Los cordones
Arsénico por diversión ·
Tan peligroso era Mussolini como Stalin pero apenas se ha mostrado y quemado en la pira purificadora la crueldad del líder soviéticoLos extremos políticos han llegado y lo han hecho para quedarse. Nos guste más o menos, ésa es la realidad en toda Europa. Es cierto que resulta asombroso que suceda con tanta fuerza, cuando apenas estamos empezando a recordar su máximo ascenso en el Continente. Hace dos años nos encontrábamos inmersos en el centenario de la Revolución Rusa y este septiembre recordaremos el comienzo del camino de Hitler hacia el poder uniéndose al que sería el partido nacionalsocialista. Después de lo mucho que ha costado superar el daño producido por ambos totalitarismos, nos hallamos ante una reedición de posiciones similares en un contexto de crisis y de manipulación populista masiva. Apenas una generación ha durado la prevención hacia los extremismos excluyentes, como si nuestros abuelos, que vivieron la persecución, la guerra y todos los caballos del Apocalipsis que pudieran retratar Blasco Ibáñez, solo fueran capaces de sensibilizar a nuestros padres y ligeramente a nosotros. Los que vienen ya no ven los riesgos como los veían nuestros abuelos la tarde del 23-F. Lo único que comparten es el rechazo al extremista de signo opuesto, pero muchos no son capaces de ver el peligro en el propio.
En ese contexto, parece comprensible la aprensión que producen los pactos con los partidos que llevan su antorcha. Lo curioso es que solo se active la alarma cuando quien aparece en escena es uno de ellos, como decía el otro día Esperanza Aguirre y no le faltaba razón. Tan peligroso era Mussolini como Stalin y sin embargo apenas se ha mostrado, divulgado y quemado en la pira purificadora la crueldad del líder soviético. Eso no hace bueno a sus contrarios. Al revés. Los une en un elemento común que tiene en el desprecio por quien piensa de forma distinta una vinculación mayor de la que los protagonistas querrían. Ese desprecio, en los dictadores del pasado siglo, se materializó en muertes planificadas, indiscriminadas y terribles. Pero ese desprecio está anidando ya en nuestras sociedades. A aquellos dictadores se les toleró ese extremo porque el desprecio al otro había conseguido arraigar y encontrarse cómodo en las gentes normales y corrientes, en las buenas gentes como nosotros que no nos imaginamos matando, violando, destripando o delatando al vecino, pero que llegado el momento, sometidos a violencia extrema, lo hacemos porque ponemos por encima de la dignidad humana otros fines. Esa semilla es la que habría que extirpar y no se resume en un cordón sanitario a Vox. El problema va más allá de ese partido. El cordón sanitario lo alimentará y además negará la voz a miles de españoles que piensan de un modo distinto. Nos parecerá que se equivocan pero hay que hacérselo ver en las instituciones, no en Twitter. La tarea no es excluir a Vox sino hurgar en el rechazo al diferente. Esa semilla es la que avala la evolución de Vox, de ERC o de Podemos. Nuestra complacencia con su extremismo.