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IRENE MARSILLA

Mestalla no era un negocio

El fútbol y los clubes han perdido su esencia, todo se mide por el rendimiento económico, no hay lugar para los sentimientos

Pablo Salazar

Valencia

Sábado, 18 de octubre 2025, 23:48

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Sería absurdo refugiarse en la nostalgia y añorar las sillas de enea de la tribuna y del anfiteatro de Mestalla porque es lo que conocimos, ... con lo que debutamos. Mucho más cómodo un asiento ergonómico de plástico con hueco para dejar la bebida, dónde va a parar. No es que aquello fuera mejor o peor que esto, es que era otra cosa. Claro que existía el componente económico. Había clubes ricos y clubes pobres. El estatus no se medía por los ingresos de la televisión ni por la venta de camisetas sino por el número de abonados y por la taquilla de los partidos. Con lo que a mayor capacidad del estadio, mayores posibilidades. ¿Cuáles eran los más grandes? El Camp Nou y el Santiago Bernabéu. Luego, a considerable distancia, el Vicente Calderón y el Luis Casanova, nuestro Mestalla. Pese a todo, las diferencias eran menores. Y así, un club con un campo relativamente pequeño, la Real Sociedad, podía llegar a proclamarse campeón de Liga. En aquel legendario Atocha, las columnas de preferencia se colaban en los planos de la única cámara de 'Estudio estadio', referencia televisiva obligada. Y única. También un histórico como el Athletic de Bilbao podía tocar el cielo con un recinto de poco más de 40.000 espectadores, a años luz de los cien mil de entonces (o ciento y pico mil) de los dos más grandes. Eran, conviene no olvidarlo, los años de la general de pie, de las normas más bien laxas (se disparaban tracas, algo impensable en la actualidad), de los padres que podía entrar con sus hijos pequeños (y no tan pequeños) y sentarlos sobre sus rodillas o en las escaleras. Los estadios no se visitaban, no había un 'tour', por fuera eran asépticos, no trataban de impresionar, y por dentro tenían sus características especiales. La diferente altura del Gol gran y del Gol xicotet con la numerada de Mestalla, los huecos en dos córners del Calderón, el gigantismo del Camp Nou, la verticalidad del Bernabéu, la personalidad de San Mamés... Cada uno, de su padre y de su madre. Hechos, como el del Valencia, en diferentes etapas. Recuerdo pasar por la puerta de la avenida de Suecia, de regreso a casa después del colegio, y pretender entrar con unos amigos a ver el césped por el que entonces correteaban e impartían alguna que otra clase magistral Kempes y Solsona. Dos de mis ídolos juveniles. El conserje -o lo que fuera- del recinto valencianista, un tipo malencarado, nos miró sorprendido y nos tiró de allí como si fuéramos una banda de salteadores. Ahora, a los visitantes se les pone la alfombra roja y se les lleva hasta los vestuarios para que hagan un selfi tras otro. Tras pasar por caja, claro. Me resulta todo tan extraño como la incómoda sensación que me produce cada vez que tenemos que pagar en una catedral o en una iglesia para poder conocerla. Sé que es la única solución, que lo contrario sería un aluvión incontrolable e insoportable pero lo de rascarme el bolsillo para entrar en la casa de Dios... Los estadios ya no son estadios, son fuentes de ingresos. Como el señor Algoritmo sabe de mi interés por el asunto, cada día me llegan noticias de nuevas reformas, ampliaciones y proyectos. El Sevilla que inicia la remodelación del Pizjuán, el Betis que afronta el tramo final de la del Villamarín, el Madrid y sus problemas con el sonido de los conciertos, el Barça y el dineral que se ha gastado, Málaga que no llega al Mundial de 2030... O el Manchester United que ya ha sentenciado Old Trafford y presenta una idea de Norman Foster que apenas va a costar 2.400 millones de euros. Mientras, el Valencia ya ha puesto precio a lo que no lo tiene, calificando de «solar» lo que para muchos, para varias generaciones de valencianistas, siempre fue nuestra casa. Es lo que hay, me explican y consuelan. Ten en cuenta, añaden, que en el nuevo todo será más cómodo, estará cubierto, será «una experiencia», un concepto que ahora se emplea mucho para definir una tarde o una noche de partido. Más americano, con tu hamburguesa o tu perrito caliente. O tu bocadillo de blanco y negro con habitas. Un gran negocio para el Valencia, o para el dueño del Valencia, que ahora hay un señor que tiene acciones, muchas más que todo el resto. Yo, qué quieren que les diga, siento que ese ya no es mi estadio, ni mi equipo, ni mi club, ni el fútbol que conocí. Que, insisto, no digo que fuera mejor. Tampoco peor. Porque si de lo que se trata es de hacer negocio, pues que les aproveche,. Pero conmigo que no cuenten.

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