Dos o tres eventos únicos a la semana
Vivimos acelerados y entre un sinfín de contradicciones. No cuento nada nuevo. Necesitamos que nos llamen la atención de algún modo para que nos detengamos, ... para que aminoremos la marcha. Y que nos hagan sentir especiales, los elegidos, los pocos que hacen algo o se encuentran en algún sitio donde solo unos cuantos pueden estar. De ahí que proliferen las citas imperdibles, los encuentros definitivos.
Todo se vende como una convocatoria sin precedentes y que pasará a la historia por su trascendencia. Conviene siempre confirmar asistencia. Apelan al FOMO -el miedo a perderse algo-, la ansiedad social esa que al parecer está tan extendida. O al impulso de algunas personas de demostrar un estatus de superioridad. El nuevo consumidor precisa de ofertas irrepetibles, de momentos exclusivos. Y ahí tenemos a las empresas, a las marcas, a las agencias de publicidad para trabajar en esa falsa realidad en la que cada semana se solapan dos o tres experiencias de este tipo.
Lo que no tiene demasiado sentido es que cada semana asistamos a dos o tres acontecimientos históricos. Todo se vende con ese cariz, para atraer la atención de una sociedad saturada de propuestas y, sobre todo, para hinchar los precios. Nos hemos acostumbrado a pagar el doble por productos o espectáculos que antes costaban la mitad, pero que ahora se visten como únicos para justificar ese aumento de los importes.
Todo se vende como acontecimiento histórico, una excusa para hinchar los precios
En los últimos días hemos asistido a varios ejemplos de esta técnica. El lunes se abrió la venta de entradas para los conciertos de la nueva -vieja- Oreja de Van Gogh, con Amaia Montero reincorporada. El desembolso oscilaba entre los 45 y los 290 euros. Hasta hace nada ver a este grupo costaba bastante menos, pero las circunstancias han cambiado y sus recitales se han convertido en eventos únicos. O casi. El anuncio inicial indicaba apenas una decena de fechas, pero a medida que se han ido completando los aforos se han añadido datas al calendario.
Ese mismo lunes los seguidores se tuvieron que pelear contra ellos mismos frente a las pantallas del ordenador o del móvil para asegurarse un lugar en las colas virtuales que les permitiese optar a comprar una entrada. Este procedimiento que desata el desasosiego se repite ahora a propósito de casi cualquier concierto, pero en este caso la presión era mayor.
Otro caso singular fue lo de Rosalía, que por sorpresa organizó un acto en una plaza céntrica de Madrid para presentar su último disco. Finalmente solo fue la portada, pero la multitud acudió en masa para no perderse otro evento único. Incluso estuvieron minutos grabando con sus cámaras un camión estacionado en la zona, creyendo que la artista saldría de allí en algún instante. Pero solo era un proveedor de alguno de los comercios cercanos al que no le dejaban pasar. Ahora lo llaman evento, antes era un simple timo.
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