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Urgente Detienen a una abuela y a su nieto menor de edad por traficar con drogas en la Ribera Baixa

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Las refriegas bajo el ardiente sol de Sidi Ifni allá en el 57 no merecieron el nombre de «guerra», sino de «guerrita». Con el nombre de «guerrita de Sidi Ifni» se desprendía, pues, una suerte de encontronazos clandestinos entre los guerrilleros nativos y unas tropas españolas que calzaban alpargatas y lucían mosquetón de chamarilero. «Guerrita» suena inocente porque el diminutivo le quita importancia, pero los que estuvieron reptando entre el secarral africano sufrieron una barbaridad.

Llevan años advirtiendo los expertos en ardores guerreros del fin de las guerras convencionales de pólvora, trinchera, aviones y misiles. La guerra contra el terrorismo exige otros esfuerzos para frenar a los lobos solitarios. Pero a esto le añadimos los peligros de la guerra biológica, o sea ese virus que te cuelan para provocar una pandemia; o de las guerras cibernéticas, con esos ataques a los ordenadores que controlan centrales eléctricas y nucleares así como suministros de gas y agua. Asistimos estos días a la madre de todas las guerras porque sus batallas se libran en los terrenos de los intercambios comerciales, y cuando te castigan la cartera brota el dolor. Andaban los colosos Usa y China enzarzados en sus ofensivas por la supremacía que otorga el poder tecnológico mientras nosotros, pura vieja Europa, contemplábamos la lucha con la mirada morigerada del recién despertado de la siesta. Como si el barro no nos fuese a salpicar. No hemos reaccionado hasta sentir el aliento de los obuses en forma de aranceles contra nuestra nuca. No estamos preparados para encajar el golpe porque se diría que somos aquellos contrincantes que salían al cuadrilátero para que Tysson les noqueara durante los primeros segundos. Nos han arrinconado contra la esquina y nos cubrimos para evitar los puñetazos. Sálvese quien pueda.

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