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J.L.BORT
Belvedere

Patinetelandia

La EMT todavía no puede prohibir el acceso a los autobuses de viajeros con este vehículo eléctrico, que ha acabado por apoderarse del espacio urbano

Pablo Salazar

Valencia

Sábado, 4 de octubre 2025, 00:00

Tiene su lógica. En un Estado ultragarantista como el español, en el que el infractor goza de todo tipo de derechos y de recursos legales ... a su alcance, una medida tan simple como que los patinetes eléctricos no puedan subir a los autobuses de la EMT necesita una modificación del reglamento de la empresa pública, un procedimiento al parecer complejo, que lleva su tiempo, por lo que los responsables políticos de la firma no se atreven a decir cuándo entrará en vigor. Si es que llega a hacerlo, que esa es otra. Carece por completo de sentido que quien emplea un patinete para trasladarse pretenda subirse con él a un autobús público, ocupando más espacio. Pero las democracias liberales del siglo XXI están aquejadas del mal del ya citado ultragarantismo, la protección de unos supuestos derechos (¿cuál es el que asiste al dueño de un patinete para viajar con él en la EMT?) que menoscaban los de una gran mayoría. Con esta pírrica victoria se culmina el aplastante triunfo de este vehículo eléctrico en el tablero de la movilidad urbana. Se ha impuesto al automóvil, que como es lógico se bate en retirada tras décadas de dictadura en las ciudades. Se ha impuesto a las motos, más caras de comprar y de mantener, más difíciles de aparcar. Se ha impuesto a la bicicleta, más lenta y cansada, en el patinete no haces esfuerzo, no has de pedalear. Se ha impuesto al transporte público (y hasta se recochinea subiéndose encima) Y se ha impuesto, y esto es lo peor de todo, al peatón, eterno pagano de las transformaciones urbanas. Ahora, ir por la calle tiene que combinar la prevención a la hora de cruzar las calzadas y los carriles bici con la alerta permanente por si se aproxima por tu espalda un vehículo silencioso y que a gran velocidad pasa rozándote, esquivándote como en el 'slalom' de un descenso de esquí. No hay calle ni plaza peatonal que se libre del tránsito de patinetes, no hay semáforo en el que se paren, no hay carril bici en el que circulen a una velocidad normal, los ves acelerando, adelantando, invadiendo la dirección contraria, arriesgándose más de la cuenta, jugándosela. Es Patinetelandia, el reino del patinete, territorio mágico (para los patinadores, patinetistas, patinetientes o como quiera que se llamen, que no lo sé ni me importa) en el que pueden hacer lo que quieran, hasta en la plaza del Ayuntamiento. Se han hecho los dueños y señores de las ciudades. Enhorabuena, han ganado. No sé si algún día veré el triunfo del peatón, incansable derrotado frente a coches, transporte público y ahora patinetes. Que se han adueñado hasta de los autobuses.

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