Borrar
Los ponentes explicaron la importancia de las cátedras en la relación entre la universidad y el tejido empresarial valenciano.

Ver 36 fotos

Los ponentes explicaron la importancia de las cátedras en la relación entre la universidad y el tejido empresarial valenciano. Josep Bort
Mesa de expertos

Las cátedras: donde la universidad se abre y la empresa escucha

Sandra Paniagua

Domingo, 30 de noviembre 2025, 00:34

Las cátedras son mucho más que un convenio entre la universidad y la empresa. En realidad son esa frontera porosa donde la universidad deja de ser torre de marfil y la empresa abandona sus prejuicios, sobre todo lo relacionado con el ámbito académico. Y es justo ahí, en esa grieta fértil entre teoría y práctica, donde están transformándose el talento, la investigación e incluso la forma en que entendemos el desarrollo económico valenciano.

Para conocer en profundidad lo que son las cátedras y su importancia tanto para la sociedad como para el tejido empresarial de la Comunitat Valenciana, LAS PROVINCIAS reunió en La Rotativa a David Cabedo, vicerrector de Innovación, Transferencia y Divulgación Científica de la Universitat Jaume I; Elena de la Poza, vicerrectora de Empleo, Formación Permanente y Lenguas, de la Universitat Politècnica de València; la doctora Esther Pagán Castaño de la Cátedra de Pensamiento Analítico Divina Seguros - ESIC University. Docencia e Investigación en ESIC Business & Marketing School; y Juanjo Torres, director Cátedra de Cultura Empresarial de la Universitat de València-ADEIT, quienes trazaron con sus palabras un mapa coral de cómo funcionan, para qué sirven y hacia dónde van las cátedras universidad–empresa.

«Una cátedra no es de la empresa, en sí misma, sino que es de la empresa para estudiar algo en concreto», señalaba David Cabedo, casi a modo de brújula durante la mesa de expertos. Y ese fue, tal vez, el espíritu que atravesó toda la conversación: foco, utilidad, impacto. Porque a lo largo del debate quedó claro que las cátedras son hoy por hoy uno de los mecanismos más potentes, y a la vez más desconocidos, para acercar la universidad a la sociedad. Si no que también es necesario repensarlas, hacerlas crecer y, sobre todo, explicarlas y contarlas mejor.

Un engranaje invisible

Las cátedras funcionan como ese engranaje que nadie ve, pero que sostiene el movimiento. El primer paso para el nacimiento de una cátedra es un convenio. Una firma que compromete a universidad y empresa o institución a colaborar, aportar recursos y definir un plan de actuación que sea realista y útil. Lo explicaba en el debate Elena De la Poza al señalar que «conceptualmente, una cátedra es un convenio de colaboración firmado, donde quedan reflejados los compromisos de ambas partes» y ese compromiso no es simbólico.

Las cifras son claras, ya que, tal y como indicaron los ponentes, en la UPV, mínimo son 35.000 euros para poder desarrollar una cátedra; en la UJI, 30.000; y en lo que respecta a las aulas de empresa son 15.000 euros. Cantidades que no solo financian actividades, sino que obligan a las partes a pensar a medio plazo. «La diferencia entre una cátedra y otras colaboraciones es que la cátedra te permite un marco de colaboración permanente», recordaba David Cabedo.

Ese «permanente» es clave. Porque la universidad se mueve en tiempos largos, de rigor, de investigación, de escalada lenta. Mientras que la empresa lo hace en ciclos más cortos, con urgencias, con cambios de estrategia que pueden redefinir sus prioridades. Es por ello que se puede decir que las cátedras funcionan como un puente donde se sincronizan esos dos relojes.

«A veces, la formación reglada se queda corta», admitía De la Poza. Y es ahí donde estas alianzas amplían el mapa: másteres específicos, retos tecnológicos, investigación aplicada, divulgación científica, prácticas, visitas a empresas, premios, actividades de pensamiento crítico… Todo eso cabe bajo el «paraguas», como así lo definió, de una cátedra.

Por su parte, Esther Pagán lo decía con otra mirada, la de quien dirige una cátedra nacida de valores empresariales, ya que «las acciones deben alinearse con los valores de quien promueve la cátedra y aportar algo a la sociedad, siempre acompañados de rigor científico». Ese rigor, ese sentido, convierte la alianza en algo más profundo que una donación o un patrocinio.

A todo lo señalado se suma ese impacto más humano: lo que ocurre cuando un CEO entra en un aula. Juanjo Torres, cuya cátedra se sostiene sobre un patronato de 50 empresas, lo resumía al indicar que «un testimonio real te cambia el 'mindset' o mentalidad. Ya que los empresarios acuden al aula y escucharlos te inspira, sus consejos te ayudan. Recuerdo cuando fui alumno de la cátedra que vino un empresario y nos decía 'piensa como si facturaras 500 millones, aunque aún no lo hagas».

De hecho, estas vivencias en las cátedras, estas frases son las que reconfiguran la cabeza de un estudiante. Lo saben los directores de cátedra, los docentes y también los empresarios. Los cuatro ponentes hablaron del talento como un punto clave en la actualidad. De las palabras de los cuatro se puede concluir que el talento no se pesca, se cultiva. Y para cultivarlo hace falta tiempo, paciencia, oportunidades y, sobre todo, contexto. Ese contexto lo crean las cátedras.

David Cabedo lo explicaba con un ejemplo que casi funciona como metáfora: una cátedra que impulsó la formación de doctores en una empresa que no sabía que los necesitaba. «Les ha ayudado a crecer enormemente, especialmente en innovación», contaba. A veces la universidad abre horizontes que la empresa no ve.

