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Imagen reciente de la A-3, cuya finalización encalló con el gobierno socialista de Joan Lerma.
Los errores que ya cometió la izquierda

Los errores que ya cometió la izquierda

Descuidar la interlocución con la patronal, perder peso en Madrid y no cerrar el debate identitario, las claves

J. C. Ferriol

Lunes, 1 de junio 2015, 21:00

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Los resultados electorales han abierto la puerta a gobierno de izquierda en buena parte de las principales instituciones de la Comunitat. Les Corts, las tres capitales de provincia, la Diputación de Valencia y la mayoría de las grandes capitales han puesto punto y final a dos décadas de mayorías del PP valenciano para protagonizar un giro radical a la izquierda.

La Comunitat Valenciana pierde su condición de granero de voto popular, para recuperar aquella otra que hizo fortuna en los años 80 y principios de los 90, y que hacía referencia precisamente a la mayoría progresista que gobernó la Comunitat, las diputaciones y también muchos de sus principales ayuntamientos, durante aquellos años. 1991, con el triunfo de Rita Barberá en la ciudad de Valencia tras su acuerdo con Unió Valenciana, y sobre todo 1995, pusieron punto y final a aquella etapa.

Razones por las quese agotó el proyecto

¿Y por qué sucedió aquello? ¿En que se equivocó la izquierda, entonces representada mayoritariamente por el PSPV en las instituciones de gobierno, para acabar desplazada del poder y verse abocada a dos décadas de travesía del desierto?

Las razones son variadas, y tienen que ver tanto con el cambio sociológico experimentado por la Comunitat, como por el propio agotamiento de un proyecto, que impulsó con éxito un discurso regenerador que, tres legislaturas después, no hubo forma de darle continuidad.

La izquierda que llega al poder con el arranque de la democracia se encuentra una coyuntura económica complicada, y con la necesidad de trabajar en el asentamiento del estado autonómico. Aquel gobierno socialista dirigió algunas de sus primeras medidas a profundizar la cualificación de los trabajadores y a acometer un complejo proceso de reindustrialización. A Joan Lerma cabe atribuirle algunas de las principales decisiones que pusieron los cimientos para la construcción de la arquitectura institucional de la Comunitat.

Pero aquel proyecto que durante tres legislaturas dispuso del apoyo mayoritario de los ciudadanos también acabó marchitado. El detonante más visible de todos, probablemente, fue aquella manifiesta incapacidad para llegar a acuerdos con sus propios compañeros de partido, y en especial con el entonces presidente manchego, José Bono, para llegar a un acuerdo y finalizar la A-3. "El pensaba que el enfrentamiento le beneficiaba de cara a las elecciones", señaló el expresidente valenciano en una entrevista con este diario hace seis meses.

Cambio sociológicoen la Comunitat

El bloqueo de la A-3, en la última etapa del gobierno socialista, se convirtió en la gota que colmó el vaso de una mayoría de la sociedad valenciana, que por aquel entonces ya había una evolución sociológica destacable. La Comunitat que se encontró el PSPV a principios de la década de los 80 vio con buenos ojos a esos dirigentes de izquierda que vestían como cualquiera, que utilizaban un lenguaje llano y que daban prioridad a principios tan de sentido común como la austeridad.

Pero la de principios de los 90 había cambiado. La recuperación económica llegó a los bolsillos de las familias, y el sentir general de que esos valores de moderación y prudencia eran más que aconsejables en el ámbito de las administraciones perdieron influencia. En 1995 ganó las elecciones autonómicas en la Comunitat Eduardo Zaplana, un dirigente al que todo el mundo recuerda, entre otros motivos, por acudir con frecuencia al sastre para lucir una imagen más propia de un empresario triunfador que de un político entregado al la causa de servir a los ciudadanos. El mismo rechazo que generaría ahora una imagen así es el que causaría volver a ver a dos responsables políticos pasearse en un Ferrari por un circuito de velocidad.

Las cosas habían cambiado. Y los valores de aquella sociedad -hasta entonces ilusionada con el trayecto recorrido para abandonar una situación de carencia- dieron un salto para instalarse en el bienestar. Y en lugar de reconocer ese cambio, planteó nuevas inquietudes y requirió de proyectos acordes a su nuevo estatus. Aquel gobierno de izquierdas no supo ver esa evolución. Y si la vio, no le ofreció una hoja de ruta ilusionante. "El proyecto regenerador que había funcionado durante unos años se agotó. No hubo respuestas y nos enviaron a la oposición", recuerda un veterano dirigente socialista valenciano.

Falta de respuesta a la presión de la patronal

En ese cambio social jugó también un papel destacado la clase empresarial valenciana. El ejemplo más obvio, la participación de destacados miembros de la patronal de la Comunitat en el acuerdo de gobierno entre PP y UV que permitió que ambos partidos compartieran Consell entre 1995 y 1999.

