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Eslava Galán, entre fogones.
Juan Eslava Galán, el viajero que miraba el mundo con escepticismo
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Juan Eslava Galán, el viajero que miraba el mundo con escepticismo

El divulgador histórico, que acaba de publicar 'Viaje a Tierra Santa', no perdona los domingos en el rastro, prepara ollas cuartelarias de cocido que luego congela y combate el sedentarismo a base de aquagym. Devora cine pero no series

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Domingo, 29 de mayo 2022, 00:35

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Es Juan Eslava Galán (Arjona, 1948) un hombre tranquilo y de hablar pausado, de madrugones consagrados al trabajo y en el comedor horarios casi afrancesados. Lúcido sobre los problemas del mundo que le ha tocado vivir y de vuelta de todo, quizá porque la Historia siempre se repite y él la mira como el escéptico en que se ha convertido. Si no viaja más es porque la edad impone peajes que el corazón no entiende, aunque la entrevista transcurra con él en Badajoz el día que sale a la venta 'Viaje a Tierra Santa' (Planeta), que firma junto a Antonio Piñero. La cocina reserva algunos de sus mayores placeres a este apóstol de la cuchara, entre ollas de tamaño cuartelario donde borbotea el cocido que luego congela.

Domingo

12.00 horas. Ir al rastro es una de las rutinas que no perdono si estoy en Madrid. Busco libros descatalogados, curiosidades, cartas... Alguna vez he comprado hasta un cuadro. No soy coleccionista, sencillamente me gusta escudriñar en las biografías ajenas.

Lunes

5.00 horas. No necesito despertador y es absurdo quedarme en la cama dando vueltas. Soy de los que piensan que aunque el día tenga 24 horas, no todas tienen el mismo valor. Así que empiezo a trabajar. Ahora estoy enfrascado con la toma de La Bastilla y la Revolución Francesa, un ensayo que saldrá el año que viene. Trabajo en chándal, lo mismo cuando me documento que la redacción. Subrayo en rojo los libros que utilizo sentado en el sofá, porque tengo problemas de circulación en las piernas. Para escribir voy al ordenador, más rápido y aseado, sobre todo si haces correcciones.

7.00 horas. Los hijos ya son mayores, así que desayuno con Isabel, mi mujer. Una tostada con aceite, medio litro de zumo de naranja, una leche manchada...

11.00 horas. Vivo a 30 metros de la Puerta del Sol, algo que todos envidian hasta que llega la Navidad, claro. Me tomo un descanso y voy a hacer la compra; nada de grandes superficies, salvo cuando toca hacer pedido y te lo traen a casa. Yo soy más de colmados. El pan, una mezcla de trigo y centeno, en una panadería gallega donde lo hacen con leña; huevos y verduras, en el mercado de Antón Martín.

Martes

9.30 horas. Dos días a la semana voy a clases de aquagym, algo necesario con la vida sedentaria que llevo. Me dan un buen tute y acabo cansado, pero salgo del entumecimiento de pasar tanto tiempo sentado o tumbado.

11.30 horas. Vivimos en la sociedad de la información y lo que alumbramos son escépticos. Ojo, está bien ser uno de ellos, y más ahora, que nos bombardean continuamente con noticias, unas ciertas, otras contradictorias y el resto directamente falsas. Hasta la fotografía, que tenía un valor notarial, se pervierte. De las redes sociales ni hablo. Diría incluso que ser escéptico es hasta sano.

13.00 horas. Hoy voy a descongelar cocido, porque cuando me pongo lo hago en una olla cuartelera y lo mismo me salen 20 raciones que luego guardo en bolsas de plástico. Pero lo que mejor me queda son las sopas frías, como ajoblanco o gazpacho. Siempre me ha gustado cocinar, hasta publiqué un libro a medias con mi hija tomando como referencia el recetario escrito a mano de mi madre para que no se perdiera.

Miércoles

11.00 horas. Estoy en Badajoz, haciendo la promoción de 'Viaje a Tierra Santa'. Toda la mañana de entrevistas (esta es una de ellas, por teléfono). El libro es un recorrido por los escenarios de Palestina vinculados a la tradición cristiana, desde la zarza en llamas hasta el conflicto árabe-israelí. Que la historia siempre se repita dice de nosotros como sociedad que no escarmentamos; que aunque somos capaces de enviar un cohete a Marte, nuestro comportamiento deja mucho que desear. Regresaré en coche después de comer, con el chófer que me ha puesto la editorial.

19.00 horas. Siempre he distinguido entre el viajero y el turista, que no es más que un coleccionista de paisajes, alguien que se saca la foto allá donde va la muchedumbre y no se entera de nada. El viajero hace de cada comida, de cada encuentro, un descubrimiento. Yo siento pasión por París -una ciudad inagotable- y por Jerusalén, que he visitado dos veces en un lapso de 50 años y que sorprende por las vibraciones que transmite. Una vez, en Marruecos, cuando hacía mi tesis doctoral sobre castillos bajomedievales, quise comprar un pan caliente y el que lo hacía me lo tendió sin esperar nada a cambio. «No me tiene que dar nada, voy a seguir siendo igual de pobre», dijo. No lo he olvidado.

21.00 horas. Me gusta cerrar el día con un buen libro, nada que tenga que ver con lo que estoy escribiendo ni tampoco novela negra. Ahora estoy con 'Lágrimas de oro', de José Luis Gil Soto, ambientada en el Perú de la conquista española. Fantástica obra, teniendo en cuenta además la juventud de su autor. Después de una hora, me acabo quedando frito.

Jueves

22.30 horas. La pandemia me ha enseñado paciencia, aunque soy muy casero y otros lo habrán pasado peor. También la generosidad de algunas personas y su espíritu de sacrificio, meterse en la boca del lobo aun a riesgo de su propia vida. Pero al mismo tiempo he sido testigo del egoísmo; viejos abandonados por sus hijos y a los que ahora desheredan. Son cosas que te remueven.

14.30 horas. Nada más comer, me tumbo a ver el noticiario de La 1 o Antena 3, pero siempre me acabo quedando dormido. Quince minutos, veinte todo lo más. Más allá me parece un exceso, me deja ' cortao', como decimos en Andalucía, para el resto del día.

21.00 horas. Algún día a la semana -o al mes- me voy a cenar con mi amigo Arturo Pérez-Reverte o a almorzar con Edu Galán. Es toda la vida social que hago, ya ves que no es mucha. Con el primero en algún restaurante de la Cava Baja; con el segundo, al Varela de la calle Preciados. Esta noche pedimos un picoteo de jamoncito y yo unas alcachofas. Arturo y yo hablamos y hablamos, de todo lo divino y de lo humano. No sólo de literatura, también de política, de la guerra... Ahora toca Ucrania, como si ya no quedaran más conflictos en el mundo.

Viernes

19.00 horas. Vuelvo de dar un paseo por Rosales, una hora como mínimo. El plan es cena y acto seguido ver alguna película, lo mismo antigua que moderna. Tenemos una buena colección. Ponemos 'Apache', con Burt Lancaster, que yo recordaba haber visto de chaval. Nos gustan más que las series, aunque 'disfrutamos mucho con 'The good wife' y 'Breaking bad', la del profesor de instituto que se mete a fabricar metanfetaminas.

22.30 horas. El hombre es el único animal consciente de su propia muerte y eso le empuja a inventarse un más allá para combatir la angustia. Es cierto que nos apartamos cada vez más de las creencias tradicionales, pero lo que hacemos es sustituirlas por otras nuevas, cambiando la trascendencia cristiana por otras aún menos creíbles.

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