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CROACIA NO SE RENDIRÁ FÁCILMENTE

CROACIA NO SE RENDIRÁ FÁCILMENTE

Los han bautizado como los hijos de la guerra y Rakitic contó que estuvo tirándole todos los días, durante siete meses a una chica

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Domingo, 15 de julio 2018, 10:21

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Desengancharme del fútbol ha sido una de las grandes conquistas de mi vida. Como dejar el tabaco, los chicles o darle vueltas a los canales de la tele, en bucle, hasta las tantas. Ya no fumo, no masco y no veo la tele. En realidad sí veo la tele, pero la veo en la tableta y solo algunas chucherías deportivas y OT. Vi OT a cara de perro y Amaia es mi dios. Da un poco de vergüenza admitirlo y, la verdad, durante semanas lo seguí de manera clandestina. Ya no. Soy 'amaier' hasta las últimas consecuencias. Hay otros vicios que no consigo dejarlos. Como cambiar de acera para no pasar por debajo de un andamio, pisar siempre dentro de las baldosas, intentando evitar las líneas, y merendar pipas con fruición todas las tardes.

Pero ya no dependo del fútbol, y eso es un alivio. Qué pereza organizar la vida alrededor de tu equipo o del partido de la jornada. Si estoy un domingo por la tarde en casa, que no es habitual, y descubro que están jugando los míos, pues lo veo. Si no, no pasa nada.

El Mundial, como cada cuatro años, me ha hecho volver a encender la televisión, que en mi casa es algo así como un objeto de decoración. El Mundial es otra historia. Pero aún así he visto muchos menos partidos de los que pensaba. El día que España jugaba los octavos de final, descubrí que había comprado unas entradas para ver a Salvador Sobral en el Palau de la Música el siguiente sábado, el día que, hipotéticamente, podían tener que jugar los cuartos. Y a la misma hora. Al principio, al comprobarlo, entré en pánico. Pero luego pensé: lo más probable es que Sobral y sus tres musicazos, un virtuoso del piano, un contrabajo que lleva el ritmo en el corazón y un batería soberbio, sean mucho más emocionantes y hermosos que el dichoso partido.

Luego seguí poniendo más intención que horas al Mundial. Como en la segunda semifinal, ese Inglaterra-Croacia que se decidió con el zapatazo de Mandzukic y que abandoné sin reparos en cuanto encontré a una chica más guapa. La nueva chica era Rafa Nadal lanzándose cuchillos con Juan Martín del Potro sobre la hierba menguante de Wimbledon. No hay partido de fútbol que pueda superar lo que hicieron el español y el argentino para acabar abrazados como dos amigotes mientras la grada, atronadora, hacía temblar Inglaterra entera. Y lo hacía mientras Inglaterra se jugaba una plaza en la final de un Mundial 52 años después de su triunfo en el 66.

Así que ya lo fío todo a la final. Francia vuelve a la carga, como clara favorita, con un bloque que es como un taco de madera bien pulido. Duro, compacto, suave también. Pero yo voy con Croacia, claro. El otro día vi una foto que me hizo mucha gracia. Un mapa del mundo segmentado en todos sus países y encima de cada uno, la selección con la que supuestamente van. El resultado era un mapa repleto de banderas de Croacia salvo encima de Francia.

Croacia tiene a Modric, quien, como Xavi, en 2010, es el mejor del mundo este año. Siempre he sentido fascinación por estos peloteros pequeños y sofisticados. De Francia me encantaba Alain Giresse. Más incluso que Michel Platini. Otra de mis rarezas. Giresse dio cuerpo a ese fútbol 'champagne' junto a Platini, Luis Fernández y Tigana. Era hijo de una salmantina igual que su compañero Manuel Amorós, el fabuloso lateral derecho, quizá el mejor que ha disfrutado nunca Francia, tenía padres valencianos que escaparon del franquismo. Se buscaron la vida en Nimes, donde el progenitor trabajó de albañil, y allí, lógicamente, el chaval eligió la tricolor.

Pero Croacia, como he dicho, tiene a Modric. Él y muchos de sus compañeros son los hijos de la guerra de los Balcanes. Luka vio morir a su abuelo y tuvo que huir con su familia. Como Ivan Rakitic, protagonista de una gran historia de amor para conquistar a su mujer, la madre de sus hijos.

El centrocampista del Barça llegó a Sevilla para fichar al día siguiente. Por la noche, nervioso, decidió bajar con su hermano al bar del hotel. Allí vio a una camarera preciosa a la que cortejó día tras día pese a que Rakitic, que ya hablaba serbo-croata, inglés, francés e italiano, no tenía ni idea de español. Tiró la caña todos los días durante siete meses. Del 27 de enero al 20 de agosto, cuando, al fin, la chica accedió a cenar con él. Durante esos meses vio la tele todo lo que pudo para aprender a comunicarse cuanto antes. Así que él, Modric y los demás no son gente que se rinda fácilmente.

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