Claramunt, el prodigio de Puçol
El centrocampista de Puçol sintetizaba en su estilo la entrega incansable del medio de Sueca y el magisterio sublime del interior de San Marcelino
PACO LLORET
Viernes, 16 de septiembre 2016, 21:50
En cualquier alineación ideal del Valencia de todos los tiempos debe figurar su nombre. Nadie lo ha igualado y será casi imposible que lo haga en el futuro. Pepe Claramunt ha sido, sin ningún género de dudas, uno de los mejores futbolistas del club de Mestalla. Probablemente, el de mayor talento, el más completo. Junto al legendario Antonio Puchades y Fernando Gómez, formaría la imaginaria trinidad valencianista de los más grandes nacidos en estas tierras. El centrocampista de Puçol sintetizaba en su estilo la entrega incansable del medio de Sueca y el magisterio sublime del interior de San Marcelino. En realidad, Claramunt fue el jugador total, un adelantado a su tiempo que rompía esquemas y que se graduó como el director de orquesta sin discusión alguna. El caudal de juego que nacía de sus botas, la inteligencia que desplegaba a la hora de ejecutarlo, su intuición para interpretar cualquier lance le granjearon el respeto del público y el reconocimiento de la crítica. El pasado domingo se cumplieron 50 años de su debut oficial con el Valencia.
No hizo falta esperar mucho para darse cuenta de la enorme dimensión de su fútbol. Tan solo permaneció un año en el filial antes de dar el gran salto. Por entonces el Mestalla militaba en segunda división bajo la dirección de Mundo. En las Fallas de 1966, el Valencia se midió al Arsenal londinense en un encuentro amistoso. Aquella noche Claramunt tuvo su primera aparición como valencianista. El partido acabó como empezó: sin goles, pero quedó claro que aquel aspirante reunía sobradamente méritos para estar entre los mejores. Aquel verano, el Valencia cambió de entrenador, se fue Barinaga y Mundo se hizo cargo del equipo. Claramunt le acompañó y participó en la gira por América. No había dudas, iba para titular indiscutible. La Liga empezó con visita a Riazor. Los valencianistas se impusieron por 0-1 con gol de Waldo. El choque se celebró el 11 de septiembre de 1966 y allí se produjo su debut, fue el primero de los 29 partidos jugados por Claramunt, es decir todos menos uno de aquel campeonato en el que anotó seis goles, el primero de ellos en Mestalla ante el Sevilla con triunfo local por 3-0.
Con la media clásica de aquella época integrada por Roberto y Paquito, además del tándem Waldo-Guillot en la delantera, Claramunt se acopló como un falso extremo, de movilidad constante que abarcaba una enorme franja de terreno y que imprimía un ritmo vertiginoso al juego para desgracia de sus oponentes. Su alma gemela era Poli, más voluntarioso y luchador, pero sin la clase descomunal que atesoraba el valenciano. El equipo realizó un papel aceptable en la Liga, aunque sus prestaciones estaban muy descompensadas: grandes actuaciones en casa, goleadas vibrantes, pero un papel muy mediocre en los desplazamientos. El do de pecho lo dio el club de Mestalla en la Copa. Claramunt disputó todos los partidos, ocho más la final, en la que se impuso por la mínima al Athletic de Bilbao. A partir de ese día nació entre el centrocampista valencianista y algunos jugadores vascos una sólida amistad que aún se mantiene. Iríbar, Arieta y Uriarte, sobre todo, fueron inseparables de Claramunt y compañeros en la selección.
Su carrera alcanzó la máxima plenitud en la campaña 70-71. Alfredo Di Stéfano le concedió galones, rendido ante su extraordinaria aportación. Claramunt jugaba y hacía jugar al equipo, arriba y abajo, con un ritmo constante, atesoraba una capacidad de trabajo increíble, algo que seducía a un entrenador que participaba de esa filosofía como acreditó durante su brillante carrera en activo. El Valencia fue el mejor equipo de aquella temporada, campeón liguero y finalista de Copa, título que también tenía en el bolsillo pero que se escapó por culpa de un penoso arbitraje. Por entonces ya era internacional y Kubala, el seleccionador, otro técnico que bebía los vientos por el de Puçol le otorgó el brazalete de capitán. En la trayectoria de Claramunt y en la de muchos futbolistas de su generación se echa en falta la presencia en algún Mundial , pero España perdió de forma consecutiva el billete de los torneos en México 70 y Alemania 74. Aún así se midió a la potente selección germana de Beckenbauer y compañía o a la maravillosa Holanda de Cruyff. Con ambos intercambió banderines y les habló de tú a ambos dejando constancia de su infinita calidad.
Las lesiones le castigaron en exceso y en la temporada 71-72 le obligaron a jugar en más de una ocasión mermado de facultades. Las infiltraciones estaban a la orden del día. El Valencia, pese a disponer de un excelente plantel, lo acusó en exceso. Lanzador magistral de penaltis, Claramunt poseía una portentosa visión de juego que le permitía desplazar el balón con enorme potencia a la vez que con precisión milimétrica. La dependencia de su figura era tal que Di Stéfano se empeñó en sacarlo en la segunda mitad de de la final copera de 1972 pese a estar seriamente tocado. Hizo lo que pudo pero no logró evitar la derrota. Aún se mantuvo como pieza imprescindible del Valencia en las tres campañas siguientes. Después vino la decadencia y la retirada. Pero quien lo vio jugar puede sentirse afortunado. Claramunt era un virtuoso del fútbol de alta escuela.