Los iconos no se tocan

Las sociedades van construyendo mitos para intentar dar una explicación a su propia existencia, siempre a través de dioses, héroes o fenómenos que escapan de ... lo normal. De esas narraciones cuelgan también, son necesarias para establecer el vínculo entre lo mundano y lo sobrenatural, imágenes, pinturas, esculturas e iconos que representan a esas criaturas divinas sin cuya intervención nuestra pobre existencia carecería de sentido. Lo sobrenatural precisa de un representante aquí en la tierra, tenemos miles de iglesias llenas de ellos, santos, vírgenes y cristos a los que se encomiendan los fieles para afrontar las limitaciones de lo humano. También poseemos una interminable lista de deidades de carne y hueso, muchos de ellos actores y cantantes, a los que también millones de personas piden ayuda en los momentos de tribulación. Es cierto que, aunque lo intentan con todas sus fuerzas, los ídolos de carne y hueso lo tienen más complicado a la hora de transmitir una imagen que tenga aspiraciones de eternidad y a algunos los retocan como a la Macarena con similar resultado desastroso. Nadie sabe qué cara tenía Jesús pero los devotos quieren una que sea reconocible y no esté sujeta al capricho de las variaciones, porque los iconos se construyen por repetición de un elemento definido y ha de ser siempre el mismo. El mismo Che Guevara, la misma Marilyn, el mismo Jim Morrison (los que mueren jóvenes lo tienen más fácil porque se evitan el deterioro de la vejez). Lo más importante que hemos de saber de ellos es que es mejor no tocarlos porque en el terreno de las creencias, sean religiosas o paganas, los incondicionales se juegan mucho. El sentido de sus existencias depende de ese rostro inmortal que veneran.