«Nacimos en un campo de exterminio»: la memoria de los pioneros de los derechos LGTBI en Valencia
Gonzalo Carbonell, uno de los fundadores de Lambda y veterano en sus reivindicaciones, recuerda cómo la represión y la soledad marcaron su vida y su lucha
Gonzalo Carbonell tiene 74 años y una memoria prodigiosa. Cuando habla, su voz mezcla la serenidad de quien ha sobrevivido a casi todo con la ... pasión de quien aún cree que el mundo puede cambiar. «Los que nacimos entonces, como yo que nací en 1951, vivimos en un campo de exterminio. Lo digo así con estas palabras. Parece exagerado, pero no lo es». Así arranca la conversación con uno de los fundadores de Lambda en Valencia y actual coordinador del Grup de Gent Gran, el espacio de socialización y apoyo para mayores LGTBI de la histórica asociación.
La frase impacta, pero no es gratuita. Gonzalo la repite en cada entrevista, en cada charla, en cada mesa redonda. Es su manera de recordar que la historia de la homosexualidad en España, especialmente para quienes hoy peinan canas, es una historia de miedo, silencio y resistencia. Y que el Día del Orgullo, más allá de la fiesta, es también un ejercicio de memoria y de justicia. Gonzalo nació en una España donde la homosexualidad era tabú, pecado y delito. «No solo era la peor desgracia que te podía pasar, sino el mayor de los pecados. Decían: el pecado contra la naturaleza», recuerda. Creció en una familia católica, en una sociedad marcada por el nacionalcatolicismo, donde la sexualidad —toda, no solo la homosexual— era un tema prohibido. «Hasta los 16 años no me reconocía a mí mismo que era gay, porque no me cabía eso en la cabeza. Por el lavado que teníamos».
Su juventud transcurrió en una orden religiosa, rodeado de hombres, en un ambiente donde el deseo era doblemente clandestino. «Me enamoré de un compañero. Me río ahora, pero eso me costó mucho asumirlo. Para mí fue una suerte, porque comprendí sin que nadie me lo explicara que aquello no podía ser malo». La vida en la Orden le permitió estudiar, abrir la mente, conocer otras realidades. Pero también le obligó a vivir en secreto, a mantener relaciones ocultas, a convivir con la hipocresía y la doble vida. No solo vivió su orientación sexual en la sombra, sino que llegó a ordenarse sacerdote, convencido de que podía encontrar en la fe un espacio de sentido y de servicio. «Me hice sacerdote, y durante años ejercí como tal, aunque siempre con esa contradicción interna. Pero estudiar filosofía y teología me abrió la mente a otras formas de pensar, y poco a poco fui desarrollando un espíritu crítico hacia la Iglesia y hacia la sociedad».
Fue precisamente en esa etapa, aún dentro de la Orden, cuando nació su vocación social. Gonzalo empezó a trabajar con colectivos vulnerables: personas presas, jóvenes en riesgo, personas con adicciones. «Me pidieron ayuda para estar con los presos más jóvenes, y aquella experiencia fue muy importante para mí. Conocí un mundo desconocido, un submundo debajo del mundo que vemos». Su compromiso social se mantuvo incluso después de dejar la vida religiosa, y fue el germen de su activismo posterior.
La transición española trajo consigo una tímida apertura. «Cuando murió el dictador, se empezó a ver un poco de apertura mental. Fue entonces cuando surgió la idea de fundar un colectivo gay, porque se permitía en aquel momento, aunque había leyes de peligrosidad social y todo eso». En 1986, con 35 años, Gonzalo y otros dos compañeros fundaron Lambda. «Queríamos una nueva manera de relacionarnos. Tener una formación sexual, que no la había en España, y, sobre todo, conocernos entre todas las diversidades». El proceso de autoaceptación y de activismo fue también, para Gonzalo, un camino de ruptura con la Iglesia y, finalmente, con la fe. «Lo duro para mí no fue dejar la Iglesia, en la que ya no creía, sino dejar de creer en Dios. Eso fue lo más difícil. No creo en Dios, y es un paso que mucha gente no se atreve nunca a dar, pero yo lo di al final». Esta pérdida de fe supuso un antes y un después en su vida: «Se me había hundido toda mi sociedad, todas mis creencias, todo».
Salir del armario
Salir del armario y dejar atrás la vida religiosa no fue fácil. «Pasé unos años muy malos, con tratamiento psiquiátrico, varios intentos de suicidio. Pero también fue el inicio de una vida más libre y auténtica, en la que el activismo y el trabajo social se convirtieron en mi verdadera vocación». Hoy, Gonzalo coordina el Grup de Gent Gran de Lambda, un espacio pensado para mayores de 45 años, aunque la mayoría supera los 60. «Lo que se persigue es, primero, una socialización de la gente que suele estar sola. Sobre todo, cuanto más mayor, más encaja en el perfil». La soledad es, según él, el gran problema de los mayores LGTBI. «Normalmente los que hemos nacido en la época franquista y hemos pasado nuestra juventud allí, no hemos tenido ocasión de desarrollarnos de una buena manera. Tenías que aprenderlo todo por tu cuenta, estar escondido, porque no podías ni siquiera preguntar».
