El misterio de Camas Blasco
La negativa de una propietaria a alquilar y un precio de venta de dos millones lastran la transformación de un local del centro de Valencia que sigue con el mismo cartel de los años ochenta
Juan Antonio tenía 10 años cuando comenzó a ir sólo al colegio. «Cada mañana salía de casa, encaraba la calle San Vicente con rumbo a ... los Agustinos y reparaba en el simpático gato naranja del logotipo de la tienda de Camas Blasco». Hoy ese niño es casi un cincuentón. Pero ese gato y cartel de diseño absolutamente ochentero siguen intactos, en el mismo lugar, como un extraño punto congelado en el tiempo mientras todos los comercios de alrededor se han transformado una y mil veces.
Si usted vive en el centro de Valencia, entre la plaza de España y San Agustín, o simplemente por la zona, quizá haya reparado también en ese extraño 'pause' en el tiempo. Un 'pause' de los de VHS, naturalmente, con distorsión, como el descolorido aspecto del cartel del negocio. Afeado entre una verja bastante oxidada y varios 'se vende' que no logran su propósito ni a la de tres.
Con un enfoque imaginativo o literario hasta se podría concebir Camas Blasco como un misterioso portal al pasado de aquella época en la que la cafetería New York era una tienda de alfombras, el local de Kento un hornito tradicional de los de siempre o la pequeña perfumería el quiosco donde Juan Antonio y su padre compraban cada mañana los tebeos de Dartacán y LAS PROVINCIAS, respectivamente. El implacable paso del tiempo lo ha cambiado todo. Lanas Aragón, Galerías Preciados, Superette... Todo, menos Camas Blasco.
Pero despertemos a la realidad. Camas Blasco, con sede inicial en San Vicente 104, fue un negocio familiar de camas y cunas muy apreciado en aquella época. Cuando cerró en este punto nadie recuerda exactamente cuándo, funcionó en otros locales. Otro en la calle San Vicente y otro más en el número 1 de Guillem de Castro, donde ahora hay un local de 'piercings'.
Camas Blasco es, además, uno de los bajos comerciales del emblemático edificio de la fachada con azulejos tradicionales. De su época únicamente queda intacta la deliciosa pastelería y confitería que está justo enfrente. De las buenas, de las de siempre. Granja de San Andrés, con su hermosa fachada intacta y ocho décadas de historia. Allí una responsable pone cara pensativa cuándo le preguntamos cuánto puede llevar cerrado y sin cambios el local de Camas Blasco. «Buf... Mucho. Muchos años».
A pocos metros estaba la histórica cordelería que su dueño mantuvo intacta hasta 2021, cuando se transformó en zapatería tras fallecer, según los comerciantes. Y justo al lado está la tienda de decoración y manualidades Estevid, cuya dueña estima que fue en 2010 cuándo las puertas del local de Camas Blasco se cerraron para ya nunca abrir.
La fecha en la que se congeló el tiempo varían según a quien se pregunte. En la cafetería y heladería San Vicente 93, otro de los negocios superviviente al vendaval del paso del tiempo, su propietario estima en «al menos dos décadas» el tiempo que Camas Blasco puede llevar cerrado y sin cambio alguno de actividad.
Seguimos preguntando. En la cafetería New York un responsable apunta 15 años. «O más... Es difícil saberlo, porque es ya mucho tiempo». Por supuesto, ninguno de los comercios de factura reciente tiene idea. A sus dueños o trabajadores sólo se les arranca la misma respuesta: «Eso estaba ya cerrado cuando empezamos. Siempre ha estado cerrado».
El misterio se agranda y se resiste cuando preguntamos a una mujer que sale apresurada del patio junto a Camas Blasco. «Esto era nuestro antes, pero ahora no puedo hablar que soy camarera de la Virgen y tengo mucha prisa...». No dice su nombre. Huye con una media sonrisa en su rostro mientras acelera el paso a pesar de nuestras súplicas en busca de una explicación. ¿Sería la propietaria? ¿Quizá un familiar? Con su fuga se marchan las respuestas.
El detectivesco empeño por saber qué pasa con Camas Blasco podría hallar pistas en la propia fachada. Allí están carteles de venta con teléfonos. Llamemos. Lo intentamos primero por los más pequeños, un par de papelujos adheridos al mármol a la izquierda del negocio: Inmobiliaria Levante 3. El teléfono da tono pero luego emerge una relajante musiquilla electrónica que da paso directamente al corte de la llamada puro y duro, sin la aparición de ningún humano en la intentona. Otro callejón sin salida.
Tiramos de la madeja con el papel de venta más grande, el que ocupa la mitad del histórico cartel de Camas Blasco. Inmobiliaria Borras. Tras dos días de llamadas, nadie contesta. Pero cuando ya dábamos el misterio por irresoluble, una amable agente la propiedad inmobiliaria nos devuelve la llamada.
Ella es María Dolores Tomás y arroja algo de luz sobre la razón por la que un local tan bien situado no cambia nada: «Tuvo dos propietarios, uno de ellos murió y quedó su hermana. No quiere alquilar, que sería más sencillo y es muy habitual en esta zona. Ella quiere vender y actualmente se vende por dos millones. No por menos. Ha habido personas interesadas si el precio se rebajaba, pero las operaciones no han prosperado».
Así están las cosas. Y, si nada cambia este orden de intereses, el gato naranja sobre fondo azul de Camas Blasco seguirá sonriendo acurrucado en el cartel. Como la Puerta de Alcalá, ahí está, ahí está, viendo pasar el tiempo. Desde los felices años ochenta.
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