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Los vecinos de la calle San Isidro de Chiva lleva casi siete meses sin poder pisar su casa, en concreto, desde el 29 de octubre, el día que la dana se llevó de cuajo sus casas, su vida, la niñez y la vejez. Hoy ven su paseo desde la distancia de las verjas, sin saber qué hay de puertas hacia adentro, con el dolor de saber que algunas de sus viviendas han sido expoliadas por los amigos de los ajeno, que sin sentimientos se han llevado retales de muchas vidas.
Alberto, un agricultor de Chiva, que ha visto como la dana ha arrasado hasta 32 de sus campos, siempre tira una traca el día de San Isidro, el 15 de mayo, en la calle del pueblo que siempre lleva el nombre del patrón de los agricultores. Casi siempre la tira en compañía de algún amigo, como síntoma de celebración, para pedir que ese año vaya bien la cosecha y para rogar en general el bien para todos los vecinos de la calle. Desde su hornacina, la figura de San Isidro preside cada traca.
Este jueves fue también San Isidro, el primero después de la dana, con una calle destrozada y unos pisos vacíos. Por la mañana, en las redes sociales y en el grupo de los vecinos era día de lamentos por una calle perdida, por siete meses de pena, por muchas semanas de dolor. Alberto, para que todo vuelva a la normalidad aunque con el sonido y el olor a pólvora, anunció que hoy jueves, como cada 15 de mayo, habría traca.
Y la hubo, a las ocho de la tarde, donde vecinos y amigos se reunieron para poner a los pies se la hornacina del santo, que todos confían que siga hundido en la pared de piedra, una traca para honrar al patrón de los agricultores con el ruego de que al año que viene, si es posible, haya más pólvora en una calle que, en la medida posible, sea un espejo de normalidad, de la vida que necesita el pueblo de Chiva para recuperarse de la mayor catástrofe que ha vivido en los últimos siglos.
Un disparo que sirvió para ver de cerca las propiedades heridas por las dentelladas del agua, con vecinos que tras meses lejos de casa pudieron ver a pocos metros lo que queda de sus vidas, un gesto de rebeldía sensato y compartido para cumplir la tradición, honrar al santo y sentir que pronto podrán volver a su hogar.
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