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Frunce el ceño. Empieza a oscurecer, pero ella juraría que a lo lejos se ve el mar. No tiene sentido, porque están en la huerta ... de Paiporta, a unos 8 kilómetros del mar, pero las luces se reflejan en lo que parece que es una lámina de agua. Ella, trabajadora de una residencia de mayores, se gira a una compañera para preguntarle si ve lo mismo. De repente, escucha el fluir del agua, que se cuela entre los muros del aparcamiento. Abandonan los coches y entran corriendo en la residencia Savia. «¡Todo el mundo arriba!», gritan desesperadas. Instantes después, escuchan un fuerte estruendo: los vehículos se han estampado contra la puerta y un muro marrón de lodo y muerte irrumpe con furia. Son las 19.30 horas del 29 de octubre. Los quince trabajadores del centro se enfrentarán a horas durísimas en las que serán puestas a pruebas: aquella noche, morirán seis ancianos pero se salvarán 113.
Leer los tomos del sumario de la dana es recorrer el terror de la noche más larga de nuestras vidas, pero a veces, sólo a veces, entre las miles de páginas aparecen historias de heroicidades, muestras brillantes de humanidad. Esta es una de ellas, la de diez personas que estuvieron hasta las 4 de la mañana con el agua literalmente al cuello para salvar a más de un centenar de abuelitos desamparados. En un informe remitido por la dirección del centro a la jueza del juzgado de instrucción número 3 de Catarroja, se hace un recorrido por esa noche y por lo que ocurrió cuando entró el agua.
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Habíamos dejado a los quince trabajadores en el centro con el agua entrando a raudales. En ese momento, en las cuatro salas comunes de la planta baja hay 75 personas. En las salas 1, 2 y 3 estaban cenando. En la sala 4 había otros 30 abuelitos que esperaban. En las tres primeras salas los ancianos fueron sacados como podían al recibidor principal, donde están las escaleras para subir a la primera planta. Los trabajadores hicieron cadenas humanas y lucharon contra la fuerza del agua para sacar a los residentes. Lo hacían como podían: el informe describe cómo llegaron a descolgar una puerta para, con ella, hacer una especie de balsa a la que subir a las personas con menos movilidad. También las subieron a mesas o, incluso, empujaron los sillones en los que estaban para alejarlos de las salas, donde el agua se acumuló muy rápidamente. De la sala 4 tuvieron que salir por la puerta que da a la recepción, situada en la cara norte del edificio y, por tanto, lejos del barranco del Poyo, que queda a unos 2 kilómetros al sureste de la residencia. Era el único punto donde no había presión del agua que llegaba.
El drama se vivió en la sala 3, donde fallecieron cuatro personas. «En un momento dado, la fuerza y el nivel de agua y lodo, así como la corriente existente, impidieron a los profesionales seguir accediendo a la sala 3 para salvar la vida de cuatro personas que quedaban en dicha zona», indica el informe. En la sala 2 murieron otras dos personas, que no pudieron salir de los sillones en los que se encontraban.
Mientras luchaban por alejar a los ancianos del agua, los trabajadores hicieron decenas de llamadas de auxilio. «Consta intento continuo de comunicación con los Bomberos y Protección Civil tanto desde dentro del centro como por parte del personal» de la empresa que estaba fuera. «Informan que daba error la llamada», asegura el documento. Los trabajadores tiraron de contactos personales. Los responsables de la residencia se pusieron en contacto con la Dirección General de Infraestructuras Sociosanitarias de la Comunitat Valenciana «solicitando urgentemente ayuda». «Dichas autoridades se interesan por la situación y afirman haber trasladado la urgencia a quien corresponde», señala el informe, que reconoce «llamadas de la vicepresidenta primera», Susana Camarero, «a la psicóloga del centro, quien afirma haberle manifestado que lo que necesitaban era ayuda y le va informando de la situación en el centro».
La noche avanza lentamente, con los ancianos en la primera planta sanos y salvos, pero fríos y asustados. En torno a la 1 de la madrugada, un camión de bomberos se acercó al centro, pero no llegó a entrar. Lo vieron como el náufrago que ve pasar un avión a lo lejos. No fue hasta las 3.30 de la madrugada cuando llegaron tres miembros de la Unidad Militar de Emergencias «para examinar la situación». Otros cuatro militares llegan más tarde y se llevan «a una chica que había llegado al centro para resguardarse». «No se llevan a una persona usuaria que había sufrido una broncoaspiración ni a otra que había sufrido una caída pues consideraban que el centro lo tenía 'controlado'», afea el informe. Un comandante de la Guardia Civil llegó más tarde «y permaneció un tiempo en el centro ofreciendo su apoyo».
Las 20 larguísimas horas terminan a las 15.30 horas, cuando los militares ayudan a los trabajadores a trasladar a los residentes a dos residencias situadas en Picanya y Albuixech. De la de Picanya, gravemente afectada también por las inundaciones, fueron trasladadas el día 1 de noviembre a otras residencias. El informe termina con una crítica al sistema de transporte público, que complicó la operativa de cuidado de los ancianos en los días posteriores a la dana, dado que muchos de los trabajadores vivían en zonas afectadas por la inundación.
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