Hablar de vivienda cuando la vivienda duele
Se olvida que este sector no nació para sustituir al Estado, sino para responder a una demanda de movilidad que el Estado no estaba atendiendo
SILVIA BLASCO
Viernes, 5 de diciembre 2025, 00:06
A veces olvido que, antes de ser 'presidenta de algo', soy simplemente una ciudadana más que buscó vivienda, paga una vivienda y discute en las ... juntas de comunidad. Escucho, como todos, las conversaciones sobre precios, barrios y miedo a no llegar.
Mi vida profesional me ha llevado a un lugar incómodo: hablar de vivienda cuando la vivienda duele. Defender a quienes ofrecen alojamiento temporal o turístico cuando el relato dominante los ha convertido en sospechosos y sentarme con representantes públicos que tienen miedo a equivocarse, con presión mediática y una ciudadanía cansada que busca culpables rápidos.
Durante años repetimos una idea con naturalidad: fuimos de los pocos que, con capital privado, rehabilitamos vivienda vacía o en mal estado para convertirla en alojamiento temporal, turístico y no turístico. Lo hicimos porque veíamos algo que otros no estaban viendo: la movilidad humana crecía, la gente necesitaba lugares de paso, espacios donde recargar energías mientras encontraba su vivienda definitiva.
En nuestros territorios, esa movilidad no era una amenaza; era una oportunidad. Personas que venían a trabajar, a estudiar o a descansar. Sobre esa base, muchos propietarios decidieron arriesgar, invertir, rehabilitar. Y muchas pequeñas empresas construyeron, piso a piso, un parque que no existía.
Lo que no supimos ver a tiempo es que, en ese proceso, nos estábamos convirtiendo en algo mucho más delicado: en un 'producto terminado' deseado por todos. De pronto, aquello que habíamos levantado se percibe como pieza perfecta para resolver problemas ajenos. Viviendas listas, equipadas, en zonas consolidadas, que el Estado puede mirar como vía rápida para intentar cumplir el mandato de proteger a una parte de la población más vulnerable sin haber construido antes un parque público suficiente.
Así, poco a poco, la responsabilidad que la Constitución coloca sobre los poderes públicos se ha ido desplazando hacia nosotros. En nombre de proteger a determinados colectivos se diseñan normas que, en la práctica, desprotegen a quienes hicieron posible que ese producto existiera. Se olvida que este sector no nació para sustituir al Estado, sino para responder a una demanda real de movilidad humana que el Estado no estaba atendiendo.
Al mismo tiempo, la ciudadanía que tiene dificultades de acceso a la vivienda ve un stock visible, cuidado, renovado, y es comprensible que se pregunte: «¿por qué esto sí y lo mío no?». Esa pregunta legítima se convierte, si no se explica bien, en una acusación: «vosotros sois la causa de que yo no tenga casa». Y, si la política no hace su trabajo pedagógico, termina usando esa acusación como atajo: es más fácil señalar a quien ha creado un parque visible que asumir que el problema también está en cómo se han diseñado las protecciones, los incentivos y los servicios públicos.
Ahí se consuma la tercera fase: la securitización. Para poder 'reorientar' ese producto terminado hacia otros fines, hacía falta dotarlo de una etiqueta: amenaza. Amenaza para el acceso a la vivienda, para los barrios, para la 'normalidad' residencial. Convertir un recurso estratégico en un problema político. No siempre porque los datos lo sostengan, sino porque el relato lo necesita.
Yo vivo en medio de esa tensión. Podría haber elegido un discurso cómodo, de trinchera, pero no me interesa. No quiero alimentar la guerra entre «residentes buenos» y «turistas malos», ni demonizar al propietario ni romantizar el mercado. Mi compromiso es otro: intentar ordenar un espacio donde conviven formas distintas de habitar, residir y moverse por las ciudades.
Con la sociedad, mi deuda es de honestidad. No tengo una varita mágica ni un eslogan que resuelva el problema de la vivienda. Lo que sí tengo es la convicción de que el alojamiento temporal, flexible o turístico no puede seguir discutiéndose como si fuera algo marginal. Forma parte del mapa real de cómo vivimos hoy: personas que se desplazan por trabajo, estudiantes, familias en transición, personas que necesitan un puente entre dos etapas de su vida. Negarlo solo nos lleva a diseñar políticas para una sociedad que ya no existe.
Con la clase política, mi deuda es de claridad y de exigencia. Entiendo que gobernar en este contexto es difícil: la presión mediática es inmediata y los ciclos electorales empujan a medidas rápidas que «suenan bien» aunque no resistan un análisis serio. Pero es precisamente por eso que decidí dar un paso adelante y asumir un papel que, a veces, resulta ingrato: recordar que detrás de cada decreto hay vidas, inversiones, empleos y expectativas legítimas.
He aprendido que la política, igual que la sociedad, necesita interlocutores incómodos pero constructivos. Personas capaces de decir: «esto que estás proponiendo no va a funcionar, y te explico por qué, con datos». Y también de reconocer: «aquí llegamos tarde», «aquí subestimamos un impacto», «aquí necesitamos corregir el rumbo».
Este enfoque, humano y exigente a la vez, es el que llevo conmigo cuando se me invita a asumir nuevas responsabilidades de representación empresarial. Que se nos proponga formar parte del órgano ejecutivo en la junta directiva de la CEV en la Comunitat Valenciana no es un simple gesto corporativo. Es el reconocimiento de que el alojamiento no residencial -turístico y temporal- ya no puede tratarse como un apéndice del sistema, sino como una pieza estructural de la economía valenciana.
Aceptar ese papel implica llevar a esa mesa una mirada que una los puntos: vivienda, empleo, movilidad, comercio, cohesión territorial y competitividad. Implica decir que no se puede hablar de industria turística, de atracción de talento o de economía del conocimiento sin hablar, al mismo tiempo, de dónde y cómo habitan esas personas mientras construyen su proyecto de vida.
Yo no soy una institución. Soy una persona que un día decidió dejar de observar y empezar a asumir el coste de tomar posición. Mi compromiso con la sociedad, con la clase política y con el tejido empresarial al que ahora también represento: es que no dejaré de buscar espacios de encuentro, de diálogo exigente y de propuestas concretas. Y no dejaré de recordar que detrás de cada etiqueta -«vivienda turística», «alquiler temporal», «flexliving»- hay, ante todo, personas que solo están intentando encontrar su lugar para vivir, aunque sea por una noche, unos meses o unos años.
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