El crisol de síntomas bajo Torre Pacheco
Expertos no ven estallidos como los de las 'banlieues' galas, pero se inquietan por las fallas en la escuela y la falta de «códigos compartidos» ante el extremismo
En un país sacudido por más sobresaltos de los que es capaz de deglutir, la chispa contra la inmigración que prendió peligrosamente hace apenas dos ... semanas en Torre Pacheco parece haber sido asimilada como un vagón más en la montaña rusa que hace circular los asuntos públicos a una velocidad tan vertiginosa como echan a volar. Aunque respondan a problemáticas latentes o largamente larvadas. La convivencia pacificada ha regresado a la localidad murciana, con sus desafíos desnudados por la alarmante llamada a «la cacería» del colectivo norteafricano lanzada por grupos ultras tras la paliza recibida por un jubilado del pueblo a manos de un joven magrebí con residencia en Barcelona. Y los análisis sobre la huella del incendio social, sobre hasta dónde debe inquietar el síntoma torrepachequero, se han ido diluyendo en el mar de otras urgencias política e informativas. Deprisa, deprisa, hacia otra pantalla.
«Todos vivimos un poco 'despacienciados'», ilustra Jesús Casquete, doctor, profesor universitario de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos y académico del Centro de Investigación sobre Antisemitismo de Berlín. Una conclusión que enlaza con el estallido violento en el Campo de Cartagena y que le sirve para diseccionar un contexto migratorio en el que la recurrente distinción histórica entre «establecidos y forasteros» está desembocando en una nueva realidad en la que, en una de sus dimensiones, coexisten jóvenes extranjeros insatisfechos de la denominada segunda generación –es decir, muchos nacidos ya españoles– y otros que cultivan el extremismo ultra. «Los jóvenes están educados en el 'todo ya', lo que explica el éxito entre ellos de los partidos que se lo ofrecen», resume Casquete. Aun cuando esas soluciones sean inviables e ilusorias, germinan en un terreno abonado por los malestares cruzados de los que están y de los que han llegado.
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Xabier Aierdi, doctor en Sociología, experto en inmigración y miembro desde hace años de ZAS!, la Red Vasca antiRumores llamada a combatir la desinformación que nutre el señalamiento del diferente, se duele por cómo puede detonar «con una sencillez brutal» una bomba de relojería a la manera de Torre Pacheco, con «organizaciones muy bien engrasadas y conectadas» que azuzan intransigencias «latentes»: las de quienes no admiten, de saque, la inmigración y los de aquellos otros que se sienten «desplazados» por los que van arribando e, impelidos por la necesidad, pelean por la vida «con más fuerzas». «Todo lo demás es manipulación», define, antes de advertir: «Un ámbito de impunidad se monta muy pronto. Y deconstruirlo luego es muy difícil».
Diferentes acogidas
Los disturbios en Murcia han puesto a cocinar en la calle ingredientes altamente inflamables, que obligan a detenerse en algunas esquinas de nuestra convivencia. Por ejemplo, en la que consigna la diferente mirada hacia la inmigración islámica con respecto a otras con mejor acogida y una integración más natural por la lengua, la cultura vital o la religión. «Un magebrí honrado sigue sufriendo riesgos. Un negro es un negro en Estado Unidos aunque sea rico», constata Aierdi. «En los discursos de todos los nacionalpopulismos» en auge en Europa y el resto del mundo, subraya Casquete, «el objetivo es lo musulmán».
«Los musulmanes –desgrana– están sometidos a estereotipos, a una estigmatización que les hace más difícil coger el ascensor social. Se incumple esa promesa y eso les genera, a su vez, frustración». Aierdi, que cifra en 24 millones más los inmigrantes que precisará el mercado laboral español de aquí a 2060, describe cómo los trabajadores magrebíes están empleados «en segmentos de actividad más precarios» que a los que pueden acceder, por citar un colectivo arraigado en España, los latinoamericanos. El sociólogo es taxativo: «Está fallando la educación pública», la vía de socialización en valores compartidos y de potencial igualación de las oportunidades. Y formaciones como Vox o Alianza Catalana están trasladando el debate público a un terreno propicio para que, apunta Casquete, «la política convencional, articulada en los grandes partidos», se perciba como inhábil para «abordar los problemas» sin que se enquisten.
Ciudadanos que no empatizan, de entrada con el extremismo, pasan a abrazarlo en las urnas tras «lanzar una moneda al aire a ver si les resuelve sus demandas». Es lo que Aierdi califica como «la batalla en las tripas», en la que «el humanismo» no sabe cómo conducirse porque sus armas son otras, más lentas y no tan disruptivas. «No tenemos un discurso», reconoce, un déficit por el que, agrega, supura singularmente la izquierda, que tiende a atribuir «el recurso a la violencia» a una respuesta a las dificultades «estructurales» de «los más vulnerables». «Y bien, puede ser, pero no sirve como argumentación para una persona a la que le roban el teléfono o le dan una paliza –arguye–. Es que la izquiera no tiene, en general, una argumentación sobre el orden público».
Y tras Torre Pacheco, ¿hay riesgo de que se reproduzcan en los entornos de las nuevas generaciones de origen inmigrante revueltas como las de las 'banlieues' francesas? Ambos creen que no; entre otras cosas, porque España continúa siendo un buen país para venir y porque no existe un fenómeno de guetización semejante en las grandes ciudades. Pero la mecha ahí está, anticipa Aierdi, si se «encierra» a esos jóvenes en la perspectiva de que «nunca serán ciudadanos españoles plenos» y si la escuela –incide– falla «como igualador social». Casquete, conocedor del fenómeno galo y, sobre todo, de las pulsiones antiinmigración en Alemania, previene sobre el peligro que asoma tras la ruptura de los consensos de Estado. «Cuando hay códigos compartidos, hay menos hueco para el extremismo», remacha.
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