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Adela Cortina

Adela Cortina, filósofa: «El optimismo es fugaz, lo interesante es cultivar la esperanza»

La pensadora ahonda en los problemas del mundo actual

Sábado, 24 de mayo 2025, 01:33

La filósofa Adela Cortina siempre ha priorizado en su teoría la dignidad humana por encima de la felicidad individual. Acuñó en la década de los 90 el término 'aporofobia', que se refiere al desprecio hacia las personas pobres o, mejor dicho, hacia aquellas personas que no tienen nada para dar a cambio. Porque para Cortina, el ser humano es reciprocador, es decir, solo está dispuesto a dar si recibe algo a cambio.

Acaba de recibir el Premio Insigne del Consell Social de la Universitat de València en honor a su trayectoria. Hablamos con ella sobre el mundo actual, el impacto de la IA sobre las sociedades, el perjudicial extremismo de las ultraderechas y la superioridad moral de las izquierdas; y también sobre el futuro, la ética y el nuevo Papa.

-Ya ha habido políticos en forma de robot que incluso se han presentado a elecciones. Ante esto, pueden darse dos escenarios: el primero es el rechazo sistemático a la Inteligencia Artificial, de mano de personas que piensan que acabará con nuestros empleos y enriquecerá solo a los que ya son ricos. Ese miedo, usted lo denomina 'Frankefobia'. ¿Debemos ser más cautos con la IA?

-Que la gente vote a robots que se presentan a elecciones creo que es un ejemplo de «frankenfilia», de amor a los robots, de confianza en ellos y de desconfianza hacia los políticos humanos. La frankenfobia es el temor a que los robots nos dañen, recordando al monstruo de Frankenstein, pero justamente al votar a los políticos virtuales la gente demuestra que se fía más de ellos que de los candidatos humanos, lo cual da mucho que pensar.

Como he contado en '¿Ética o ideología de la inteligencia artificial?' (Paidós, 2024) cuando Michihito Masuda, una robot ginoide, quedó tercera en las elecciones municipales de Tama New Town (Japón) en 2018, había presentado un programa político tan atractivo como acabar con la corrupción y los privilegios y ofrecer oportunidades justas y equilibradas para todos los ciudadanos. A la vez, aseguraba que podía cumplirlo porque los algoritmos sustituirían las debilidades emocionales de los humanos, causa de malas decisiones políticas, por un análisis objetivo de los datos sobre las opiniones, expectativas y preferencias de la ciudadanía. Basándose en la ciencia de datos y en los algoritmos, la IA sería capaz de predecir hechos y consecuencias y de aplicar políticas basadas en el bien común, que a fin de cuentas es la meta que legitima la existencia de la actividad política. ¿Qué más se puede pedir a un representante político?

Naturalmente, tras Michihito había seres humanos que habían redactado el programa con propuestas atractivas porque son las propias de una política ética, que es la que se ocupa del bien común, y no de una amalgama de preferencias e intereses particulares, orquestada para ganar votos.

-El segundo escenario es el apoyo y la confianza total en la máquina, que puede procesar información muchísimo más rápido que cualquier humano, pero que carece de sentimientos y sensibilidades reales. Esto abre un nuevo paradigma: ¿Hasta qué punto es ético permitir que una máquina tome decisiones importantes por nosotros que, además, nos afectan y pueden ser determinantes?

-No es ético dejar en manos de las máquinas decisiones que afectan a las personas, y así lo reconocen todos los códigos de ética que se han elaborado hasta ahora. La necesidad de una ética para regular la aplicación de la inteligencia artificial se mostró desde su nacimiento, y en este cometido la Unión Europea es muy activa, hasta el punto de que se habla de un «Efecto Bruselas» para referirse al esfuerzo de Europa por regular el uso de la inteligencia artificial y al intento de universalizar esa regulación. Los sistemas de IA son instrumentos muy valiosos que han de emplearse respetando los principios éticos, que la hacen confiable, entre ellos, el de la autonomía de las personas. Lo que ocurre es que uno de los principios que rige nuestras vidas es la comodidad, el ahorrar energías, y ése es el gran peligro. Pensar cansa, decidir cansa. Cuando un profesional encuentra soluciones que ya le vienen dadas por el algoritmo es una tentación asumirlas sin más, aunque cause daños personales sin cuento. Pero la responsabilidad no es de las máquinas. Es de las personas.

