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Entre la abundancia de escándalos políticos que centran la atención mediática y del respetable público, en los últimos días se ha abierto paso un asunto ... que, en comparación, puede parecer materia menor, pero no lo es, porque se entronca en las costumbres más arraigadas en infinidad de pueblos y hasta en barrios de ciudades. Hablamos del hábito veraniego de sacar unas sillas a las puertas de las casas, cuando amaina ya el calor, y entablar tertulias amigables entre vecinos y vecinas. Pues bien, hasta en esto se entrometen normas regulatorias oficiales que pretenden ponerlo en vereda, con el argumento de que se ocupa un espacio público y eso no puede ser, qué dirán los demás.
El más reciente episodio ha saltado en un pueblo de Granada, Santa Fe, donde la Policía Local ha recordado que «la vía pública es un espacio común y regulado», por lo que los agentes pueden ordenar que se retire cualquier tipo de ocupación de la misma «si es necesario».
Como suele pasar, tal conminación ha corrido como la pólvora -las redes las carga el diablo-, y el alcalde de la población ha tenido que salir a aclarar que se ha malinterpretado lo que dijo la Policía Local. Y es que la gente no tiene a bien abarcar a la primera lo que se le indica: tiende a malinterpretar, o a enrevesar. Tras reconocer el cuerpo policial que es una tradición que «muchos han practicado toda la vida», advertía que «cumplir las normas es imprescindible para la convivencia y seguridad de todos». Por eso, «si alguna vez te pedimos que retires sillas o mesas, por favor hazlo con comprensión... es para que el espacio público sea accesible y seguro para todos los vecinos».
No es un caso aislado, similares exageraciones oficiales se han dado en múltiples municipios, también en territorio valenciano. La pulsión ordenancista impera, hay que regular hasta lo más nimio, prever lo que sea apelando a la seguridad total, hasta llegar a lo imprevisible y aleatorio que se acaba escapando de las manos: pero manteniendo siempre bien organizado lo más sencillo de todo, incluida esa costumbre tan sana de sentarse a charlar a la fresca; algo que hoy puede parecer ya tan raro, hasta revolucionario, que es fácil comprender que haya quien quiera atarlo con reglas fijas.
Apelan a lo del espacio público como si fuera una invasión desorbitada, cuando se trata de sacar unas sillas y sentarse a la puerta, a ver qué se cuenta, cómo estás, mirar quién pasa, cómo aprieta hoy el calor... Luego dicen que no es eso, que es lo otro, van más enfocados a evitar lo del botellón, o barbacoas... Y que es por la convivencia. Acabáramos. ¿Más convivencia que ponerse a charlar en la acera con los vecinos? La madre de Boabdil ya lo hacía.
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