se afincó en París, donde encuentra la inspiración para dar forma a unas composiciones plagadas de referencias autobiográficas y que hablan, a menudo, de aislamiento. "Nunca sentí que fuera a echar de menos a mis familiares. No sé lo que significa tener una buena relación con la familia. En ocasiones conviene alejarse de todo para empezar de nuevo", reflexiona este solitario artista que se fogueó en la calle.

Ese fue durante mucho tiempo el hogar de este sin techo. Dormía en los parques, en el suelo, "en todas partes...". Donde cayera. En las noches de mejor suerte pernoctaba en albergues desaconsejables. Dependía de lo que sacara tocando en el metro, donde actuó durante cuatro años, o en esquinas olvidadas. "No deseo a nadie que pase por lo que yo pasé, pero tan horrible experiencia al final me ayudó. Yo solo quería un mañana y si no haces nada, empiezas a pensar en la muerte como una opción. Levantarse convertido en mejor persona fue increíble", reflexiona. A veces se despertaba en palacios y mansiones enormes. "Conocía a gente a la que le gustaba mi música y me dejaban dormir en sus casas", confiesa.

Algo raro, porque Benjamin nunca ha mostrado una especial facilidad para las relaciones sociales. Aceptó de muy mala gana, por ejemplo, las actuaciones que el productor de música electrónica Matthieu Gazier le consiguió en hoteles "pijos", porque no soportaba ver la cara de los espectadores que le desafiaban con miradas "como diciéndome que jamás me haría famoso". Desde entonces prometió que nunca más tocaría en sitios "para gente rica". Sin embargo, nunca ha ocultado que pasó hambre antes de arrasar con su primer álbum -At Least For Now- y se enorgullece de habérselo ganado todo por sí mismo.

La soledad es su gran compañera. Pasó la infancia encerrado en una habitación, escuchando la radio. En ella encontraba refugio a la salida de la escuela, donde jamás logró hacer amigos. A los 11 años se estrenó con el piano. Empezó con un pequeño "y barato" teclado eléctrico. Aprendió solo. Celoso de su intimidad, no quería que le oyeran. Se ha sentido "un marginado en casi todas las partes" y compara la música con la religión: "Algo privado, casi sagrado".

Pero ha cambiado. Ahora disfruta actuando para las multitudes. Entre sus fieles figuran Paul McCartney -"me dijo que era brillante y que nunca dejase esto"- y, sobre todo, el modisto Bailey, que ha cambiado su vida. "A nadie le gusta tanto lo que hago", reconoce. Solo por él es capaz de coger un avión y plantarse en Los Ángeles y compartir flashes con celebrities como Cara Delevingne, Suki Waterhouse y el matrimonio Beckham, o preparar la banda sonora de los desfiles en Londres, ciudad de la que guarda los peores recuerdos. "No me gusta. Está construida por y para el capitalismo", revela este músico callejero que busca el amor de la familia perdida. Su hit -Cornerstone- es bien claro: Decían que me querían, pero todos me mentían.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios