Sol Costa, la voluntaria que se encaró a la ministra Robles: «Sacamos barro hasta enero»
La paiportina organizó con la parroquia el puesto de mando para gestionar la ayuda en su pueblo y realizó tareas de limpieza hasta tres meses después de la tragedia
A Sol Costa, paiportina «de toda la vida», la riada le pilló en Valencia. «Mi padre me llamó y me dijo que me quedara ... en casa de una amiga porque el barranco se había desbordado», recuerda. «Esa misma noche vi muchas cosas por redes sociales y no llegas a ser consciente de lo que estaba pasando», continúa. Enseguida se perdió la cobertura con sus familiares, pero por otros conocidos supo que su gente más allegada se pudo poner a cubierto. Esa mañana ya estaba pidiendo a sus círculos carritos de bebé, agua, y productos básicos. «Llegué el 30 anocheciendo con amigas que me ayudaron con las cosas, y ahí fue cuando mi padre me dijo que no me podía imaginar lo que había ocurrido», afirma Sol mientras mira las calles que aquel día tenían más de medio metro de barro.
Sol asegura que las administraciones llegaron muy tarde. «El primer día nadie hizo nada, todo el mundo comentaba que en algún momento aparecerían las autoridades para ayudar a los vecinos», pero no llegaron. Una situación que provocó que miles de valencianos y españoles de otros lugares se armaran con palas y cubos para ayudar a un pueblo herido. «La ayuda llegó tarde y mal, es algo que hoy sigo sin entender».
Los primeros dos días iba de Valencia a Paiporta para comprar productos de primera necesidad. Después, a limpiar: «La situación nos desbordó a todos, uno no sabía muy bien qué hacer». El episodio con el Rey, la huida de Sánchez y la lluvia de barro, Sol lo recuerda como «la muestra más natural de un pueblo que estaba desesperado por ayuda, más allá del increíble apoyo de los voluntarios». «No nos vinimos más abajo gracias a la solidaridad de la gente», añade.
A la semana y media, Sol asegura darse cuenta que la ayuda era «un caos», así que varios de sus amigos se acercaron a la parroquia para establecer un «puesto de mando de voluntarios», para enviarlos desde allí y ordenar las manos disponibles. «Tratamos de dibujar un mapa de necesidades yendo por grupos y calle por calle» para identificar la ayuda. «A la semana de preparar esta organización se puso en contacto con nosotros el Ejército para saber qué hacer en Paiporta, porque decían que nadie les explicaba nada». Dice que su relación con el coronel ayudó a mejorar la situación en muchas calles. «Éramos chavales de menos de 30 años diciéndole a soldados dónde se les necesitaba», lamenta.
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Su desencanto con la situación fue lo que le llevó a enfrentarse a la ministra Robles. «Cuando supe que venía la abordé y estuve dos horas desahogándome con ella. No tuvo derecho a gritarme, pero entiendo que perdiera las formas porque le cayó un cahaparrón de hora y media donde le grité sin parar por lo que habíamos vivido». Sol no le tiene en cuenta a la ministra su reacción, pero avisa: «Lo que de verdad me dolió fue que luego dijera que nosotros ni éramos del pueblo. No puede mentir así».
De esta manera, Sol y su grupo siguieron organizando a los voluntarios, sacando barro de garajes y tratando de identificar necesidades. «Alguien tenía que hacerlo», se repite una y otra vez. Ella y otras decenas de personas siguieron con el puesto de mando en la parroquia hasta enero. Estuvo sacando cubos de barro de garajes hasta en fin de año. «Mi hermano y yo paramos hasta que dejó de tener sentido, cuando vimos que nuestro papel ya no servía», recuerda. Cuando recuerda esos momentos, Sol sólo tiene palabras de agradecimiento a cocineros, empresarios, voluntarios que se desplazaron hasta su pueblo para ayudarles a limpiarse el barro.
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