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Nunca antes habían identificado tantas víctimas en tan poco tiempo ni habían realizado tantas pruebas necrodactilares. Auxiliar primero a damnificados, buscar cadáveres, localizar a los ... desaparecidos y, por último, entregar los cuerpos lo antes posible a las familias fueron las primeras prioridades de la Guardia Civil tras la catastrófica DANA.
Una veintena de equipos de Policía Judicial, coordinados por el comandante Julián Martínez López, pusieron cara al dolor, nombres y apellidos a los cuerpos, en muy pocos días para que más de 200 familias comenzaran a cerrar el duelo. Y lo hicieron con rigor y rapidez después de que los jueces delegaran en los forenses de guardia para agilizar los levantamientos de los cadáveres.
«Fueron días de mucho trabajo en condiciones muy penosas. Dormíamos pocas horas. Algunos guardias que viven en la zona afectada lo perdieron todo, pero vinieron a trabajar», afirma el jefe de Policía Judicial e Información de la Comandancia de Valencia. Los días 30 y 31 de octubre, los equipos de la Guadia Civil realizaron 45 y 59 levantamientos de cuerpos, respectivamente. Algunos de los cadáveres estaban semienterrados, por lo que necesitaron más tiempo, y la comisión judicial se desplazaba de un lugar a otro hasta llenar el furgón fúnebre de cuerpos.
«Tuvimos que priorizar tras geolocalizar a las víctimas. Recogíamos primero los que estaban en la vía pública, y luego los que aparecían en domicilios y garajes», recuerda Martínez. «Lo hicimos tan rápido que no hay fotos de cadáveres en los medios digitales ni redes sociales», añade el comandante.
El Centro de Integración de Datos (CID), que se constituyó el 30 de octubre (horas después del desbordamiento del barranco del Poyo), también actuó con gran celeridad y comenzó a funcionar ese mismo día. El órgano técnico, que está integrado por forenses y agentes especializados de la Guardia Civil y la Policía Nacional, supervisaba los informes de identificación, actualizaba las cifras y rebajaba el número de desaparecidos cada día. Y hasta un helicóptero de la Guardia Civil realizaba viajes diarios a Madrid para trasladar muestras biológicas y agilizar las pruebas de ADN. Todo sumaba.
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«Las primeras cifras de desaparecidos no eran reales», explica Martínez. «Localizamos a una persona que no quería saber nada de su familia, y otros casos seguían activos porque no habían retirado las denuncias», añade el comandante. También influyó la incomunicación telefónica de los primeros días en la zona cero.
Mientras unos guardias civiles se afanaban en los levantamientos de los cuerpos y las identificaciones, otros tenían un triste cometido: comunicar los fallecimientos a las familias. Dos agentes del Grupo de Homicidios tuvieron que realizar decenas de llamadas para informar del trágico desenlace a personas que estaban todo el día pendientes del teléfono.
Acostumbrados a hablar con familiares de víctimas, la prudencia de estos guardias civiles para conversar sobre un asunto tan penoso estaba fuera de dudas y también de comparaciones. Nada que ver con la frialdad de la exconsellera Nuria Montes, cuando dijo que no se iba permitir el acceso de los familiares al lugar donde estaban los cuerpos, y que estos debían «esperar de manera obligatoria la llamada del juzgado».
En el cuartel de Patraix, sede de la Comandancia de la Guardia Civil de Valencia, un equipo de psicólogos atendía a las personas que acudían a diario para denunciar la desaparición de sus seres queridos. «Empatizabas con los familiares. Cuando los veías llorar se nos caía el alma a los pies y hacíamos todo lo que estaba en nuestras manos para aliviar su pena», señala Martínez. «Los primeros días los trasladamos en todoterrenos a los juzgados para que pudieran agilizar los entierros», agrega el comandante.
El recinto de Feria Valencia se convirtió en un tanatorio gigante con contenedores frigoríficos para conservar los cuerpos hasta que los entregaban a las familias. Mientras tanto, una dotación de la Unidad Militar de Emergencias (UME) velaba a los difuntos.
Los boinas amarillas se desvivían por humanizar el gigantesco velatorio. «Las familias pueden estar tranquilas. Hemos tratado a los fallecidos como si fueran nuestros caídos, con la máxima dignidad. Nunca tocaron el suelo, siempre descansaron en camas y nunca estuvieron solos. Hicimos servicios de imaginaria al lado de los cuerpos», asegura el comandante Pedro Casado.