-La ultraderecha continúa ganando terreno en el mundo, con cada vez más adeptos que piensan que atesora las soluciones a los principales problemas del mundo. Y luego, por otro lado, aunque no llega tan lejos, está la superioridad moral de la izquierda, que ha conseguido justificar sus propios errores e incluso su corrupción. ¿Puede la filosofía ayudar a ver con claridad entre tanto humo?

-Por supuesto que la ética y la filosofía política pueden ayudar, desmontando las falacias del supremacismo. Quienes se creen superiores o bien están totalmente equivocados, porque nadie es más que otro, y entonces son estúpidos, o saben que no son superiores, pero utilizan la añagaza de la superioridad para reforzar la adhesión inquebrantable de sus secuaces, sea desde la derecha o sea desde la izquierda. En cualquier caso, es un daño irreparable contra la democracia.

-¿Usted cómo ve el mundo? ¿Cree que estamos abocados al fracaso como especie o es optimista y piensa que tendemos a caer en el tremendismo y que, en realidad, las cosas no van tan sumamente mal como se presupone?

-El mundo tiene luces y sombras y hay que saber distinguir unas y otras. Las especies ni fracasan ni triunfan porque no son sujetos de actuaciones ni responsables de nada. Son las personas las que protagonizan la vida compartida y pueden mejorarla. Deben hacerlo, porque el mundo no está a la altura de lo que merecen los seres humanos, que tienen dignidad y no un simple precio. Por eso es un deber esforzarse para lograrlo con realismo. El optimismo es un estado de ánimo más o menos fugaz. Lo interesante es la esperanza, siempre que se recuerde que es una virtud y, por tanto, hay que cultivarla construyendo razones para poder esperar en un futuro mejor.

-¿Cómo es posible que, siendo tan conscientes de la ineptitud política generalizada, criticándola como la criticamos y causando tantos debates y discusiones entre nosotros, al final, en última instancia, no demos un golpe encima de la mesa y nos neguemos a ser partícipes del sistema político? ¿Por qué seguimos sosteniéndolo si tanto rechazo nos genera, si tan conscientes somos de su ineptitud?

-Porque no existe ese «nosotros», ese sujeto elíptico de la pregunta «¿por qué no damos un golpe encima de la mesa»? No hay un «nosotros», un conjunto de ciudadanos unidos por la amistad cívica, dispuestos a buscar lo mejor para todos, sino individuos aislados, grupos aislados con intereses fragmentarios y diversos, que tratan de buscar su bien particular. Y hay polarizadores profesionales que se ocupan de enfrentarlos entre sí para que no exista ese sujeto «nosotros» en primera persona del plural.

-Ahora se habla mucho de 'generación de cristal', de cómo los jóvenes se han quedado atontados por las pantallas y la tecnología… ¿Usted qué opina de todo esto? ¿Cree que de verdad los jóvenes tienen carencias con respecto a generaciones anteriores?

-Creo que hay jóvenes solidarios y comprometidos, como se demostró en el tiempo de la DANA, y hay jóvenes que trabajan con seriedad por labrarse un futuro y crear un mundo mejor, pero el ambiente no ayuda en absoluto, lo hacen a contracorriente. La atracción de las plataformas, que sólo están interesadas en generar suscriptores en nuestra «Economía de la Atención», la exposición continua al «me gusta/no me gusta» de los demás, que lleva en ocasiones a enfermedades mentales e incluso al suicidio, el hecho de haber convertido al entretenimiento y la diversión en el valor supremo... Todo ello son obstáculos para quienes desean un modo de vida libre y creativo.

