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La pareja, tras una comida con la familia de ella en las fiestas de Lugo.
La nueva vida de Alberto Fabra y Silvia Jato

La nueva vida de Alberto Fabra y Silvia Jato

Practica natación, le atrae el bricolaje y adora hacer regalos. Dicen sus allegados que lo ven más joven y relajado que nunca. Al hombre que gobernó la Comunitat durante cuatro años le sientan bien el Senado y el amor

Antonio Badillo

Miércoles, 12 de abril 2017, 01:06

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Como si el gran Houdini hubiera regresado de ultratumba para convertirse en su cómplice, el hombre que durante cuatro años manejó omnipotente los hilos de la Comunitat Valenciana se esfumó del escenario ante un perplejo auditorio. De fondo sonaba el abrumador solo de guitarra del Hotel California de los Eagles, su canción predilecta. El abracadabrante ejercicio de escapismo, rubricado nada más abandonar la presidencia regional del PP, condujo a Alberto Fabra a ese retiro político llamado Senado. ¿Y quién dijo que de una derrota (electoral) no puede partir un atajo hacia el triunfo (personal)? Dispuesto a demostrarlo, Fabra dio portazo a su casa del Ensanche de Valencia. Compró una scooter 125. Se deshizo de un coche que corría riesgo de avería por desuso, silenciado por los vehículos oficiales, y lo sustituyó por un mini de segunda mano. Estaba ya listo para iniciar una nueva vida de exaltación de la normalidad. Más sosegada. Sin parangón con el fragor del Palau. Lo que en aquel momento ni sospechaba este sencillo arquitecto técnico, bisagra entre dos tiempos políticos, cuyo talante discreto le haría vivir dichoso en la cara oculta de la luna, es que terminaría devolviéndole la visibilidad el fulgor de neón del papel cuché. Unas fotos robadas, un beso sin aparentes testigos, un paseo cogidos por la cintura. El presidente, ya en su condición de ex, se había enamorado de uno de los rostros más conocidos de la televisión, la presentadora gallega Silvia Jato, y aquella revelación le catapultó de los sobrios pasillos de moqueta a la siempre inestable alfombra roja. Se rasgó así de forma súbita el celofán del anonimato que había envuelto tantas y tantas semanas a caballo entre el piso de ella en Madrid y el suyo en Castellón, los plenos monocordes del Senado, la vida bebida a sorbos después de años de atracones... Pero no lo lleva mal en cualquier caso, a juzgar por la soltura con que se ha visto estos días a la pareja tanto en las Fallas como en las fiestas de la Magdalena.

El nuevo Alberto Fabra transmite la sensación de haberse quitado muchos pesos de encima. Detectan sus allegados que incluso se le aprecia más joven y sobre todo relajado. Lo uno es cuestión subjetiva; lo otro, una evidencia. Como suele ocurrir con todos aquellos que dan un volantazo a sus vidas, lo primero que hizo fue convertir un gimnasio, en este caso de Castellón, en templo de la metamorfosis. Basta con ver cómo practica la natación, su deporte favorito, para entender que poco queda ya de la vieja ansiedad. También ocupa su tiempo el bricolaje, y dicen de él que es más manitas que manazas, lo que confirmaría que aquella inolvidable pelea con una silla durante la inauguración de la tienda de Ikea en Alfafar fue sólo el fruto de un mal día.

En el cambio poco han tenido que ver los amigos, básicamente porque son los de siempre. Los conocidos -con Manu Llombart o Máximo Buch al frente- y los anónimos -esos viejos colegas del colegio Herrero o del instituto Francesc Ribalta, además del padre de algún compañero de su hijo agregado en los últimos tiempos-. Mucha mayor influencia ha ejercido en la catarsis el abandono de la actividad pública, que al fin le permite ser dueño de su agenda. Pero al buscar el origen de su transmutación, todos los caminos llevan a Silvia Jato.

Después del abrupto final a 21 años de matrimonio con la arquitecta Cristina Fortanet, el reencuentro con el amor ha puesto al descubierto a un Alberto Fabra detallista. «Su sonrisa me ilumina cada mañana», llegó a reconocer Jato en una entrevista en Mujer Hoy. Y es que el senador no deja cabos sueltos. Le encanta hacer regalos a su pareja, el último de ellos un bolso con motivo del Día Internacional de la Mujer. Disciplinado en la técnica, cazó al vuelo la indirecta en una conversación, como ya había hecho anteriormente con unas gafas, y esta vez escogió un Adolfo Domínguez negro que se ajustaba a sus criterios de búsqueda: destinataria joven, nada clásica y de vestir desenfadado. «No regala porque toca, sino que siempre piensa en la persona», apuntan desde su entorno.

