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Si no lo has intentado nunca, hazlo. Intenta hacerte cosquillas a ti mismo. Nada. No conseguirás nada. Parece una tontería, pero es una acción que lleva a conocer un poco más cómo funciona nuestro cerebro. Y es algo sorprendente. La respuesta no está tiene la piel, ni el estado anímico en el que nos encontremos. La clave, el porqué no podemos conseguir ni un mínimo cosquilleo en nuestro propio cuerpo, está en el cerebro y se llama descarga corolaria.
Nuestro cerebro procesa dos tipos de sensaciones: las que nos vienen del exterior y las que nos llegan de nosotros mismos. Cuando intentamos hacernos cosquillas, nuestro cerebro anticipa el movimiento y su efecto, restando novedad y sorpresa, que son elementos esenciales en la percepción de las cosquillas.
El cerebelo, una parte del cerebro que se encarga de coordinar los movimientos, predice las sensaciones táctiles inminentes cuando realizamos una acción sobre nuestro propio cuerpo. Cuando intentas hacerte cosquillas, el cerebelo manda señales a otras partes del cerebro indicando que el toque es autoinducido. Esto permite al cerebro disminuir o ignorar la respuesta sensorial resultante, evitando la típica reacción extrema o de sorpresa que se experimenta cuando otra persona nos hace cosquillas. Y, llevada al extremo, se convierte en una salvaguarda de la superviviencia humana.
¿Pero qué ocurre exactamente en el cerebro para que no podamos hacernos cosquillas a nosotros mismos? El cerebro, entre sus múltiples funciones, tiene una tarea constante que consiste fundamentalmente en diferenciar qué sensaciones generamos nosotros y cuáles vienen del exterior. Piensa que si no sería un caos. Estaríamos en alerta constante con cada roce, con cada movimiento propio.
Para evitar eso, utiliza un mecanismo llamado descarga corolaria o copia eferente. Cuando tu cerebro da la orden de mover, por ejemplo, tu mano para tocarte, no solo envía esa orden a los músculos, sino que a la vez manda una copia de esa orden a las áreas sensoriales. Esa es la copia eferente. Es como si mandara un aviso interno para advertir de lo que va a suceder y evitar sustos innecesarios. Un spoiler que advierte de lo que va a pasar con antelación.
Como la sensación es totalmente predecible, ya que ha existido ese aviso previo, el cerebro la atenúa, le quita importancia. Y desaparece la sorpresa. Y para que las cosquillas surtan efecto se necesita que exista el factor sorpresa. Sin ella, adiós al cosquilleo. Lo dicen los neurocientíficos, pero lo experimenta cada persona. Hay acción, pero no reacción.
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En cambio, si las cosquillas vienen de otra persona no hay preaviso, hay sorpresa... y hay cosquilleo. Y esa imprevisibilidad es lo que hace que el cerebro lo interprete como una alerta. Así, activa áreas como la amígdala, muy ligada a las emociones, o el córtex cingulado anterior, que se activa ante cosas inesperadas o conflictivas. Y esa risa, esas ganas de apartarse, son la forma de liberar la atención de esa falsa alarma táctil, una reacción tal vez defensiva.
Todo este proceso se produce en varias áreas clave del cerebro. La primera es el cerebelo. Y se ve claramente en la corteza somatosensorial, que es la que procesa el tacto. Y hay mucha menos actividad cuando el toque es propio que cuando es externo.
Los expertos también mencionan el córtex singulado anterior, que modula esta respuesta quizá en la parte más emocional o de alerta. E incluso interviene la sustancia gris periacoeductal, relacionada con respuestas de juego y risa.
Es un sistema fundamental para distinguir entre el yo y el no-yo. Es lo que permite que veamos el mundo estable aunque movamos los ojos, por ejemplo. Es nuestra sensación de ser yo. Un principio de realidad neurológico que no es solo humano, ya que se ha visto en otros animales, como en gusanos como el C. elegans.
Los estudios sobre el tema sugieren que algunas personas con esquizofrenia, sobre todo las que tienen alucinaciones auditivas, las voces, o delirios de control, esa sensación de que no controlan sus acciones, en ocasiones sí pueden hacerse cosquillas.
La hipótesis principal es que les falla precisamente este mecanismo predictivo, porque la descarga corolaria no funciona del todo bien. Su cerebro no atenúa correctamente las sensaciones que ellos mismos producen. Y entonces, ¡sorpresa! Pueden resultar inesperadas como si vinieran de fuera. Y eso encaja con la dificultad para distinguir a veces si un pensamiento es propio o es una voz externa.
Y esto abre la puerta a nuevas preguntas que algunos científicos han empezado a hacerse. Si esto sucede con el tacto, tal vez existan mecanismos parecidos, quizá más sutiles, modelando cómo percibimos nuestros propios pensamientos o emociones, filtrando, atenuando, realzando, definiendo al final nuestra experiencia subjetiva.
En conclusión, este mecanismo neurofisiológico esencial para la percepción y es el que permite al sistema nervioso distinguir entre estímulos autogenerados y externos. Este mecanismo no solo es crucial para la adaptación y la interacción con el entorno, sino que también tiene implicaciones para la comprensión de la autoconciencia, la voluntad, el realismo filosófico y la patología en condiciones como la esquizofrenia.
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