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Urgente Largas colas en la V-30 entre Mislata y Vara de Quart en la mañana de este viernes

Pájaros

EL COMECOCOS ·

* 1. m. y f. Ave, especialmente si es pequeña. (En plural; como la película de Alfred)

Jesús Trelis

Valencia

Sábado, 25 de abril 2020, 11:40

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Quizá el maestro del cine de suspense se hubiese sacado de su bombín una película de terror sobre estos días tan tenebrosos. Quizá Alfred Hitchcock hubiese salido al balcón a decir a los pájaros que él ya vaticinó lo que iba a pasar: que los hombres acabarían enjaulados mientras ellos deambularían libres y dueños de la ciudad.

Quizá Ernest Hemingway, consternado porque se quedó sin sus sanfermines y sus encierros, recordaría ahora aquello que un día escribió en 'Adiós a las armas': «El mundo nos rompe a todos, y después, muchos son fuertes en los lugares rotos». Y es posible que sea eso necesario: que salgamos fortalecidos del encierro, como las reses salen de los corrales de Santo Domingo, y recorramos los lugares rotos con fortaleza suficiente para afrontar el nuevo tiempo, reconstruir lo que ha destrozado ese enemigo invisible que nos arrebató familiares, amigos, compañeros; que no rompió los esquemas diarios, las tradiciones marcadas, los hábitos señalados.

Quizá el enemigo invisible, diminuto, escurridizo, casi incontrolable, nos haya puesto con su cruel destreza ante el espejo. Y allí, cara a cara con nosotros mismos, hayamos descubierto que somos parte de una sociedad desmesurada y egocéntrica, algo engreída, arrogante. Que hemos estado siempre por encima de bienes y males, sin darnos cuenta de que somos tan frágiles que un minúsculo bicho, que se multiplica veloz y se expande a sus anchas sin conocer de fronteras ni banderas, es capaz de someternos, de encerrarnos y de fulminarnos sin que casi nos hayamos dado cuenta. Un zarpazo, un planeta guillotinado.

Quizá el canto de los pájaros en la ciudad vacía nos abra los ojos y redescubramos el valor de esas cosas cotidianas que siempre nos acompañaron pero que menospreciábamos. Ignorábamos. Desde el abrazo de la ropa limpia, que alguien te deja en el armario, a la charla serena con un amigo, que aparcaste olvidado en el cajón de la indiferencia; desde el aroma del pan recién cocido a descubrir en la estantería un poemario de Charles Simic, que nunca leíste: «Centenares de ventanas se llenan de rostros / por algo que ha sucedido en la calle, / algo que nadie sabe explicar...». O esos placeres que ahora volvemos a calibrar como algo extraordinario: salir a correr por el asfalto, ir a trabajar sin que nadie te pare y te pregunte a dónde vas, volver a mirar a los ojos a tu gente sin mascarillas que oculten sus gestos o escuchar cantar a Aute -que quizá no se ha ido, que quizá no se vaya jamás-. «No se me ocurre otra manera / De seguir en la trinchera / Con un beso por fusil...»

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