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Alberto, Amelia y Chelo, propietarios de negocios del centro de Valencia que están sufriendo las consecuencias de la pandemia.

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Alberto, Amelia y Chelo, propietarios de negocios del centro de Valencia que están sufriendo las consecuencias de la pandemia. IVÁN ARLANDIS

Comercios valencianos en la cuerda floja: «Abrir es un reto cada día»

Pagan tasas y alquileres sin ayudas y con las cuentas a cero, sobreviven gracias a los ahorrado y las pérdidas obligan a algunos a fijar la fecha de un cierre definitivo

Mar Guadalajara

Valencia

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Miércoles, 11 de noviembre 2020, 00:58

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Al final de la plaza del Mercado, en medio de uno de los puntos más castizos de la ciudad, está una pequeña tienda de la que desde fuera se puede escuchar algún clásico de la reina del jazz, Ella Fitzgerald y con un escaparate lleno de nombres propios: Christian Dior, Yves Saint Laurent, Balenciaga o Loewe reunidos en algunas de sus prendas más clásicas por Alberto, el dueño. «Compro y vendo ropa, como Wallapop». De esta aplicación sacó la idea hace cuatro años, cuando apenas nadie la conocía.

«Empecé con ropa de mi abuela, de sus amigas, de mi madre, después empezaron a venir señoras mayores a la tienda para vender piezas auténticas y así empezó todo». Tras el confinamiento tuvo que dejar el local donde empezó porque la dueña le dijo que lo vendía de un día para otro. Ahora, ese pequeño local de dos alturas que antes era un salón de manicura, acoge su tienda de ropa vintage y en plena pandemia sigue peleando por seguir en pie. «Eso es lo complicado, seguir abierto cuando hay días de cero euros y al final trabajar para mantener a otros, para pagar a otros;el alquiler, impuestos, cuota de autónomo, y te sientes impotente», dice Alberto.

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Comercios como el suyo están en la cuerda floja, pagan tasas y alquileres, sin apenas ayudas y con las cuentas a cero, sobreviven con ahorros y ayuda de sus familias pero las pérdidas les obligan a fijar la fecha y la hora del cierre definitivo. «El siete de enero», es la que se ha marcado Chelo. Tiene una marroquinería en plena calle San Vicente. El olor de la piel inunda el ambiente. Los bolsos y cinturones cuelgan en las paredes. «Estoy habilitando una página web para vender todo esto», comenta haciendo un barrido con la mirada por toda la tienda. «Esto no se sostiene», añade con tristeza en la voz. Y con enfado. «En el centro de la ciudad es imposible sobrevivir sin el turismo, con todo lo que hemos pasado, seguimos pagando cada mes y creo que la mayoría de mis compañeros tampoco aguantará mucho más, porque nos estamos hundiendo y en lugar de ayudar parece que encima nos empujen aún más».

Alberto muestra las hojas de su cuaderno donde anota las ventas. Están en blanco, sin apenas anotaciones hasta pasado el mes de marzo. «Aquí no se vende nada, las tiendas están vacías, no hay más que darse una vuelta por aquí y por si fuera poco la última ayuda del gobierno ya no nos vale, si yo facturaba tres, ahora estoy facturando uno, y los gastos son acorde a lo que facturaba antes, pero con lo que vendo ahora esto es insostenible».

Chelo se ha quedado sin ahorros y ya no puede seguir tirando de lo de su familia. Sus ventas han bajado más de un 80%, a penas vende algo y cada día le invade la pena. «Me levanto muy triste, no puedo evitarlo porque esto se está haciendo muy largo, esto ha sido la ruina del coronavirus está claro, pero gran parte del problema está en una mala gestión de todo esto porque en Alemania han sabido respaldar a los negocios».

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La ruina convive en restaurantes, comercios y bares del centro de la ciudad. Pasear por las calles admirando escaparates es cosa del pasado. Las persianas bajadas con carteles que anuncian la disponibilidad de un nuevo bajo comercial para el alquiler compan la ciudad. Los escaparates de los comercios que siguen en pie están llenos de rótulos que anuncian liquidaciones, final del stock o llamativos descuentos que anuncian cuál será el desesperado final para muchos de ellos.

Tal vez no puedan volver a abrir nunca más. Tal vez, aunque puedan, no quieran volver nunca más. «Cuando todo esto acabe, aunque pudiera volver a abrir no lo haría porque pienso que todo el tiempo que he estado aportando en impuestos, todo lo que he trabajado, para qué, para que ahora cuando necesitamos que nos ayuden, no nos prestan nada, no se acuerdan de nosotros, porque por aquí no se ha pasado nadie a preguntar ni a interesarse», dice Chelo con cierta decepción.

Amelia regenta su negocio de decoración e interiorismo desde hace 25 años. «He pasado por todas las etapas y todas las crisis, pero la tristeza que hemos vivido esta vez no la había visto nunca, con la crisis económica siempre había algo que podías hacer pero aquí te han dicho vete a tu casa, cierra tu negocio y no salgas», reconoce que sintió estar en un túnel sin salida.

Por eso ahora intenta hacer el esfuerzo de seguir porque dice que hay que «devolverle la vida al centro de la ciudad, hay que mantenerlo con luz, con escaparates bonitos, tenemos que recuperarnos como sea», dice siendo consciente de que «está siendo muy duro para muchos que no han podido salir adelante, yo no dejo de ver cómo poco a poco van desapareciendo locales, no puedo evitar pensar en que todo quede vacío y sin nada; abrir es un reto cada día pero necesitamos seguir ahí», explica manteniendo la esperanza.

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