Cuando un servidor estaba aún en la escuela primaria, llegó un día don Pascual, el maestro, y anunció a la concurrencia de menudos escolares que la población mundial acababa de alcanzar la cifra de 3.000 millones de habitantes, lo que nos hizo exclamar un obligado 'ahhhhhhh', mezcla de sorpresa y admiración infantil, porque nos debió parecer un número colosal. Sobre todo comparado con lo limitado de nuestro mundo más inmediato, en el pueblo y 'rodalies'. Ahora somos 7.545 millones, según el dato estadístico que me ha parecido más reciente en la consulta que acabo de hacer en internet. O sea, algo más de dos veces y media aquellos 3.000 millones que nos anunció don Pascual como el no va más, que ya eran infinitamente más que los que apabullaron antes a teóricos y pensadores que temían que no cupiera tanta gente, que no se pudiera alimentar a tantos.
Publicidad
Desde que éramos 3.000 millones hasta los 7.550 (más o menos) de ahora parece que ha aumentado bastante la mecanización de todo tipo de actividades, han desaparecido multitud de tareas manuales, o han ido quedando en lo meramente residual, como testimonio revalorizado de lo que hubo, y se han automatizado y robotizado trabajos que serían hoy imposibles sin las máquinas y herramientas que se han ido desarrollando para auxiliarnos.
Los sacos de cemento o de fertilizantes, que llegaron a ser de 80 o 100 kilos, y que hemos conocido de 50, ya sólo son de 25 o menos; se llenan, se cargan y se transportan sin que los toque una mano humana; cualquier excavadora abre y cierra zanjas que anteayer precisaban ingentes cuadrillas de operarios armados de picos y palas; grúas y ascensores levantan o suben lo que requería sobreesfuerzos que hoy serían imposibles; cualquier informático maneja con un humilde ordenador asuntos de oficina que precisaba ejércitos de empleados en mesas alineadas. Tenemos máquinas autómatas que montan coches y se encargan de todo tipo de operaciones repetitivas, como las lavadoras se ocupan de la ropa y los generadores nos proporcionan la electricidad que todo lo mueve y nos lo pone fácil, sin que lleguemos a saber de dónde vienen los kilovatios que nos socorren.
Y sin embargo, de repente, se ha abierto un extendido temor por las nuevas generaciones de robots que nos anuncian y que vemos tan amenazantes. ¿Nos quitarán los empleos? ¿De qué podremos vivir si las fábricas ponen robots para sustituir a las personas?
Es curioso, nadie quisiera renunciar a ninguna de las comodidades que disfruta, incluida la relativa economía de tantos productos y servicios accesibles que consumimos gracias al empleo de robots y automatismos; en cambio tememos por el empleo futuro en manos de la robotización al alza. Claro que hay parados, y los habrá, pero ¿son proporcionalmente más que cuando éramos 3.000 millones? No. Y sin embargo estamos más automatizados que nunca.
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión