En estas fechas tan entrañables
Lo bueno de las fiestas familiares es que llegan y se van sin causar grandes daños, aunque a algunos nos cueste soportarlas
La familia es la fuente original de todas nuestras taras. Es un hecho objetivo y una máscara que cada uno logra quitarse en mayor o ... menor medida, si es que lo desea. Porque esto va por gustos, colores, religiones y culturas. Existen millones de seres humanos atrapados en contra de su voluntad en la estructura creada por los lazos de sangre, el matrimonio, el techo en común y los libros sagrados. También existe un mundo de felicidad aparente ligado a las estampas idílicas de padres e hijos siguiendo una senda de flores y amor. Todos, queramos o no, tenemos una familia y estamos por ello sujetos a unos deberes cuyo cumplimiento o no marca nuestras vidas. Hay gente de romper esos vínculos llegado el caso si considera que resultan tóxicos. Otros, en cambio, prefieren navegar en las movidas aguas de la hipocresía social y habrá, digo yo, un porcentaje de personas que pertenezcan a familias donde todo es felicidad. En cualquier caso, y siguiendo el hilo conductor de estas fechas, todo parece conducir a un territorio, eso que el emérito llamaba en sus discursos «fechas entrañables», donde por unos días olvidamos de dónde vienen nuestros traumas. Y, en torno a una mesa, nos juntamos como si todo fuera guay. Soportamos las tonterías de los cuñados con la misma cara de repelús que ellos creen soportar las nuestras y nos pasamos los días entreteniendo y esquivando a los chiquillos, si los hay. Deseando, en fin, que todo acaba pronto para que vuelva el silencio y nuestro sofá favorito deje de estar ocupado por cajas y chaquetas. Esperando que la tercera copa de cava, o la cuarta, haga efecto y se cierren los ojos pronto. Deseando que arranque el concierto de Año Nuevo para desayunar las uvas con las que no celebramos el adiós del anterior.
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