Anna Wintour, la todopoderosa editora de Vogue (e inspiración para la película 'El diablo se viste de Prada'), se jubila de la primera línea, aunque ... seguirá siendo supervisora de aquella. La revista era el epítome del dictado de la moda, de lo 'cool', el buque insignia de las élites que podían pagarse un bolso de 2.000 dólares. Junto a otras revistas del grupo Condé Nast (como Vanity Fair y GQ) Vogue vivió su época de esplendor cuando una clase que mezclaba a intelectuales, artistas y políticos influían sobre las opiniones y dictaban el protocolo de lo que se debía hacer y pensar en el mundo del éxito, un tiempo que ya ha desaparecido. Internet y las redes sociales no solo han matado el papel, sino la existencia de tales élites, para sustituirlas por cualquiera que pueda generar un 'hastag' atractivo y reunir cientos de miles o millones de seguidores.
¿Es esto mejor o peor? Podríamos decir que se ha democratizado el gusto, pero con ello que también se ha extendido la vulgaridad y lo zafio como atractivo para una masa de cientos (quizás miles) de millones que no tienen más guía que su propio sentido común y educación. Y, para mí, algo muy peligroso: cualquiera puede ver en las redes sociales que hay mucha gente (los 'influencers' de éxito y los que aspiran a serlo) que tiene una vida 'ideal', donde no faltan lugares de ensueño para mostrar en selfies o ropa estupenda que -y esto es lo relevante- definen a la gente de éxito, a los que triunfan o, para simplificar, gente que es 'feliz'. Así, pues, mientras que antes el común de los mortales podía simplemente suspirar cuando veía a la gente guapa en Vogue, porque eso estaba reservado a unos pocos, y era algo que la gente asumía, ahora se ofrece como una realidad directa y apetecible para muchos jóvenes que se preguntan por qué no puede ser igual de felices que los influencers a los que siguen. El efecto sobre la salud mental puede ser grave; los modelos que pregonan una vida de apariencia y frivolidad pueden transmitir una sensación de fracaso y desesperación. Y si abrimos el foco, vemos que esta desigualdad entre los que se exhiben y los que no disponen de una vida satisfactoria ha aumentado de modo obsceno. El mundo de ahora, de Bezos y de Trump, donde se puede medio cerrar una ciudad para celebrar una boda es un insulto a la inteligencia y a la decencia, recordando a la canción de ABBA: 'El ganador se lo lleva todo'. Nada genera más frustración social que la desigualdad profunda y exhibida como un trofeo. Que no haya líderes en el mundo que sean capaces de denunciar esta deriva hacia el poder del dinero como gran meta vital es una muy mala noticia, a tenor por cómo se venera a estos personajes.
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