Megapetardos
Me había prometido no escribir de Fallas porque siempre termino repitiendo, como decía el otro día Miquel Nadal en estas páginas, la misma columna. Una ... que nace de la estupefacción ante la deriva de una fiesta inigualable. Y de eso me suelo quejar. Con sus excesos y descontrol, una fiesta que tiene personalidad única empieza a parecerse demasiado a otras, gracias a algunos visitantes desaforados y cafres locales que buscan lo mismo en todas ellas, sean los Sanfermines, el Carnaval o el Oktoberfest, esto es, tener bula para el desmadre.
Por lo que parece, este año, además de otros abusos, hemos despertado al exceso en el uso de la pólvora. Como si no lo hubiera habido durante los últimos lustros, para sufrimiento de algunos colectivos vulnerables (personas mayores, enfermos, niños o animales) y notable ineficacia por parte del ayuntamiento, sea cual sea su signo político. La línea roja que parece haber activado las alarmas es constatar que algunos toman Valencia como campo de tiro para probar verdaderas bombas caseras. Hasta las ratas deben de estar aterrorizadas con esos inventos que hacen saltar por los aires los jardines de la ciudad, como el megapetardo del otro día junto al cauce del río.
Y aunque el asunto no es para broma, tampoco ha nacido por generación espontánea. Lo ha hecho porque hay una permisividad que empieza a ser peligrosa. Nuestros munícipes se conforman con aprobar, año tras año, bandos y normas sobre el uso de petardos que saben, de antemano, ineficaces. Digo que lo saben porque no los tengo por tontos. Aunque quizás su empeño en vendernos la novedad anual como un avance indique que ellos sí nos ven así a los ciudadanos. Por ejemplo, el calendario o el horario en el que no está permitido tirar petardos. Los cumplen las comisiones, pero no los particulares. Las tres, cuatro o cinco de la mañana y siguen sonando los masclets. Y no digamos el horario 'pet friendly' que produce rubor de tan ingenuo. O el no tirar en aglomeraciones o en situaciones que puedan poner en peligro o alterar a los demás; no tirar piezas no permitidas o no hacer explotar petardos en mobiliario urbano. Cada año el ayuntamiento publica bandos restrictivos muy loables pero usados para no pisar el fregado. Si no se dota de recursos para perseguir su incumplimiento, no dejan de ser un desiderátum estupendo que queda bien para enmarcar. Pero lo peor es que ese 'laissez faire' está favoreciendo un entorno de tolerancia en el que casi todo vale. Y en el que nos enfrentamos a un turismo de megapetardos que empieza a darnos miedo.
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