Gayà pone Mestalla a sus órdenes
El capitán emula a un delantero con clase y consigue su décimo gol en el Valencia| Ni que el partido se jugara el lunes ni la lluvia impidieron que se volviera a registrar una gran entrada, con más espectadores que en el estreno ante Las Palmas
Que si, que Mamardashvili estuvo inconmensurable, agigantándose cuando los suyos pecaron de confianza, pero que el Valencia siga tras diez jornadas metido entre los ocho ... primeros clasificados se debe al innegable trabajo de todos, tanto de los que estuvieron más entonados como de los que se embarullaron. Fue una noche más plácida de lo esperado, eso es innegable, porque el Valencia de hoy en día está en la mayoría de ocasiones cogido con pinzas. Que se lo pregunten a Baraja, que cuando se ve forzado pro las circunstancias a meter a Cenk en el lateral izquierdo apenas pega ojo la noche anterior. Por suerte para el entrenador, no hizo falta esta vez parchear lo imposible. José Luis Gayà ha vuelto para tranquilidad de unos y de otros. El dueño del brazalete –ayer rosa con motivo de la lucha contra el cáncer de mama–, a sus 28 años, va camino de cubrir una de sus mejores temporadas con la camiseta del Valencia porque esta vez además de ser el lateral izquierdo en defensa; es el extremo en ataque; el ídolo de los niños; el referente de sus compañeros; el rostro amable del valencianismo; la representación de lo que significa el amor a unos colores (lo de 'one club man' está cada vez más consolidado) y ahora también y por si no tuviera bastante, la habilidad y la delicada definición de un delantero de solera.
No es que Gayà haya conseguido muchos goles desde que debutó en la 2012-13 en el primer equipo, pero desde luego como el de ayer ninguno. Fue el décimo gol como valencianista, el primero por supuesto de este curso (el pasado hizo uno solo). Han sido cuatro las campañas en las que el de Pedreguer se ha quedado sin marcar. Es evidente que no está ahí para hacer goles, más bien para servirlos, pero la calma con la que resolvió la asistencia de Amallah es digna de mención. Ya lo había medio pronosticado Baraja en la víspera. Que el internacional estuviera ya en condiciones de jugar (se perdió incluso la convocatoria de la selección por lesión) era la noticia que más le tranquilizaba: «Había tenido un inicio de temporada de bastante nivel, generando cosas». Y tanto que ha generado. Está casi en lo más alto en el ranking de jugadores con más centros al área (con una media que supera los cuatro por partido), gana el 80% de los duelos y en defensa prácticamente nadie le pudo superar. Marcó, lo celebró a su manera, con un gesto extraño primero (llevándose un dedo detrás de la oreja) y con rabia después, y más tarde hasta se permitió el lujo de pasar un balón a Amallah mirando al tendido, para disfrute de una afición que volvió, cómo no, a estar con su gente.
Que un lunes por la noche, lloviendo, con el Cádiz como invitado, haya en el viejo estadio 41.647 espectadores es digno de admiración. Parecía que podía ser la peor entrada del año pero la gente fue poco a poco acudiendo a la cita y superó de esta manera los 41.503 de agosto del día de Las Palmas, lo que era el estreno liguero en casa. De sombrero. El comportamiento de la grada fue excelente, reconociendo la labor de los futbolistas, premiando la concentración de Mosquera; la rabona de Thierry (con el cambio se recorrió toda la banda y el público se levantaba a su paso); la solera de Pepelu y Javi Guerra; las ganas de Diego López; el compromiso y cuarto gol de Hugo Duro; y los intentos a veces frustrados de Fran Pérez. Hasta hubo tiempo para acordarse del exgaditano Juan Cala (desde el fondo le cantaron «racista»).
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