Se equivoca quien crea que Alberto Fabra y Silvia Jato, con dos y tres vástagos respectivamente de anteriores matrimonios, han convertido su vida en una reedición de Los Serrano. Con ellos no rige el «uno más uno son siete» que cantaba Fran Perea. La distancia generacional ha ayudado a aligerar el hogar. El hijo mayor del expresidente de la Generalitat vive en Madrid, en un piso de estudiantes, mientras que su hermana sólo pasa con el padre dos fines de semana al mes, ya que la actividad política condujo a éste a no pelear por la custodia compartida. Los hijos de Silvia, más pequeños, sí están muy presentes en el día a día de la pareja, aunque ambos pactaron marcar distancias en este sentido. Son las reglas del juego. Los Fabra Fortanet y los San Román Jato se conocen entre sí, por supuesto, pero Alberto y Silvia se esfuerzan por no ser intrusivos ni agobiarles con situaciones forzadas, además de intentar preservar las relaciones que todos ellos tenían con sus progenitores antes de los respectivos divorcios.

Les gusta viajar, aunque nada planificado. La presentadora lucense ya ha tenido tiempo de inocularse la cultura del pensat i fet por razones de agenda, a pesar de que quedó en paro tras su paso fugaz por La Mañana de La 1 y ameniza la espera de nuevos proyectos con la redacción de varios libros. El senador, por supuesto, tiene prohibido leer una sola línea hasta que estén concluidos. Dentro de esas reparadoras escapadas de fin de semana disfrutaron a lo grande de las Fallas. Silvia no las conocía y visitaron el viernes los tres primeros premios -le gustó más El Pilar y Convento Jerusalén que lAntiga-, así como la iluminación de Ruzafa. «He visto a Zaplana en Convento», comentaría horas después una mujer a su grupo de amigas. Por fortuna, el desliz no llegó a oídos de Fabra. Ni de Jato, abducida por la fiesta y los buñuelos hasta el punto de erigirse en cronista en Twitter. «Han sido mis primeras Fallas y con ellas entendí a un pueblo maravilloso», escribió entre una ristra de mensajes que incluía elogios a la crítica política, de la que ahora se libra su pareja, y hasta fotografías de concursos de paellas. Repetiría la jugada con la Magdalena.

A la inversa, también el senador castellonense ha quedado atrapado por el verdor de Galicia, el encanto de sus aldeas, pero sobre todo la gastronomía. No es de extrañar que ambos hayan sido fotografiados tras degustar pulpo en las casetas de la fiesta de San Froilán o comprando dulces navideños en una confitería de Lugo. Se ceñían al guión previsto. Aunque desde el principio intentaron mantener una relación de perfil muy bajo, ni siquiera cuando su noviazgo era desconocido querían vivirlo a escondidas. De ahí que la famosa foto del beso, aunque no les hizo gracia, entrara en el terreno de los contratiempos previsibles.

Dos años de relación dan para muchos rincones especiales, pero si se les pregunta por uno en concreto citarán sin discordancias el Grao de Castellón. Allí, en el restaurante La Marina, cenaron juntos por primera vez. Le seguirían en esa ruta sentimental las playas de Oropesa o Benicàssim, las preferidas de Silvia. Y a poco más de cuarenta kilómetros, el lugar donde empezó todo. Aunque el relato oficial sitúa el origen de su noviazgo en una fiesta de La Razón en Madrid, los protagonistas han asegurado a sus íntimos que en aquel sarao ni llegaron a cruzar las miradas. Fue en la Rompida de la Hora de lAlcora, en el ayuntamiento, bajo túnicas negras y aporreando tambores, cuando se conocieron. El político había acudido el día anterior, Jueves Santo, a la representación de la Pasión en Borriol y pidió a su gabinete que le buscara alguna actividad cercana para la jornada siguiente. La presentadora, por su parte, aceptó la propuesta de un cura amigo, al que conció por Twitter y con familia alcorina, para ser madrina del acto en la capital de lAlcalatén. Y allí coincidieron. El resto vino solo. Una primera conversación llena de convencionalismos, el «pásate y tomas algo con mis amigos» con el que Fabra tanteó el terreno, aprovechando que su cumpleaños estaba próximo y que Jato pensaba quedarse unos días en Castellón... Y así hasta hoy. Ya lo aventuraron los Eagles. «Pensé para mí mismo: Esto podría ser el cielo o el infierno. Entonces ella encendió una vela y me mostró el camino». Hacia el Hotel California. Profetas.

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