-Hemos pasado a un modelo educativo extremadamente severo en el que incluso se permitía el castigo físico a los jóvenes, a otro en el que los docentes han perdido buena parte de su autoridad y la permisividad está a la orden del día en las aulas. ¿Cuál es la solución a todo esto?

-Recuperar el sentido de la educación. Educar es ayudar a potenciar las mejores capacidades de las personas para que vayan formándose un carácter desde el que puedan construir una vida justa y feliz. Para lograrlo en las edades tempranas se necesita el apoyo de educadores con autoridad moral y funcional, capaces de orientar porque nadie nace sabiendo.

Eliminar la autoridad es una estafa, es tratar de congraciarse con los jóvenes para no tener problemas con ellos y caer bien, aunque con eso se les esté dañando. Las gentes más preocupadas por sus hijos no les educan eliminando la autoridad ni ahorrándoles esfuerzos, sino acompañándoles para que hagan las cosas mejor.

-¿Cuál es el fin último de la ética?

-Ha ido modulándose a lo largo de los siglos, pero como expuse en 'Ética cosmopolita' (Paidós, 2021), ahora podríamos decir que, al menos desde la ética occidental, el fin último es construir una sociedad cosmopolita, sin exclusiones, con un cosmopolitismo arraigado e intercultural, en que las personas puedan llevar adelante los planes de vida que tengan razones para valorar.

-También quería preguntarle sobre la aporofobia, el término que usted acuñó, que hace referencia a la discriminación de las personas sin recursos. ¿Cree que somos más o menos aporófobos que hace uno o dos siglos?

-La aporofobia es el desprecio a quienes no tienen recursos, pero no sólo económicos, sino cualquier tipo de recursos que se puedan intercambiar, como votos, favores, puestos de trabajo... Los seres humanos somos reciprocadores, estamos dispuestos a dar con tal de recibir algo a cambio, por eso nos relacionamos con aquellos que pueden dárnoslo y desechamos al resto. Me temo que somos igual de aporófobos que en la época de las cavernas, aunque practiquemos la aporofobia de modo más sutil y civilizado, porque en todos los campos hay excluidos, que son los que parece que no tienen nada interesante que darnos a cambio, cuando lo cierto es que toda persona es valiosa por sí misma y siempre se puede descubrir en ella un valor, pero hay que saber apreciarlo.

-¿Ha pensado en el futuro? ¿Cómo lo ve? ¿Cree que el avance de la IA servirá para hacer la vida más democrática o, en su lugar, provocará más concentración de la riqueza y más abusos de los fuertes hacia los débiles?

-Todo depende de lo que hagamos con ella las personas, incluso con la IA generativa. Son instrumentos muy valiosos para alcanzar los fines que podemos proponernos. Pero los responsables de buscar buenos fines y tratar de alcanzarlos somos los seres humanos.

-Hay algo que me resulta muy interesante sobre el nuevo Papa, León XIV: estudió matemáticas. Teniendo en cuenta que las matemáticas se basan en la lógica, ¿cómo puede convivir esto con el hecho de llegar a ser el máximo representante de la Iglesia, cuyos pilares se fundamentan en creencias que no se sostienen por esa lógica?

-El campo de la razón es mucho más amplio que el de la lógica en que se basa la matemática, afortunadamente. En caso contrario, no sabríamos casi nada. Los mismos presupuestos de la matemática no pueden fundamentarse matemáticamente, pero deben admitirse racionalmente porque, si no, toda la matemática se derrumbaría. En el ámbito de la fe, creer en Dios es razonable, porque se pueden dar argumentos a favor de su existencia que comprometen a la persona entera en su afirmación. Es lo que Pascal llamaba las razones del corazón que la razón lógico-matemática no conoce. La inmensa mayoría de nuestros conocimientos no se fundamentan en razones matemáticas.

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