El Instituto de Medicina Legal (IML) de Valencia habilitó un dispositivo para agilizar las autopsias con más de 60 forenses, además del personal de laboratorio que colaboró en las tareas de recepción de muestras y de clasificación y custodia de objetos personales
«Lo más duro fueron los levantamientos de los cuerpos. Ver el caos en directo y recibir peticiones de ayuda desde las casas inundadas y no poder hacer nada. Eso fue lo peor», afirma un forense. Los equipos de psicólogos atendieron a varios médicos que sufrieron secuelas por las penosas jornadas de trabajo. Con respecto a las causas de las muertes, las que más se repetían eran las asfixias por sumersión y aspiración de lodo (oclusión de vías aéreas), aunque algunas víctimas fallecieron por infartos.
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Tras dos noches en las que apenas durmieron, los refuerzos de forenses llegaron desde Alicante, Murcia, Cartagena, Castellón, Barcelona, Tarragona, Albacete, Cuenca, Ciudad Real, Madrid, Palma de Mallorca, Burgos, Cáceres y varias ciudades de Andalucía.
Pero ¿quién cuida al cuidador?, ¿sufren también secuelas psicológicas los profesionales que trabajan en condiciones tan aflictivas? «No somos de hierro. Fue duro para nosotros y vinieron psicólogos de la Dirección General de la Guardia Civil para ayudarnos a sobrellevar estos momentos tan angustiosos», explica el comandante Martínez.
«El ADN de la Guardia Civil es lo que nos mantuvo dispuestos a dar humanidad a los cadáveres», añade Miguel Ángel García, uno de los guardias civiles del equipo de dactiloscopia. A pesar de su dilatada experiencia, nunca había realizado tantas necroidentificaciones. «En un homicidio vas con la intención de averiguar cómo murió la víctima y el arma empleada, pero en esta DANA es todo muy distinto. Son víctimas de la naturaleza», señala el especialista del laboratorio del Servicio de Criminalística.
Después del accidente aéreo de Tenerife, con 583 muertos en 1977, la depresión aislada en niveles altos (DANA) que asoló la provincia de Valencia, el fatídico 29 de octubre, es la catástrofe con mayor número de víctimas en España. Supera también en número de personas fallecidas a las tragedias de los cámpines de Los Alfaques (215) y Biescas (87) que tuvieron lugar en 1978 y 1996, respectivamente.
«En un accidente de avión es más fácil identificar a las víctimas: tienes hasta una lista de pasajeros», dice Martínez. «Pero cuando la zona del desastre es tan grande y el agua arrastra los cuerpos se complica todo», añade con el rostro cariacontecido. Prueba de ello es el cadáver hallado el 31 de octubre en la playa del Mareny Blau en Sueca. La víctima desapareció en Vilamarxant y su cuerpo fue localizado en la costa.
Otros familiares del comandante también auxiliaron a víctimas de inundaciones en el pasado y el presente. Tras la riada de 1957, el guardia civil Abilio (padre) socorrió a unos chabolistas en la zona del cuartel de Cantarranas; el capitán José Luis (hermano) rescató, junto con la tripulación del helicóptero que pilotaba, a varias personas que estaban en peligro tras el desbordamiento del barranco del Poyo en 2004, y el submarinista Alejandro (sobrino) participó en los operativos de búsqueda de desaparecidos tras la última DANA.
En la memoria de la familia Martínez, y en la de otros muchos guardias civiles, hay un recuerdo obligado para la tragedia del barranco de Bellver en Oropesa del Mar. El 14 de septiembre de 1850, una tormenta azotó la provincia de Castellón. Las lluvias torrenciales hicieron intransitables los caminos, y por uno de ellos circulaba una diligencia con correo y pasajeros, que fueron arrastrados por una riada.
Los guardias civiles Pedro Ortega y Antonio Giménez intentaron rescatar a las víctimas y perecieron en el intento junto con las personas que iban en el carruaje. Ellos fueron los primeros agentes de la Benemérita que perdieron la vida en acto de servicio, y las primeras víctimas de la Guardia Civil por una borrasca.
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