El papel de la patronal valenciana arranca de mucho antes. Pero guarda estrecha relación con esa recuperación económica. Los empresarios de la Comunitat, reconocidos tradicionalmente por su carácter emprendedor y su vocación exportadora, fueron los primeros en alzar la voz ante las carencias de la Comunitat Valenciana en materia de infraestructuras. Resolver el tapón que para el crecimiento de la economía valenciana suponía esa situación se convirtió en su principal bandera. Y aquel gobierno socialista no supo encontrar los resortes para dar respuesta a aquellas reivindicaciones, ni para ganar la complicidad de la clase empresarial y acercarla a sus posiciones.

Incapacidad para influir sobre el Gobierno central

¿Y Madrid? El gobierno socialista de los años 80 y principios de los 90 nunca mantuvo una relación particularmente estrecha con el Ejecutivo socialista presidido por Felipe González. Es cierto que Joan Lerma pasaba por ser uno de los principales barones del partido. Pero su influencia ante el Ejecutivo central no siempre logró los éxitos que cabían esperar de un Gobierno dirigido por un partido con el que se compartían siglas.

Quizá esa falta de influencia sobre Madrid se percibió con claridad en 1992. El año por excelencia de la transformación española. Los Juegos Olímpicos, la Expo, la capitalidad cultural y... Valencia olvidada. Aquel eslogan de Barcelona 92-Valencia 0 hizo fortuna. Y la percepción de haber sido incapaz de haber ejercido de presidente de los valencianos y de defender sus intereses para que la Comunitat no se quedara al margen de aquella ola de grandes iniciativas le acabó costando caro. El discurso del victimismo comenzó a construirse y la izquierda valenciana, representada por el PSPV, no supo darle respuesta. Años después, el PP valenciano volvió a utilizar la misma estrategia frente al gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, y el éxito se repitió.

Un debate indentitario cerrado sólo a medias

Hay más factores que influyeron en aquella situación. En ámbitos locales, el PSPV fue incapaz de desenredarse del debate identitario, teóricamente resuelto con la aprobación del Estatuto de Autonomía. La ciudad de Valencia fue el caso más destacado de una pugna, la de la discusión sobre las señas de identidad, que a diferencia de lo que ocurre en 2015, en aquel momento sí que encendió los ánimos de una mayoría social. La incapacidad de Cataluña para relacionarse con la Comunitat Valenciana y entender su voluntad de mantener su propia personalidad, tampoco ayudó a unos dirigentes socialistas que se dejaron llevar por la ideología más que por la política. Y lo acabaron pagando en las urnas en 1991.

La izquierda política contra la de la universidad

Porque aquella izquierda protagonizó no pocos debates internos entre esa dualidad integrada por las élites universitarias y por el aparato del partido. Una brecha entre dos conceptos distintos de concebir la sociedad, que terminó provocando que muchos de los primeros, -referentes y profesores universitarios de profundas convicciones progresistas- terminaran desengañados del día a día político.

¿Pueden repetirse aquellos errores? El escenario es radicalmente distinto. La sociedad de los años 80 sobre la que el PSPV asentó sus mayorías tiene poco o nada que ver -aunque la crisis económica se repita- con una ciudadanía harta de casos de corrupción, que ha visto a muchos de sus responsables políticos aprovecharse de la situación económica para enriquecerse, y que no percibe por ningún los síntomas de recuperación de los que hablan sus gobernantes. "Es la situación contraria. Entonces se estaba en crisis y se contemplaba el camino para salir. Y ahora se ha caído en ella, y la mayoría no tolera que unos pocos sigan ajenos a lo que ha ocurrido", admite un dirigente político.

La izquierda valenciana que ha conquistado la mayoría de las instituciones tiene a favor ese viento de la indignación social contra quienes no han sabido gestionar la crisis y además se han aprovechado, en algunos casos, de ella. Una circunstancia que da una cierta garantía de continuidad, al menos mientras no transcurra un mínimo de tiempo como para pasar página de esas actitudes rechazables.

La primera prueba, ladel pacto de la izquierda

La izquierda actual tropieza, no obstante, con otro problema: el relativo a la capacidad para entenderse desde proyectos en apariencia tan distintos. Los movimientos en el tablero de ajedrez que vienen ejecutando el PSPV y Compromís son los propios del arranque de este tipo de negociaciones. Pero su excesiva prolongación en el tiempo podría acabar deteriorando su imagen. Apenas han transcurrido cuatro días desde la cita electoral, pero los primeros cruces de mensajes dejan entrever una pugna por el control de las principales instituciones que amenaza con decepcionar a algunos de sus cuadros medios.

Si la negociación para el reparto del botín se antoja delicada, la convivencia entre partidos que hasta hace cuatro días se tenían por enemigos irreconciliables será la prueba definitiva. El PSPV pondrá a prueba su sentido institucional frente a formaciones como Compromís y Podemos, mucho más cercanas a los movimientos de indignación ciudadana, y alejados de la política tradicional. En apariencia, los tres se necesitan. Pero el día a día, con unas generales a la vuelta de la esquina, condicionará un acuerdo que no será fácil de llevar.

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