Está dulce y fresquita
En el menú del día del bar poligonero, una de las opciones que ofrecen de postre es una buena tajada de sandía, aparte de flan, ... natillas... ¿Cómo está la sandía?, pregunta uno de los comensales, casi mecánicamente, por reafirmar la atracción de la pulpa roja. Dulce y fresquita, responde el camarero. Pues yo, sandía, decide el otro.
La sandía, efectivamente, estaba dulce y fresquita. O sea, buena, reconoció el que había preguntado por su condición. Muy buena, remarcó otro que, más callado, también se zampó una rodaja. Menos mal que no estaba salada y caliente. Aborrecible. Así que basta con saber que está dulce y fresquita. A ver, que le notas un sabor de fondo como de sacarina y que ha pasado unas horas en la nevera.
Con qué poco nos conformamos.
Cambiamos aquellas sandías 'sangre de toro' por sucedáneos sin pepitas. Con qué poco nos conformamos
La sandía es fruta de verano, óptima para refrescar; en realidad, agua con diseño (watermelon en inglés, melón de agua). Pero qué diseño. Ahí está la clave diferencial, cuando comparamos lo que hay actualmente en el mercado y lo que teníamos antaño. Aquellas sandías 'sangre de toro' que dejamos que se extinguieran, como tantas cosas, víctimas de la vulgarización y el aborregamiento general que nos coloca sucedáneos con marqueting. Y tragamos, convencidos.
Quedan referencias de sandías 'sangre de toro', pero solo de nombre. Se ofrecen en casas de semillas, pero no son ni por asomo aquellas sandías gruesas de la Huerta valenciana que triunfaban en toda España y su temporada 'oficial' venía a iniciarse casi con la Feria de Julio, cuando ya empezaban a estar en plena sazón. Nada de bromas con adelantos ni engaños de medio pelo. Sandías de 6, 8, 10 kilos o más; a ver quién las hacía más grandes. Bien negras, con un redondel amarillento donde se apoyaban en la tierra; se rasgaban con un crujido al clavar el cuchillo para abrirlas y quedaba a la vista una pulpa de rojo encendido ('sangre de toro') que dejaba escapar enseguida un aroma tentador, anticipo de aquel sabor pletórico que se nos esfumó.
Resulta que aquella sandía, que se refrescaba entre agua de pozo y trozos de barras de hielo, porque había pocas neveras, o no cabía en ellas, tenía infinidad de pepitas negras casi del tamaño de una uña, y eso no lo queremos ahora los consumidores. Nos volvimos muy finos en estas cosas y preferimos híbridos sin 'tropezones', con lo que perdimos también lo mejor. Las sandías menudas de hoy son como las de 'punta de rama' que los niños vaciábamos para hacer vistosos faroles que lucíamos por las calles del pueblo. Y tirábamos su pulpa, porque preferíamos la de las grandes. Hoy nos conformamos con falsificaciones dulces y fresquitas. Menos mal que no están calientes y saladas.
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