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El Helicobacter pylori es una bacteria que se aloja en el estómago y que, pese a su diminuto tamaño, puede tener un gran impacto en la salud digestiva. Según informan desde Mayo Clinic, esta infección es una de las causas más comunes de las úlceras gástricas y duodenales, y se calcula que afecta a más de la mitad de la población mundial. Aun así, en la mayoría de los casos, quienes la padecen no presentan síntomas y desconocen su presencia.
El contagio de Helicobacter pylory suele producirse en edades tempranas y está estrechamente ligado a las condiciones de vida. Factores como el hacinamiento, la falta de acceso a agua potable o vivir en países en vías de desarrollo aumentan el riesgo de exposición a esta bacteria. También puede transmitirse por contacto directo con la saliva, el vómito o las heces de una persona infectada, o a través de alimentos y agua contaminados.
Aunque muchas personas pueden convivir con el Helicobacter pylori sin presentar molestias, en otras sí aparecen síntomas, especialmente cuando la infección da lugar a una gastritis o a una úlcera péptica. Entre las señales más frecuentes se encuentran:
- Dolor ardiente o urente en el estómago.
- Náuseas persistentes.
- Pérdida del apetito.
- Eructos frecuentes.
- Sensación de hinchazón.
- Pérdida de peso involuntaria.
Este dolor, que puede intensificarse con el estómago vacío, es uno de los motivos por los que un profesional sanitario puede solicitar pruebas específicas para detectar la bacteria.
Cuando hay sospecha clínica, existen diferentes métodos para confirmar la infección, como análisis de sangre, pruebas de aliento, de heces o una endoscopia con biopsia. Una vez diagnosticado, el tratamiento habitual incluye una combinación de antibióticos para eliminar la bacteria, junto con medicamentos que reducen la acidez del estómago, lo que facilita la curación de las úlceras.
La buena noticia es que, si se sigue adecuadamente el tratamiento, la infección puede erradicarse por completo. No obstante, si no se trata, el Helicobacter pylori puede persistir durante años y aumentar el riesgo de complicaciones gástricas más graves.
Dado que aún no existe una vacuna, la mejor estrategia para prevenir el contagio es mantener unas buenas condiciones de higiene, especialmente en la manipulación de alimentos y en el consumo de agua potable. Asimismo, es importante evitar el contacto con secreciones de personas que puedan estar infectadas.
En definitiva, aunque el Helicobacter pylori puede convivir con el organismo sin causar síntomas, no conviene subestimarlo. Su diagnóstico precoz y tratamiento adecuado son esenciales para evitar que esta bacteria silenciosa se convierta en un problema mayor para la salud.
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