Conversación de bar, a la hora del almuerzo, en la mesa de al lado. Un hombre mayor le dice a otro, más joven: «Todo se ... arreglaría si el Gobierno impusiera a los productos importados un arancel aduanero de veinte céntimos por kilo. Eso equilibraría los costes y podríamos sobrevivir».
El más joven se muestra reticente, no porque esté en desacuerdo, que ojalá, le dice, pero lo ve inviable, dadas las circunstancias; que no va a ocurrir tal cosa, le insiste. «Ni con el Gobierno actual ni con el que venga, ni ahora ni ya nunca», concluye. Y añade: «Estas cosas están decididas desde hace tiempo en las grandes alturas, en toda Europa, y además la sociedad en general, donde la agricultura es minoría, no estaría por la labor de reinstaurar tasas aduaneras a la importación de alimentos; la tendencia es precisamente la contraria, la de abrir más y más las fronteras aquí, ¿es que no lo ve? Los consumidores quieren pagar menos, de manera que no les van a poner aranceles de entrada a los tomates de fuera, porque eso significaría que los tomates saldrían más caros, el IPC subiría, etc., y las pautas no van por ahí, sino por frenar precios, caiga quien caiga».
«Pero es que así se van a cargar lo que nos queda de agricultura -lamenta el más veterano-; ¿no se dan cuenta?, la gente lo deja, los jóvenes desertan y se van a otras cosas; así no se puede seguir, ya dependemos mucho de fuera para comer, acabará siendo insostenible, y luego nos hablan de soberanía alimentaria y otras teorías de salón». Y repite: «Todo se equilibraría con unas tasas aduaneras de veinte céntimos por kilo, o de diez si me apuras, ya ves; y el dinero que se recaudara se podría invertir a continuación en mejoras de modernización para los productores de aquí».
Se acerca otro hombre que había escuchado algo y sentencia: «Eso que quieres tiene toda la lógica, pero ya no lo veremos. Tendría que volver a haber hambre, al menos algo de escasez en determinadas cosas, que la mayoría de la alimentación llegara ya de fuera, cara y no en la cantidad y calidad requeridas, para que cambiaran las cosas. ¿No ves por dónde van los acuerdos y las políticas?».
Aun así, el otro siguió reclamando con cierta ingenuidad: «Es que si pusieran unos céntimos por kilo resistiríamos...»
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