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Yukako Fukushima con algunas de las prótesis con las que trabaja. :: YOSHIKAZU TSUNO/afp
Los meñiques de la yakuza

Los meñiques de la yakuza

Los sicarios de la mafia japonesa se amputan la falange de un dedo cada vez que fallan en una misión

BORJA OLAIZOLA

Domingo, 24 de abril 2016, 19:17

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Carecer de un trozo de dedo de la mano convierte a cualquier japonés en sospechoso. Lo que en otro lugar del mundo es interpretado como una secuela de un accidente laboral, allí es un claro indicio de haber formado parte de la yakuza, esa organización con ramificaciones en el crimen organizado que tanto arraigo tiene en la sociedad nipona. Como la mafia, las triadas chinas o las maras latinoamericanas, tiene sus propios códigos y exige frecuentes sacrificios a quienes ocupan el último puesto de la escala de mando para que muestren fidelidad a sus superiores. Uno de los rituales más comunes es el 'yubitsume', que consiste en amputarse parte de un dedo de una mano, generalmente el meñique, como señal de arrepentimiento o sumisión cuando se ha cometido un error o las cosas no han salido como estaban previstas.

El 'yubitsume' fue descubierto en occidente gracias a relatos y películas como 'Black Rain', aquella trepidante cinta de Ridley Scott en la que Michael Douglas y Andy García se enfrentaban a la cúpula de la organización criminal japonesa. La escena que mostraba a un yakuza mutilándose uno de sus meñiques y entregándoselo como ofrenda a su jefe conmocionó a millones de espectadores y sacó a la luz una de las caras más oscuras de la sociedad japonesa. El filme data de 1989, cuando la yakuza tenía una gran penetración en la sociedad gracias a sus alianzas con las grandes empresas del sector inmobiliario, entonces en la cresta de la ola en Japón. Estimaciones policiales indican que las diferentes familias mafiosas tenían bajo su control en 1990 a 120.000 sicarios. Fueron precisamente los excesos de esa época los que colmaron la paciencia de las autoridades niponas y dieron lugar a la aparición de una batería de medidas legales contra el crimen organizado.

La yakuza ha vivido desde entonces horas bajas. El estrepitoso derrumbe del ladrillo cortocircuitó sus canales financieros y la legislación puso contra las cuerdas a sus principales cabecillas. Las nuevas generaciones, además, les han condenado a la marginalidad. Los esbirros con la piel repleta de tatuajes y las manos mutiladas representan para los jóvenes japoneses una estampa del pasado, algo así como el estereotipo de un país regido por unos códigos con los que la mayoría de ellos no se sienten en absoluto identificados. No es extraño por tanto que abunden los yakuza que quieren romper los lazos que les unen con sus patrones y emprender una nueva vida alejada del estigma que camina junto a ellos como si fuese su sombra.

Para que esa 'deserción' tenga éxito, lo primero es recuperar una apariencia respetable. Los tatuajes pueden ocultarse bajo la ropa, pero disimular la ausencia de los dedos es algo más complicado, sobre todo en un país donde andar permanentemente con las manos metidas en los bolsillos no está bien visto. Es ahí donde interviene Yukako Fukushima, una auxiliar clínica que trabaja desde hace dos décadas en una empresa de Osaka dedicada a la fabricación de prótesis. Fukushima, de 44 años, se ha especializado en la elaboración de meñiques de silicona para los sicarios que quieren dejar atrás su pasado. Empezó hace ya veinte años de la mano de una unidad de la Prefectura de Osaka especializada en la rehabilitación de antiguos yakuzas. «Fueron ellos los que me enviaron a los primeros pacientes y el resultado fue tan satisfactorio que desde entonces he colocado varios cientos de prótesis».

Empuñar un sable

No todos sus clientes tienen el mismo problema. El código yakuza contempla que cada falta debe ser reparada con la mutilación un fragmento de dedo. La secuencia comienza por la falange superior del meñique de la mano izquierda: el ceremonial estipula que el esbirro se la ampute con un cuchillo afilado. A partir de ahí pueden desaparecer la segunda e incluso la tercera falange del meñique. Hay esbirros que llegan a perder varios dedos de esa forma. Se cuenta que la costumbre es deudora de los llamados 'bakutos', jugadores profesionales que se desplazaban de pueblo en pueblo y que pagaban sus apuestas de esa manera cuando no tenían otra alternativa. La cultura tradicional japonesa adjudica al meñique un gran valor por su papel a la hora de empuñar un sable. Los que perdían el dedo estaban en franca inferioridad a la hora de entablar combate.

Las prótesis más comunes, las de la falange superior, salen por unos 1.900 euros. Son reproducciones que calcan hasta las huellas dactilares del cliente y que se insertan en el muñón del dedo como si fuesen el capuchón de un bolígrafo. A Fukushima le satisface ayudar con su trabajo a que los antiguos sicarios puedan emprender una nueva vida. «Muchos de mis primeros pacientes han venido a darme las gracias, algunos incluso se han casado y tienen hijos que ni siquiera sospechan a qué se dedicaban antes sus padres».

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