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Carol Vegas, la mujer que no conoce fronteras

Carol Vegas, la mujer que no conoce fronteras

Desde que despuntó en la radio y la televisión públicas, esta periodista va de sorpresa en sorpresa, siempre con el pasaporte a mano. Vivió dos años y medio en Budapest, viajó por Asia y Sudamérica, trasladó su hogar a Canadá tras enrolarse en el Circo del Sol y la maternidad la devolvió a Valencia. De momento

Ramón Palomar

Lunes, 24 de abril 2017, 20:08

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Carol Vegas hunde sus raíces en Ontinyent aunque se crió en la ciudad de Valencia. Nunca me aclaro con ella: ignoro si encauzó sus pasos hacia el periodismo para satisfacer sus anhelos viajeros o si es que las casualidades de su trabajo la impulsaron hacia el eterno movimiento. Tampoco vamos a cavilar demasiado, digamos que a Carol le encanta viajar y, en consecuencia, saca provecho a su profesión, por eso su mochila siempre está preparada. Carol Vegas se licenció en Periodismo aquí en el CEU San Pablo, pero antes de terminar la carrera ya se buscaba la vida, primero como dependienta en unos grandes almacenes en la sección de ropa interior de caballeros y, más tarde, como becaria. Fue en Radio Nou donde entró como becaria fetén cuando demarraba un verano. Cuarenta jóvenes se recogieron bajo las alas de aquella radio pública. Al empezar les soltaron un discurso para evitar desilusiones futuras: «Cuando llegue septiembre vuestra experiencia aquí acabará, no os frustréis y aprovechad el tiempo». Sabias palabras, desde luego, pues a los jóvenes no conviene ocultarles la verdad. Sin embargo no fueron del todo ciertas. Con el nuevo curso, treinta y ocho becarios se largaron a la calle, pero Carol y otro compañero pasaron a formar parte de la familia de Radio Nou. Carol, ojos verdes muy gatunos y una mandíbula perfilada que le otorga aire de mujer fatal de película de serie negra, es una lectora infatigable, una cinéfila empedernida de gustos depurados y pasión hacia el género fantástico dominado por John Carpenter.

Alguien se debió de fijar en ella, en sus posibilidades, pues un año después su semblante ya asomaba en programas de Canal Nou como A la fresca y otros. Consiguió popularidad máxima cuando presentó Punt de mira, aquel espacio de sucesos que tuvo la virtud de colocar una palabra de moda: esgarrifos (escalofriante, supongo). En Punt de mira, salvo la perfecta dicción de Carol Vegas y su natural talento televisivo, todo era esgarrifos. A Carol la llamaron desde Madrid y no se lo pensó dos veces. Compartió, por cierto, vivienda unos meses con la célebre actriz María León cuando ésta iniciaba sus primeros balbuceos (Carol habla maravillas de ella). Consiguió empleo en la productora El Terrat (Buenafuente) y se convirtió en redactora-reportera de un programa que versaba sobre la galaxia del cine porno. Carol atesora innumerables anécdotas sobre esta aventura, pero no las puedo reproducir un domingo a estas horas, ustedes ya entienden...

También curró duro en programas con gente de fuste como Roberto Arce o Jaime Cantizano. Tocaba todos los palos, desde lo serio hasta lo frívolo, y siempre con ahínco. El doctorado lo consiguió con Ana Rosa Quintana de jefa. Conserva igualmente buenos recuerdos sobre aquella experiencia: «Hice todo tipo de reportajes... No teníamos horario, pero pagaban muy bien y Ana Rosa era una gran jefa; nos mimaba, se preocupaba por nosotros y... cuando la ocasión lo requería nos invitaba a todo el equipo a cenar o incluso alquilaba y cerraba una discoteca sólo para nosotros»

Y, en esas, recibe una oferta para largarse a... ¡Budapest! Arracimó sus bártulos y allá se apalancó en el seno de una empresa global y algo frikilondia... A ver cómo lo explico. ¿Conocen ustedes esos programas que emiten a altas horas y que escupen formato de concurso algo merluzo con una presentadora que lanza preguntas para que la gente responda por telefóno? ¿Sí, los conocen? Pues Carol desplegó allí sus artes de presentadora. Aquel edificio era una verdadera Torre de Babel y cada planta representaba un país. Australia, China, Brasil, Kenia... y para España la valenciana Carol Vegas. El dueño de aquel imperio era un amigo de Hugh Hefner que incluso se había hecho construir una réplica de la mansión Playboy en Budapest. Toma ya. Impresionante.

Dos años y medio estuvo Carol allí y, al gozar de meninges despiertas, aprendió inglés y francés. A eso se le llama aprovechar las coyunturas. De repente se hartó y decidió recorrer el mundo. Se despidió de las amistades y viajó por Asia y Sudamérica aprovechando sus ahorros. Sin embargo, el calcetín mostró síntoma de sequía justo cuando estaba visitando Canadá y, ante perspectiva de la ruina, consiguió visado para trabajar y descubrió que el famoso Circo del Sol buscaba una persona que supiese hablar francés, inglés y español. ¿Y quién mejor que Carol? Le concedieron la plaza, por supuesto. La vida en Canadá exudaba civilización y el sueldo del Circo del Sol le permitía vivir con notable holgura. Todo lucía espléndido, sí, todo salvo el sol que brillaba por su ausencia. Vivir soportando treinta grados bajo cero, para un alma mediterránea, no causaba demasiados placeres. Tras año y medio de vida canadiense, aprovechando su primer embarazo, decidió regresar a Valencia para alumbrar a su hija (ahora tiene dos hijas y dos exmaridos) en nuestro terruño. Montó una agencia de comunicación que marcha viento en popa pero no descarta agarrar el petate en cualquier momento... En cierta ocasión me soltó una frase genial: « Estoy yo más cerca de mi tercer matrimonio que tú de tu primero, Ramón». No yerra, lo garantizo. Carol Vegas, Willy Fog a su lado es un pringadillo.

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