«Me gritaban: 'Santiago espera, vete tranquilo'»
Óscar Pasarín | Corredor de montaña y recordman del Camino a pie
K. DOMÍNGUEZ
Domingo, 31 de julio 2016, 22:18
Aún siente en las piernas las consecuencias de haber corrido 790 kilómetros para completar el Camino de Santiago más rápido que nadie -ha rebajado la anterior marca en tres horas-. Un reto deportivo pero también humano. Quería apoyar a CEAR y concienciar a la sociedad sobre las penurias de los refugiados. «Lo suyo sí que es duro».
Había bautizado este reto como 'El Camino más duro'.
Antes había logrado grandes hazañas, como 250 kilómetros en 34 horas, carreras de montaña, el Montblanc, unir Tarifa-Bilbao... Pero esto ha sido distinto. Una semana sin descanso. 17 horas diarias corriendo. Ha sido muy duro.
Casi 120 kilómetros cada día.
Sabía a lo que me enfrentaba. Técnicamente es un recorrido fácil y la logística no da problemas. Puedes comer y dormir en cualquier sitio. Llevaba GPS, sobre todo para evitar el 'Camino turístico'.
¿Cómo se las ha apañado para correr 17 horas al día?
El 65% de cada etapa lo he hecho andando muy rápido con bastones. Las bajadas sí me obligaba a correr y en los llanos me planteaba retos psicológicos, como 'venga, ahora corriendo hasta esa curva'.
¿Tenía cada etapa planificada?
Las calculé para dormir en Iratxe (Navarra), Belorado (Burgos), Boadilla del Camino (Palencia), Arcahueja (León), Ponferrada (León) y Mercadoiro (Lugo). La clave ha sido realizar el 60% de cada etapa de noche. Salía a las dos de la mañana para evitar horas de sol. Me ponía el frontal y a la carrera.
¿A las dos de la mañana?
Trabajo de cocinero y todo el año me levanto a las tres, así que no ha sido un problema.
Así que acababa cada día a...
Hacia las siete de la tarde. En total en cada jornada sólo paraba 15 minutos para orinar y coger agua.
¿Algún contratiempo?
No, tenía respeto al Alto del Perdón, pero al final sólo fue una rampa de 300 metros sin dificultad. Con O Cebreiro sí que me di de lleno. Son 800 metros duros que me costaron porque ese día llevaba ya 60 kilómetros y sufrí.
¿Llegó a pensar en retirarse?
No. Tuve dudas de si iba a poder con ello, pero al quinto día ya me dije que lo iba a acabar y me llevó la fuerza interior. Pero sí me preocupaba si mi cuerpo iba a aguantar 115 kilómetros diarios.
Son casi tres maratones.
Los tramos de noche los llevaba bien, iba fresquito, pero los 20 últimos kilómetros de cada etapa me han costado muchísimo.
¿Cuáles han sido las más duras?
Las dos últimas. Por el cansancio acumulado. Y por las rozaduras extremas que llevaba en los pies y en la entrepierna. Por mucho que iba preparado y me daba vaselina, imposible evitarlas.
¿Sellaba las credenciales?
Imposible al pasar de noche por la mayoría de los sitios. Y tampoco podía perder tiempo en eso. Pero para demostrar mi recorrido tengo el GPS 'online', que no engaña.
¿Qué le decían los caminantes?
Justo nos saludábamos. Les explicaba por qué hacía el Camino y seguía. Alguno me gritaba 'Santiago te espera, vete tranquilo' (risas).
¿Qué llevaba en la mochila?
La muda del día y la comida: sandwiches y algo de dulce. Y de agua sólo un bidón porque te encuentras fuentes en cada pueblo y máquinas de bebidas por todo lados.
¿Y el resto de la comida?
En los hostales pedía que tuvieran dos litros de leche, cuatro piezas de fruta, bollería, jamón, queso y una lata de legumbres.
¿Le ha dado tiempo a sentir la espiritualidad del Camino?
Nada, esa parte no la he vivido. Ni he hecho turismo ni he probado la gastronomía. Sé que me he perdido muchas cosas, pero sabía a lo que iba: llegar a Santiago para reivindicar a los refugiados. Y he recaudado 7.800 euros para CEAR.