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Padres de hijos extraordinarios

Alfonso R. Aldeyturriaga

Miércoles, 7 de diciembre 2016, 11:56

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A los 40 ya no vale dudar. Alcanzas esa cifra y tienes que decidirte. Dependiendo del camino que elijas, alcanzarás la felicidad o, por el contrario, dará comienzo una vida de achaques y nostalgias. Yo elegí el bueno. Y eso que fue traspasar la barrera y verme obligado, por primera vez en mi vida, a doblar el lomo (en el sentido literal de la palabra). Te agotan. Te destrozan, física y emocionalmente. Por eso ahora, después de ayudarla a dar sus primeros pasos y acompañarla a descubrir mundo (bueno, una pequeñísima parte), uno puedo afirmar (incluso exclamar) que tan satisfactorio es llegar a los 40 y darse cuenta de que uno es feliz como que tu hija cumpla los 5 y compruebes que es una personita. Y desde esta perspectiva las cosas, indudablemente, se ven de una forma bien distinta.

Me presento. A veces me siento un padre atípico. Y me siento así, y quien se ofenda allá él, porque razono y pienso antes de decir gilipolleces sobre mi hija. Sofía es una niña normal. Y cuando digo normal es que, por suerte para ella y para sus padres, no es tan extraordinaria como los hijos de los demás. Hace las mismas cosas, o parecidas, al resto de niños de su edad. Cuando nació me pareció fea como un demonio. Y no sentí que se me partía el alma, que mi vida hasta aquel día había carecido de sentido, ni que jamás podría desprenderme de ese bebé de 51 centímetros y 3,5 kilos. Y durante unos días, no más de dos, hasta tuve sentimiento de culpa por no experimentar lo que los padres de hijos extraordinarios dicen que experimentan.

Por suerte, pocos meses después cumplí los 40. Y con 40 ya no eres un chaval. Y con 40 adquieres la libertad para decir, alto y claro y a quien quiera escuchar, que hay muchos padres que hacen un auténtico papelón por querer demostrar que son lo que no son y hacerte ver que sus hijos son los precursores de la evolución de la especie. Cuando estás en el otro lado, en el de no padre, te callas y sonríes; cuando has cruzado la barrera, te callas (por prudencia), pero ya no sonríes. En realidad te da pena.

Insisto, soy un padre atípico, pero no soy el antipadre. Adoro a mi hija, me gusta tal y como es, pero eso no significa que sea la más lista, guapa y adorable del planeta. Junta a ella he experimentado y comprobado que tu hija no se vuelve tonta si no le das gusanitos antes de cumplir un año, ni se le queda la cabeza cuadrada si no la tienes en brazos cada dos por tres con apenas unos meses, que un bebé camina cuando quiere o puede y eso no implica que sea el avanzado ni el retrasado de su quinta, que las perretas son saludables y que los niños extraordinarios (y sobre todo sus padres) son un aburrimiento.

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