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Rus y Rato caen en la picadora

Habían pasado más de quince años desde el primer encuentro con Rato y digamos que mi entendimiento de la confianza ganada no daba para echarme un baile con él

Julián Quirós

Sábado, 18 de abril 2015, 23:48

A la media hora de comenzar el concierto de gospel, Rodrigo Rato, desde la segunda o tercera fila del madrileño teatro de los bajos de Colón, dejó su abrigo a un lado bien doblado, se levantó, alzó los brazos y se puso a dar palmas sincopadas con sus hombros al ritmo marcado por los músicos negros. Yo estaba justo a su lado, le miré algo atónito y no supe qué hacer, la verdad. Desde luego no tenía ganas de bailar. Pero me había invitado al concierto un señor que además era el anfitrión del acto y que a medio metro mío parecía indicarme que lo procedente en ese momento era ponerse a bailar gospel, supiera uno o no. A riesgo de parecer un sieso, aguanté como un tío, anclado en la butaca; bien pensado era la segunda vez que compartía un encuentro con Rodrigo Rato, habían pasado más de quince años desde el primero y digamos que mi entendimiento de la confianza ganada no daba para echarme un baile con él. Así que resistí un poco más, miré a otro de los invitados, con la misma cara de póquer, hasta que también este se irguió y ahí sí, cobarde de mí, con medio teatro ya puesto en pie, me vi con fuerzas para levantarme y disimular hasta que pudimos volver a sentarnos en paz.

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