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Si alguien pensaba que la madurez era sinónimo de silencio, de quedarse en un rincón viendo pasar la vida como quien ve una telenovela repetida, ... es que no ha asistido a una charla entre Xavier Sardá y Manuel Campo Vidal. Y menos aún, a una de esas charlas en las que el público, lejos de dormitar, se convierte en protagonista, cómplice y, por qué no decirlo, en el mejor ejemplo de que la experiencia no solo es un grado, sino un máster con matrícula de honor. La cita era en el centro financiero all in one de Caixabank en Valencia, dentro del ciclo de charlas Generación + que la entidad bancaria mantiene en distintas ciudades de España, y el ambiente, desde el primer minuto, olía a complicidad, a risas y a esa sabiduría que solo se destila cuando uno ha vivido lo suficiente como para saber que la vida, al final, es cuestión de saber contarse. Más de un centenar de personas, la mayoría con la jubilación ya en el bolsillo (y algunos con la vitalidad de un becario recién llegado), llenaban la sala. Y allí estaban ellos, Sardá y Campo Vidal, dos pesos pesados del periodismo, dispuestos a hablar de lo que mejor saben: la comunicación, la opinión y, sobre todo, la importancia de hacerse oír cuando las canas ya no son una novedad, sino una declaración de intenciones.
Xavier Sardá, fiel a su estilo, no tardó ni treinta segundos en romper el hielo. «No quiero hacer esperar más a este público maravilloso», arrancó, mirando de reojo a los asistentes, como quien sabe que la puntualidad es una virtud que se valora más con los años. Y es que, como él mismo confesó, «la jubilación o la madurez no es una retirada, es un nuevo inicio; una etapa para participar, para opinar y para compartir». Nada de echarse a un lado. Aquí se viene a hablar, a decir lo que uno piensa y, si hace falta, a pedir ayuda. «Saber expresarnos con seguridad no es solo cuestión de dar un discurso o hablar en público, es saber pedir ayuda cuando la necesitamos», sentenció, mientras el público asentía con esa media sonrisa de quien sabe que, a veces, pedir ayuda es el mayor acto de valentía.
A su lado, Manuel Campo Vidal, con esa voz de narrador de grandes acontecimientos, recogía el testigo y lo elevaba a categoría de arte. «La comunicación es también una forma de cuidarse y de mantenerse activo, como puede ser el ejercicio o la dieta», explicó, dejando claro que hablar, opinar y compartir no solo es bueno para el alma, sino también para la salud. Y, por si alguien tenía dudas, añadió algunos trucos para mantener la claridad al hablar y, sobre todo, para no perder el contacto con la familia y los amigos. «Hay que reeducar la expresión verbal, mantener la comunicación constante con los nuestros», aconsejó, como quien da una receta infalible para no envejecer nunca del todo.
Pero si algo quedó claro en la charla es que aquí no había espectadores pasivos. Sardá, siempre dispuesto a meter el dedo en la llaga (con cariño, eso sí), lanzó la pregunta al aire: «¿Nos cuesta más hablar cuando nos hacemos mayores?». Y ahí, entre murmullos y miradas cómplices, una señora del público se atrevió a responder: «A mí me cuesta expresarme en según qué situación». La sala, lejos de quedarse en silencio, se llenó de murmullos de aprobación. Porque sí, a veces cuesta. Porque los nervios, la inseguridad o simplemente el miedo a no ser escuchados pueden jugar malas pasadas. La respuesta de los periodistas fue unánime y, sobre todo, alentadora. Sardá, con ese humor que le caracteriza, animó a la señora (y, de paso, a todos los presentes) a no dejar nunca de aprender. «Hay que atreverse, ser comunicativos y huir de los miedos», dijo, recordando que la capacidad de comunicar no se pierde con la edad, sino que se enriquece. Campo Vidal, por su parte, fue más allá: «Este es un país que ha jubilado muy pronto la experiencia. Conozco muchos jóvenes de 70 y muchos viejos de 30. Depende de la actitud. Duran más los que permanecen activos». Y ahí quedó eso, como un mantra para repetir cada mañana frente al espejo.
Uno de los grandes temas de la charla fue, sin duda, el valor de la experiencia. Campo Vidal, que ha moderado debates entre presidentes y ha entrevistado a medio país, lo tiene claro: «A la comunicación le hemos dado muy poca importancia, la comunicación de la vida. Es imposible no comunicarse. Es un fracaso no comunicarse. Tenemos que hablar entre nosotros. Se trata de tener algo que decir, y valorar el tiempo de los demás, hay que saber de lo que se habla. El que habla debe entenderlo como un privilegio. Tiene que comunicar el que tiene algo que decir».
Sardá, por su parte, insistió en la diferencia entre hablar y comunicar. «Todos sabemos hablar, pero no todos sabemos comunicar. Decir las cosas que tienen que decirse, aunque ya tengamos una cierta edad. La capacidad de comunicar, de sentirnos todavía útiles», reflexionó, mientras el público asentía, algunos con la mirada perdida en recuerdos de conversaciones pasadas, otros con la determinación de no dejar nunca de decir lo que piensan.
Pero si algo no faltó en la charla fue el humor. Porque, como bien sabe Sardá, la risa es el mejor antídoto contra el paso del tiempo. En un momento dado, no pudo evitar la tentación de bromear con su compañero: «Manuel, con tu labia habrás tenido muchas pretendientes. La comunicación para ligar es importante hasta en la tercera edad, ¿no?». Campo Vidal, lejos de achicarse, recogió el guante con elegancia y una sonrisa pícara: «Sí que he sabido expresarme, pero como decía un buen amigo mío: 'Menos mal que sabemos hablar, porque con el cuerpo que acompaña, ¿dónde íbamos a ir?'». La carcajada fue general, y no faltaron los aplausos. Porque, al final, todos sabían de lo que hablaban.
El respeto fue otro de los grandes temas de la tarde. Campo Vidal lo resumió con una frase que debería estar grabada en la entrada de cualquier centro de mayores: «Hay que respetar a las personas sean mayores o jóvenes». Porque la experiencia no entiende de arrugas, y la sabiduría no se mide en años, sino en actitud. «Jubilarse es una cosa de viejos», bromeó, «pero hay muchos jóvenes de 70 y muchos viejos de 30». Y ahí, entre risas y reflexiones, quedó claro que la edad es, sobre todo, una cuestión de espíritu.
Con más de 12 millones de personas mayores de 60 años en España, y con la previsión de que en 2030 este grupo represente casi una cuarta parte de la población, la voz de la experiencia es más necesaria que nunca. «La experiencia es un valor», repitieron ambos periodistas, como un lema que resume toda una vida de palabras, silencios y, sobre todo, de ganas de seguir contando.
La charla terminó, como empezó, entre risas, aplausos y la sensación de que, mientras haya ganas de hablar, de opinar y de compartir, la madurez será siempre una etapa para estrenar. Porque, como bien dijeron Sardá y Campo Vidal, la comunicación no tiene edad, pero sí tiene memoria. Y la memoria, cuando se comparte, se convierte en el mejor legado. Así que, como señalaron los ponentes, si alguna vez se duda de si merece la pena seguir hablando, es necesario recordar: la experiencia es un valor. Y, como demostró esta charla, también es un espectáculo digno de ser contado.
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