El grupo organiza actividades culturales, sesiones de cine LGTBI, excursiones, comidas, tardes de juegos y, sobre todo, espacios de conversación segura. «Tenemos una reunión mensual donde hablamos de las actividades y de problemas o cuestiones que tengamos. Y luego una tertulia, donde se puede hablar de cualquier cosa que a alguien le preocupe, sabiendo que de ahí no va a salir nada». La confidencialidad y el respeto son sagrados. «Lambda es un espacio seguro. Con toda libertad podemos hablar, sabiendo que de eso no va a salir de ahí, a no ser que la misma persona lo haga público».
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«Vivíamos en una contradicción pero sin ser conscientes»
Gonzalo Carbonell
La soledad, insiste Gonzalo, es el gran enemigo. «Algunas personas sí tienen pareja, pero eso es como una lotería. La mayoría ha tenido parejas eventuales o temporales, pero cuando llegaba el momento de salir del armario, la gente se volvía para atrás». Él mismo vive solo desde hace años, pero no le da miedo la soledad. «Es necesario socializar. Yo estoy aquí porque doy, pero también porque recibo. Sentirme útil y vivo es muy importante». El trauma de haber crecido en la dictadura sigue presente. «Toda la gente de edad ha tenido un trauma en su vida, que posiblemente lo lleva dentro más o menos superado, pero siempre queda ahí algo de aquello que se pasó». La represión, el miedo, la invisibilidad han dejado huella. «Vivíamos en una contradicción, pero sin ser conscientes de esto».
Para Gonzalo, el activismo es una palabra que le llena, aunque reconoce que no todos los mayores la viven igual. «Hay un poco de reticencia a eso. Pero en las marchas del Orgullo, a un grupo que la gente siempre aplaude es a la gente mayor, porque se dan cuenta de que es gente que lo ha tenido que pasar muy mal. Saben de qué época venimos». El Día del Orgullo es, para él, el día más importante. «A nivel internacional, es una manera de defender todos tus derechos. Ahora se celebra no solo el día, sino el mes del Orgullo, con actividades abiertas para que la gente pueda acudir y nos conozca más de cerca. Que no tenga miedo a entrar a nuestras actividades». Pero también advierte del riesgo de retroceso. «Los derechos son tan volátiles y pueden cambiar. A no ser que los incluyas en un derecho fundamental de la Constitución, te los pueden quitar. Hemos pasado una época de bonanza, la gente no está acostumbrada a luchar por las cosas. Los derechos no te los dan hoy para siempre, sino que a lo mejor cambia el gobierno y cambia todo».
Discriminación, visibilidad y la lucha que continúa
A lo largo de su vida, Gonzalo ha sufrido poca discriminación directa, pero conoce bien el dolor de otros. «Solo una vez, una vecina me dijo que no era muy hombre. Le respondí: 'Que yo sepa, en este momento soy más hombre que usted, porque le estoy hablando a la cara y usted me habla a oscuras'. Pero yo soy un caso raro. Hay gente que ha sufrido bullying toda su vida, gente que no se puede marchar de su pueblo porque no tiene medios». Salir del armario, para él, ha sido un proceso largo y doloroso. «Salí del armario en 1986, con 35 años. Pasé unos años muy malos, con tratamiento psiquiátrico, varios intentos de suicidio. Se me había hundido toda mi sociedad, todas mis creencias». Pero también ha sido un camino hacia la libertad. «Ahora no tengo ningún reparo en hablar con los medios. He salido en televisión y no me da miedo».
Su mensaje para las personas mayores del colectivo es claro: «Nunca es tarde para ser feliz. Si quieres ser persona como tú eres y te ves con fuerzas para salir de ahí, hazlo, que nosotros te ayudaremos. Que no tengan miedo. El miedo es lo que nos paraliza». Gonzalo mira el futuro con una mezcla de optimismo y preocupación. «Yo creo en las personas. Es mi credo. Uno se hace egoísta o solidario según lo que aprende. Pero también veo que la sociedad está más crispada, que hay más inseguridad laboral, más miedo. Y que los derechos pueden retroceder si no se defienden». Por eso insiste en la importancia de la memoria y la lucha colectiva. «El foco de la lucha lo estoy poniendo en tener claro lo que somos y a dónde queremos ir. Nuestro derecho a ser como somos, con respeto. No somos de un partido político, pero nos arrimamos a quien más nos apoya. Hay que gritar en la calle, pero también estar en las instituciones».
El Grup de Gent Gran de Lambda es, en ese sentido, un ejemplo de resistencia y de esperanza. Un espacio donde la memoria se convierte en orgullo, y donde la soledad se combate con comunidad. «Nunca es tarde para ser feliz», repite Gonzalo. Y en su voz, esa frase suena a promesa y a consigna.
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