Pájaros
EL COMECOCOS ·
* 1. m. y f. Ave, especialmente si es pequeña. (En plural; como la película de Alfred)Quizá el maestro del cine de suspense se hubiese sacado de su bombín una película de terror sobre estos días tan tenebrosos. Quizá Alfred Hitchcock hubiese salido al balcón a decir a los pájaros que él ya vaticinó lo que iba a pasar: que los hombres acabarían enjaulados mientras ellos deambularían libres y dueños de la ciudad.
Quizá Ernest Hemingway, consternado porque se quedó sin sus sanfermines y sus encierros, recordaría ahora aquello que un día escribió en 'Adiós a las armas': «El mundo nos rompe a todos, y después, muchos son fuertes en los lugares rotos». Y es posible que sea eso necesario: que salgamos fortalecidos del encierro, como las reses salen de los corrales de Santo Domingo, y recorramos los lugares rotos con fortaleza suficiente para afrontar el nuevo tiempo, reconstruir lo que ha destrozado ese enemigo invisible que nos arrebató familiares, amigos, compañeros; que no rompió los esquemas diarios, las tradiciones marcadas, los hábitos señalados.
Quizá el enemigo invisible, diminuto, escurridizo, casi incontrolable, nos haya puesto con su cruel destreza ante el espejo. Y allí, cara a cara con nosotros mismos, hayamos descubierto que somos parte de una sociedad desmesurada y egocéntrica, algo engreída, arrogante. Que hemos estado siempre por encima de bienes y males, sin darnos cuenta de que somos tan frágiles que un minúsculo bicho, que se multiplica veloz y se expande a sus anchas sin conocer de fronteras ni banderas, es capaz de someternos, de encerrarnos y de fulminarnos sin que casi nos hayamos dado cuenta. Un zarpazo, un planeta guillotinado.
Quizá el canto de los pájaros en la ciudad vacía nos abra los ojos y redescubramos el valor de esas cosas cotidianas que siempre nos acompañaron pero que menospreciábamos. Ignorábamos. Desde el abrazo de la ropa limpia, que alguien te deja en el armario, a la charla serena con un amigo, que aparcaste olvidado en el cajón de la indiferencia; desde el aroma del pan recién cocido a descubrir en la estantería un poemario de Charles Simic, que nunca leíste: «Centenares de ventanas se llenan de rostros / por algo que ha sucedido en la calle, / algo que nadie sabe explicar...». O esos placeres que ahora volvemos a calibrar como algo extraordinario: salir a correr por el asfalto, ir a trabajar sin que nadie te pare y te pregunte a dónde vas, volver a mirar a los ojos a tu gente sin mascarillas que oculten sus gestos o escuchar cantar a Aute -que quizá no se ha ido, que quizá no se vaya jamás-. «No se me ocurre otra manera / De seguir en la trinchera / Con un beso por fusil...»