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«Tú eres el Santo, el que hace maravillas. Tú eres el fuerte, tú eres el grande». Sin duda, a Donald Trump le hubiera gustado ... escuchar esas palabras de rendida admiración cuando se propuso para Papa, pero Gilberto Cavazos-González, profesor de Espiritualidad Cristiana en la Unión Teológica Católica de Chicago, ni siquiera las escribió para el nuevo pontífice, su compañero de estudios en 1982, sino para el mismísimo «Dios Altísimo y Glorioso». El jueves acababa de publicarlas en Facebook cuando el profesorado irrumpió en gritos de júbilo ante la fumata blanca.
A él, nacido «en el México ocupado, o sea, Texas» aclara, solo le preocupaban dos cosas: ¿Qué zapatos llevaría cuando saliera al balcón? ¿Nombraría a su predecesor? En su primer discurso, Francisco no nombró a Benedicto, ni este a Juan Pablo II, pero León se apresuró a tranquilizar a su rebaño: ·Todavía tenemos en los oídos la voz débil pero valiente del Papa Francisco bendiciendo Roma·, entonó.
El académico franciscano estaba electrizado. El nuevo pontífice no se había calzado los zapatos rojos que tanto embelesaban a Benedicto, sino unos negros propios, como hacía Francisco. Todas las señales indican que habrá continuidad en la misión social de la Iglesia, en un momento en el que EE UU vive un vacío de liderazgo moral que tiene desconsolados a muchos católicos.
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«Necesitamos un líder, porque el curso que lleva nuestro país no es el correcto», opina Joe Jonaitis, que había arrastrado a sus tres querubines hasta la catedral del Santo Nombre de Chicago. «Mi abuelo era un refugiado de Lituania, la justicia social es muy importante para mí y, en particular, el trato a los refugiados. Nunca deberíamos hacer sufrir a otros solo porque no son de aquí». Y al decirlo se le quiebra la voz.
León XIV sabrá escuchar su congoja. Se lo enseñó hace 44 años en la clase de Confesión Gilbert Ostdiek, profesor emérito de Liturgia en la Unión Teológica Católica. Retirado a sus 93 años, el maestro del Papa no ha perdido un ápice de lucidez, ni los valores para formar a un buen prelado. «Los hombres escuchan para saber cómo resolver un problema. Las mujeres escuchan para oír la historia, es muy distinto. Yo le enseñé que para confesar hay que escuchar con el oído o el corazón, no con la cabeza».
La lección caló hondo. Quienes le conocen, destacan esa virtud del cardenal Prevost, un hombre culto y elocuente que sabe escuchar, «porque no habla para escucharse a sí mismo, ni busca ser el centro de atención», cuenta la analista de la revista católica 'Crux', Elise Allen. Prevost ya era así en clase. Cavazos-González le recuerda como alguien reservado y dedicado a sus estudios.
La clase de Confesión enseñó al nuevo Papa a ser «muy empático», recuerda su profesor. «La gente tiene que sentir que eres parte del círculo de sus vidas, para que no te perciban como alguien que les va a juzgar. Tienen que experimentarte como a un compañero», afirma.
Ostdiek no tiene dudas de que su antiguo alumno tiene las cualidades necesarias para guiar a su rebaño en estos tiempos de tribulaciones y adversidades, además de una experiencia de vida «tremendamente rica» por su experiencia pastoral en Perú. «Para ayudar a la Iglesia a afrontar el mundo de hoy, antes que nada hay que acompañar a las personas, conociéndolas y llevándoles algo de paz, aceptación, respeto y dignidad a sus vidas», afirma.
Han sido ciento diez días muy duros desde que Trump reemplazó en la Casa Blanca al primer presidente católico de EE UU tras John F. Kennedy. En medio de esa deriva moral, el fallecimiento del Papa Francisco ahondó la sensación de desamparo que experimentan muchos católicos. En la universidad católica de Hyde Park, donde el joven Robert Prevost hizo su master en Divinidad, el profesor Cavazos-González piensa que el nombramiento del primer papa estadounidense es una señal del cónclave a EE UU y, de facto, un contrapeso a Trump. Sus pronunciamientos en Twitter descalificando de forma rotunda al vicepresidente JD Vance alimentan la esperanza de un rebaño a la deriva, que busca un pastor firme que le defienda y reconforte.
Su nacionalidad hace que los feligreses de EE UU le vean «más cerca», dice Edgard Lozano al salir de la catedral. «Facilita un poco la conexión». En Chicago se le recuerda como a un hombre humilde y cercano, que aprovechaba las visitas a su hermano para salir a tomarse un trozo de pizza y una cerveza con sus viejos amigos del seminario, o hasta una margarita, dijo el padre John Merkelis a Efe. «Bob», para los amigos, «no es alguien que vaya a tomarse una cena de 19 platos», decía su hermano. Cuando venía de Roma, ya como cardenal, no se alojaba en hoteles, sino que aceptaba el cuarto de huéspedes de los agustinos. Destacaba por su sentido del humor, su elocuencia y, por supuesto, por escuchar. Eso es lo que se espera que haga en esta primera etapa al frente de la Iglesia, en la que sus ovejas tienen tantos lamentos que compartir.
Imagen de León XIV en la pantalla gigante del estadio Rate Field de Chicago durante un partido de béisbol el pasado viernes. reuters
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