Por su parte, la UPV, con más de 110 cátedras —cifra que se convierte en récord nacional— es experta en esta siembra. Y no solo en ingenierías, ya que Elena de la Poza señala que «tenemos cátedras de construcción, energía, arquitectura, finanzas, alimentación... y seguimos creciendo», enumeraba, dando muestra que la diversidad es una señal de madurez del sistema.

Los hackatones, retos y competiciones fueron otro de los territorios donde todos coincidieron. De la Poza lo explicaba con entusiasmo: «En 24 horas, los estudiantes resuelven un problema real de la empresa. La empresa observa, aprende y selecciona talento. Y muchos de esos proyectos acaban integrándose en la empresa». Esta imagen es clara: la empresa entra en la universidad no como cazatalentos, sino como coproductora de conocimiento.

Pero lo interesante es ver cómo esas dinámicas bajan hasta la secundaria o la primaria. Porque sí: también ahí llegan las cátedras. La Cátedra STEAM de la UPV, por ejemplo, abre la universidad a institutos y colegios, mostrando que la ciencia también pertenece a los adolescentes. «Eso despierta vocaciones», apuntaba David Cabedo quien también explicó que la UJI tiene proyectos también en institutos.

En la misma línea se pronunció Esther Pagán, ESIC también cuenta con acciones en institutos, al añadir otra capa de conocimiento y habilidades, como son las competencias. «Es muy difícil medir el trabajo en equipo o el pensamiento analítico, decía Pagán, pero las cátedras permiten practicarlo, equivocarse, volver a intentarlo. Es aprendizaje. Y eso, aunque cueste medirlo, transforma vidas».

Mientras tanto, Juanjo Torres recordaba algo que suele olvidarse: el emprendimiento no es solo crear empresas. Es una actitud, una forma de estar en el mundo. «No todo el mundo emprenderá, pero el virus del emprendimiento te hace más proactivo, más comprometido, más capaz de mejorar tu entorno. Por ello existe la figura del intraemprendedor». Y ahí las cátedras actúan como incubadoras emocionales, más que formativas.

Además, los ponentes insistieron en que la transferencia de conocimiento no es un flujo «de la universidad hacia la empresa», sino un intercambio bidireccional. Como matizó David Cabedo, ese diálogo continuo genera nuevas ideas, oportunidades y soluciones que no surgirían desde una única dirección. Las cátedras, dijo, funcionan como un espacio donde investigadores y empresas «se encuentran, hablan y se entienden», y de esas conversaciones, a veces informales, nacen proyectos reales.

Otro de los elementos clave que se destacó fueron los doctorados industriales, una herramienta que tanto Cabedo como De la Poza subrayaron como fundamental. Estos programas permiten que un doctorando desarrolle su tesis dentro de una empresa sobre un problema estratégico real, con la supervisión conjunta de un investigador universitario y un responsable empresarial. Para las empresas, es una vía directa de innovación; para la universidad, un puente perfecto de ida y vuelta. Las cátedras, explicaron, son a menudo el marco que hace posible firmar estos acuerdos y convertirlos en proyectos de largo recorrido.

El impacto real

Durante el debate también se abordó a la importancia de medir el impacto real de las cátedras no solo para la empresa y la universidad, sino también para la sociedad. Y hablar de impacto es hablar de métricas. En este punto los ponentes fueron claros. Número de prácticas. Número de contratos. Número de empresas creadas. Participación en proyectos de I+D. Tesis doctorales. Y también algo más sutil: vocaciones científicas despertadas en secundaria.

«Lo que permite medir el éxito es que se alcancen metas en formación, divulgación y captación de talento», resumía Cabedo.

No obstante, también hubo espacio para señalar que falta comunicación, visibilidad y conexión entre cátedras. «Aún hay muchas empresas que no saben lo que es una cátedra», lamentaba el propio Cabedo. Y De la Poza añadía un propósito de futuro inmediato: «Queremos que la cátedra sea un mecanismo tractor de inversión extranjera».

Por su parte, Juanjo Torres, desde la perspectiva de 25 años de trayectoria, fue rotundo, ya que «la empresa y la universidad ahora caminan más de la mano que nunca, pero todavía queda recorrido para convertir Valencia en un verdadero foco internacional de emprendimiento y transferencia de conocimiento».

Esther Pagán subrayó la importancia de «crear redes entre cátedras para evitar duplicidades. No repetir, sino sumar. No competir, sino compartir. Intentamos aportar valor sin repetir acciones», dijo con claridad.

También salió a debate si las cátedras pueden o no convertirse en agencias de colocación. La respuesta compartida —con matices— fue no. Y el motivo es simple: una cátedra es mucho más que una vía rápida para encontrar trabajo. Es formación, diálogo, reflexión y también un espejo donde la empresa reflexiona sobre sus propios procesos.

De la Poza señaló que «atraer talento es difícil, pero fidelizarlo lo es aún más». Las cátedras ayudan a ambas cosas, pero sin perder el norte académico. Por su parte, Cabedo insistió en el equilibrio porque «el plan de actividades siempre incorpora formación, divulgación y conocimiento, no solo captación de talento». Ese plan es la brújula que evita que la cátedra se desvíe.

Al final, todos coincidieron en que el futuro pasa por crecer, sí, pero crecer mejor: más coordinación, más sinergias, más conexión entre universidades y empresas, más divulgación científica, más impacto social real.

Si algo quedó claro en esta mesa es que las cátedras son el punto donde confluyen tres mundos que a veces se miran de reojo, pero que se necesitan. Juanjo Torres lo resumió perfectamente: «Hay tres grupos de interés: universidad, empresa y alumnado. Y es una relación inevitable, se necesitan mutuamente».

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias Las cátedras: donde la universidad se abre y la empresa escucha