NOS VAMOS CARGANDO LA CIUDAD POCO A POCO
El cierre de Bicicletas El Belga es la enésima demostración de que Valencia está perdiendo su personalidad sin remisión
A veces hago las cosas correctamente. Y entonces me siento bien. No puedes criticar los resultados de las elecciones si no te has dignado a ir hasta la urna. Ni alarmarte por el calentamiento global e ir en coche a por el pan. Ni reclamar una televisión de calidad pero permitirte ver Gran Hermano VIP o como se llame. Pero os puedo mirar mal a casi todos porque estáis dejando que la ciudad se muera, se quede hueca y pierda su personalidad.
Para mí una ciudad es lo que ves cuando paseas por ella. Si está sucia, mal. Si tienes que ir dando saltitos ridículos, pese a que intentas mantener la dignidad y no parecer la Pantera Rosa, porque temes que una cucaracha se te vaya a subir al pie, mal. Si estás en el casco antiguo pero apesta a meado y a potado, mal. Si han pintarrajeado la Lonja, mal. Si hay pobre gente tirada por el suelo durmiendo sobre un cartón, mal. Si la meada de tu perro cruza, de lado a lado, la acera por la que voy a pasar con mi madre en silla de ruedas, mal. Si vas con la cabeza rapada, te abrigas con una bomber, llevas la esvástica en tu antebrazo y me miras mal, mal también.
Hace unos días estuve en San Francisco. La ciudad es bonita, como llevo años escuchando, y a mí me hacía mucha ilusión visitarla. Creo que me apetecía, como me ocurrió con Marrakech, por la influencia del cine. Yo entré en la plaza famosa de la ciudad marroquí y lo primero que hice fue ir a ver dónde estaban las cobras y los encantadores de serpientes. Después de pasar por al lado de cinco sitios de comida callejera con unos chavales en la puerta, haciéndote gracietas en español, con alusiones a jugadores de fútbol y pidiéndote que te sientes a cenar, que, de repente, cuando les dices que no, empiezan a llamarte hijo de puta, español de mierda y que ojalá te roben, pues te llevas una gran desilusión, la verdad. En San Francisco me llevé otra cuando descubrí que la ciudad entera estaba repleta de 'homeless', de gente sin techo, de tipos con ropas grises drogados y famélicos, de barbudos hablando solos, de viejos hippies comiendo patatas fritas y fumando marihuana. Así que cuando me preguntan por San Francisco digo que bien, pero que es muy triste.
O en las Maldivas, creo que era, donde detrás de las playas paradisiacas que arramblan con medio Instagram, escondidas bajo las palmeras, hay toneladas de basura. Eso no sale nunca en las fotos, pero está. Y eso también forma parte de las islas. Como su agua cristalina. Y como los mendigos forman parte de San Francisco o los maleducados, de Marrakech.
Cómo es Valencia depende de los valencianos. En nuestra mano está dejar la caca del perrete o recogerla; poner el aparato del aire acondicionado en la fachada o en la parte de atrás; oler como cerdos en el autobús o ir limpios. Y eso incluye comprar en el negocio que ha abierto un humilde comerciante o no.
Yo compro prácticamente todo en el pequeño comercio. Me nutro de alimentos en el mercado de Ruzafa, recambio las bombillas en la tienda de la manzana de al lado, voy a la ferretería que hay debajo de casa, donde, además, la mujer friega su trozo de acera y el de media manzana y encima escucha a Bruno Lomas y a Nino Bravo. Y todas las veces que he comprado una bicicleta lo he hecho en una tienda especializada. Una plegable para mi bella esposa, en una tienda del barrio. Y la de carretera que usé una vez y le revendí a mi compañero Valldecabres, en El Belga.
El Belga cierra.
Como cerró antes Deportes Arnau y tantos y tantos comercios históricos de Valencia.
Y esas pérdidas, que a mí me duelen, siempre lo digo, como si muriera el penúltimo oso pardo de los Pirineos, van transformando una ciudad con personalidad, aquí una tienda chula de bicicletas, allá una bonita cafetería, en un callejero anodino repleto de franquicias, tiendas de vapeadores y cajeros automáticos.
Sé que estas líneas son detritus. Que la rueda de la vida, del llamado progreso, ya hace tiempo que pasó por mi lado y ni la olí. Sé que es muy cómodo, y quizá también muy barato, pedir las cosas desde el móvil y esperarlas en casa o en el curro. O perderse en un centro comercial y salir con la semana arreglada. Pero para mí tiene más gracia ir al Belga, comprar una buena bicicleta -aunque después la revendas- y que encima te lleves alguna anécdota divertida de cuando el abuelo fundador era el mecánico de Bahamontes. Tú decides.
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