Volver al trabajo un lunes siempre hace más difícil el retorno. Cuando el día 1 cae en miércoles o jueves da la sensación de que ... el tiempo te regala una aclimatación más llevadera. Un par de días, cogemos aire y volvemos a intentarlo. Sin embargo, un lunes es demoledor: contemplas la semana como esas carreteras del desierto norteamericano, puras rectas interminables sin sombras ni ciudades alrededor. Una eternidad por sufrir. Tampoco es recomendable que caiga en viernes porque vas a trabajar con la pregunta inevitable: «total ¿por un día? Más valía empezar ya directamente el lunes». No es verdad. Y lo sabes. El viernes es inoportuno, pero el lunes es antipático. Si empiezas un viernes no da tiempo a tomar conciencia de que la vuelta va en serio. Y ya lo creo que va en serio. No hay remedio. Pero si empiezas lunes, no te ves con fuerzas para llegar al final. En resumen, cualquier opción es mala si lo que quieres es seguir en la playa, el chiringuito o el sofá sin mala conciencia. Para eso, habrá que esperar otros once meses. Con suerte.
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Si a esa sensación le unimos el reencuentro con la actualidad política a la que nos hemos podido sustraer durante unos días con la excusa de estar de vacaciones, lo menos que podemos sentir es un síndrome posvacacional. Va más allá de eso. Habría que buscar un nuevo nombre para el choque con una conflictividad que no cesa, que no aporta y que descorazona. En especial, cuando vivimos la incomodidad de someternos a una rutina, un horario y unas exigencias laborales para ganar el sueldo que paga a esos políticos que se dedican a amargarnos la vida. Habría que calcular cuánto trabajamos para pagar sus dispendios. Igual que nos dicen cuántos días al año estamos trabajando para pagar impuestos (228, según la Fundación Civismo) o cuántos días trabaja una mujer para ganar lo mismo que un hombre (dos meses y medio, según el CISF), deberían decirnos cuánto nos cuesta, en términos de horas de trabajo, pagar a todos esos que dedican su tiempo a hacernos mala sangre con sus guerras particulares.
Durante el 'curso' que ha terminado, lo hemos visto, primero con la dana y luego, con los incendios, ahora, en agosto. Mientras los ciudadanos lloran, aprietan los dientes e intentan recomponer su vida y sobreponerse al desastre, nuestros dirigentes utilizan el barro o las cenizas para manchar al otro. En lugar de coger la pala, callar y ayudar, pasan el tiempo tuiteando desde el sofá o haciendo declaraciones ostentosas para dañar al oponente. Volver para esto da más pereza que trabajar de nuevo.
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