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El africano posa al lado de sus arcanas inscripciones, junto a la ampliación de su asentamiento en suelo de propiedad municipal. I. Marsilla

La choza de Osama ya es un poblado

El inmigrante agranda su asentamiento un año después de establecerse en Campanar ante la inacción municipal | El Ayuntamiento acordó en septiembre que iba a derribar las casas de adobe en suelo público y en malas condiciones de habitabilidad

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Jueves, 17 de enero 2019, 20:21

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Osama construye y construye. Es lo que sabe hacer, lo que le gusta y lo que le motiva. Agua, barro, piedras, palé, rellenar... Y así una y otra vez. Su voluntad es férrea. Desde que se levanta a las cinco de la mañana hasta que se va a dormir a las ocho de la tarde, tras haber cenado algo de lo que le traen los vecinos por compasión. O las patatas que él mismo cultiva.

LAS PROVINCIAS avanzó en diciembre de 2017 la curiosa situación de este habitante del linde de la valenciana huerta de Campanar, cuando elevó a mano su primera y entonces pequeña choza africana. Ahora, más de un año después, sus precarias edificaciones han crecido y un segundo bloque de estancias se expande a pocos metros.

El problema es que el terreno no es suyo. Por más que Osama Oquio insiste en «registrar, registrar, ayuda para registrar», convencido de que lo de acumular barro, tablones y palés lo podría convertir en propietario, como en los tiempos de la conquista del Oeste americano.

Policías locales aseguran que han dado cuenta al Consistorio de la ocupación de Osama El africano construye a diario y asegura: «Muy pronto vendrá aquí mi mujer y mi hijo»

Pero no. Se trata de una parcela de propiedad municipal. Tras recibir algunas quejas vecinales e información sobre el asentamiento por parte de la Policía Local, la junta de gobierno del Ayuntamiento de Valencia acordó que lo más conveniente era el derribo. También se tuvo en cuenta las precarias condiciones de habitabilidad. Sin embargo, cuatro meses después de aquella decisión del consistorio el poblado de Osama es cada vez más grande.

Y él parece encantado. Con sus propios propósitos y sin que el derribo que planea sobre sus horas de esfuerzo lo amilanen. «Todo bien. Ningún problema. Hago más grande», celebra en su precario español. «Tengo que seguir trabajando». Atribulado y con prisa, moja sus manos en bidones de pintura llenos de agua para seguir amasando a mano tierra y rellenar paredes de palés. «Muy pronto vendrá aquí mi mujer y mi hijo de 10 años», anuncia. No concreta la fecha, pero esa es su ilusión. Una reunificación con su familia que, dice, habita en Torrent.

Ofrecimiento de vivienda

Según ha podido saber este diario, el de Osama es, a nivel asistencial, un caso perdido. Los Servicios Sociales del Ayuntamiento han intentado tenderle un cable. Le ofrecieron vivienda en varias ocasiones, pero él rechaza el auxilio. Quiere vivir entre sus paredes de adobe. Según fuentes próximas al caso, hay un trasfondo de problemas mentales, algo común en muchos 'sin techo' cuya salud se trastorna después de muchos años en soledad, en la calle o alejados de una normal socialización. En el consistorio estiman que contra su voluntad «no se puede hacer más».

La incógnita ahora es si el gobierno municipal seguirá adelante con su anunciada voluntad de derribar la ocupación de sus propios terrenos o si, por contra, va a permitir que Osama siga allí sin solución de continuidad mientras el hombre ensancha, día tras día, su campamento de tierra, maderas y escombros.

Osama lleva ya casi dos décadas en la Comunitat. Llegó desde Nigeria hace 51 años y es padre de un hijo en Torrent y otros en su país de origen. «Vine en avión. Entonces me podía pagar el billete», asegura. Según describe, trabajó en fábricas como encargado de redes eléctricas, en la construcción, de mecánico, en el campo... «Ahora ya no hay nada de trabajo, está muy mal», lamenta. Tres años después de su último empleo, sigue en la calle y viviendo como puede, añorando otro modo de ganarse la vida: «Quiero vender el maíz que cultivo. Soy buen constructor, electricista, soldador, haría lo que fuera...».

Desde mediados de 2017 vio en los montículos de la huerta de Campanar una esperanza: agua próxima por el paso de acequias y tierra para sus cultivos y construcciones. «Esto es fuerte, fuerte... No se cae con la lluvia», detalla con orgullo. En efecto, las fuertes lluvias del pasado septiembre no han hecho mella alguna en su poblado.

Barro, tablones y piedras

Su técnica es simple: los palés de madera hacen las veces de paredes. Los recubre con barro y los asienta al suelo. Después cubre con mantas los huecos que quedan, remata con algunas cañas y fabrica techos con una acumulación tablones, lonas y pedruscos. No son chabolas al azar. Dentro de lo irregular hay cierto orden y hasta una suerte de terraza o patio. Hasta tiene una maqueta para planificar sus avances. Arquitecto y albañil, todo en uno.

De su cuello cuelgan cinco pesados amuletos. «Es para suerte, para poder», resalta. Están concebidos con piedras, hierros retorcidos o maderas. Dice sentir una gran espiritualidad y conexión con «dioses protectores» de origen africano, algo que expresa con inscripciones por todas partes, tanto en las paredes exteriores de sus asentamiento como en los muros próximos, tablones o estructuras de menor tamaño. Son letras que quizá sólo él entiende.

Según policías consultados, Osama no es violento y sólo ha habido algún pequeño roce con agricultores de la zona. Si nada se cruza en su camino, seguirá construyendo África con sus manos en Campanar.

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