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La casa de la duna, una joya arquitectónica a los pies del Mediterráneo valenciano
La vivienda, construida hace ochenta años por un alcalde de París, vivía de espaldas al mar hasta que Rubén Muedra la transformó. El resultado ha superado todas las expectativas
Hace ochenta años, un alcalde de París se enamoró del azul mediterráneo de esta playa valenciana y mandó construir una casa. Ha pasado mucho tiempo ... desde entonces, y los actuales propietarios quisieron reformarla porque, intentando respetar la privacidad de quienes la habitaban, era una vivienda oscura y cerrada que le daba la espalda al mar.
Fue en 2018 cuando encargaron la reforma a Rubén Muedra, un joven arquitecto valenciano que está desarrollando una brillante carrera, y el resultado superó todas las expectativas. «Estamos muy orgullosos de este proyecto, uno de los más interesantes que hemos desarrollado en el estudio en cuanto a innovación y resolución», explica el arquitecto, que terminó la obra diez meses después, en 2019.
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Muedra tenía claro que la vivienda, con una superficie de más de 300 metros cuadrados, tenía que abrirse. Pero él fue un paso más allá, con el objetivo de que casa, duna, playa y mar se fundieran en una misma cosa, y que lo hiciera sin perder de vista que sus propietarios querían seguir manteniendo la privacidad y la discreción de la que habían disfrutado hasta entonces. Lo logró, y el resultado es mágico: una vivienda minimalista que se eleva sutilmente sobre el terreno, donde los materiales son la luz y la cal blanca tan propias de las construcciones mediterráneas.
Quién es Rubén Muedra
Abrió su estudio en 2010, en plena crisis inmobiliaria, pero con un convencimiento claro, que la arquitectura es «el camino para proporcionar bienestar a las personas». El objetivo, alcanzar la excelencia en cada proyecto y, por tanto, no solo cumplir las necesidades de uso, espacio y coste del cliente, sino ir más allá y que el resultado sea una arquitectura única. Rubén Muedra se ha convertido así en uno de los arquitectos valencianos con mayor proyección.
El ala norte de la vivienda se destina a zona de noche, con lo que el dormitorio principal recae a la esquina noreste, asomado sobre la duna y sin límite físico con el mar. El antiguo corredor central y el ala sur se fusionan generando un amplio espacio diáfano que comprende cocina, comedor y salón totalmente abierto al este, es decir, al mar, con una gran cristalera. El espacio se despliega también hacia el sur, donde hay un patio que alberga la piscina, y que a su vez tiene un cerramiento para protegerla los días de fuertes brisas.
La transición al exterior de la vivienda es un gran porche blanco sujeto mediante pilares de acero que sustituyen a los antiguos pilares de hormigón mucho más voluminosos y que restaban vistas. Entre el porche y el patio de piscina se genera una gran plataforma elevada de madera, a modo de terraza-solárium, desde el que se domina el entorno y uno se siente como si estuviera sobre el propio mar Mediterráneo.
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No sólo el blanco y las cristaleras permiten que la vivienda se integre en su entorno; el pavimento de piedra también tiene una continuidad entre el interior y el exterior de la casa, incluso en la piscina, fusionándose prácticamente con la arena de la duna y de la playa.
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