Borrar
Urgente El Euromillones de este martes deja un millón de euros en la localidad favorita de los futbolistas para vivir

EL VIOLINISTA DEL FÚTBOL

Iniesta nos sume en la melancolía con una despedida modélica que le retrata una vez más

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Domingo, 29 de abril 2018, 09:39

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Entre la riada de vídeos, comentarios y artículos sobre Andrés Iniesta, hay una frase, no recuerdo de quién, que se me quedó prendada. «Messi es el mejor, pero Iniesta es el que mejor juega». Creo que es muy certera. Porque sí, es cierto, el manchego no es tan demoledor como su compañero, no tiene esa capacidad recurrente para transformar los partidos casi en solitario, pero su virtuosismo es incomparable. Yo pienso en Iniesta y claro que me acuerdo del gol que le dio un Mundial a España. O el de Stamford Bridge, que desató una especie de 'baby boom' nueve meses después en Barcelona, donde se multiplicaron los bautizos de niños llamados Andrés. Pero cuando pienso en él a mí la imagen que me viene a la cabeza es la del jugador que recibe el balón escorado a la izquierda, que lo ata a la bota y que empieza a moverlo de aquí para allá, con la elegancia y la armonía de una bailarina, mientras va sorteando a todos los rivales que pretenden arrebatarle la pelota.

Para mí Iniesta es eso. O es un cambio de ritmo en una carrera vertical como un navajazo hacia el área. Es un pase medido con un sextante. Es la fantasía, el virtuosismo de un violinista. Iniesta es el fútbol. Pero, claro, Iniesta es mucho más. Y lo corroboró en su modélica despedida. Sin estridencias. Comedido. Sereno. Amable. Generoso. Honesto.

Del volante se ha hablado siempre con el mismo entusiasmo de su proverbial habilidad que de su sencillez, una virtud realmente excepcional en el fútbol, un corral de egos, testosterona y presunción. Creo que mi frase favorita de su despedida fue esa con la que explicó que él no ha necesitado balones de oro para ser feliz, que le ha colmado mucho más el afecto, casi unánime, que le ha profesado el mundo del fútbol. Dijo tanto con tan pocas palabras. Los culés están apesadumbrados. Lógico. E iría más allá. Están tristes, pero también nostálgicos. La marcha de un referente siempre nos hace pensar, dar un paso atrás para contemplar con perspectiva cómo ha sido con él y como será cuando ya no esté. El vacío que dejará Iniesta será descomunal. Y en ese recorrido, en ese repaso, reparamos en otros detalles que nos recuerdan lo fugaz de la vida. No es éste un sentimiento exclusivo de los barcelonistas. También España queda sumida en la añoranza.

Todos estos pensamientos me han llevado a revisar 'El Convidat', el programa de TV3 en el que el periodista Albert Om visitaba el hogar de algún famoso durante un fin de semana. Una idea que tuvieron antes de Bertín Osborne y compañía. Iniesta le abrió su casa en Fuentealbilla durante unas vacaciones.

Me quedé espeluznado con algunos detalles decorativos, como las vidrieras con el escudo de España o del Barça, que también aparece en el fondo de la piscina. O su nombre esculpido en un friso de la fachada. Pero en cuanto me repuse me deleité con el carácter del futbolista que, como recalca su mujer, Anna, no encaja en el prototipo de futbolista.

Emociona verle recordar con su padre, un humilde albañil, su llegada a La Masía con 12 años. Y las llamadas por teléfono en la que ni uno ni otro podían hablar porque la pena les hacía llorar desconsoladamente. O el impacto de escuchar a su padre admitir que él ha aprendido más de su hijo que al revés. «Lo que soy yo es por él», explica, trémulo, antes de advertir que sin la fortuna del vástago futbolista, ellos hubieran sido una familia entrampada por la crisis que sacudió España. O al hijo explicar que su sueño era llevarse a su familia a Barcelona. No era tener un Ferrari ni vestir de Armani.

Ese padre que recuerda al Manolito de Mafalda y que, igual que el progenitor de David Ferrer, no soporta la tensión del deporte y tiene que huir al aparcamiento del Camp Nou cuando quedan unos minutos para acabar un partido incierto. O el abuelo que tiene en el bar Luján el museo del nieto con más de 600 recortes de prensa y fotos de todas las épocas, incluida una enternecedora, la de su primer partido en el Barcelona, en la que Iniesta aparece minúsculo entre niños muchos más grandes.

Hace unos días alguien escribió en Twitter que no entendía que no se llenara el Camp Nou todos los partidos, siendo, como era, que actuaba Messi, el mejor jugador de todos los tiempos. Yo diría ahora que las entradas de los cuatro partidos que le quedan a Iniesta deberían ser tan valiosas como si hicieran una gira de despedida por España los mismísimos Rolling Stones.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios