Contra el uso de la IA en la docencia universitaria (y 2)
La Universidad debe aspirar a que los estudiantes asimilen con solidez las bases de su disciplina y afiancen hábitos de trabajo y pensamiento riguroso
JUAN MARTÍNEZ OTERO*
Miércoles, 10 de septiembre 2025, 00:07
En el artículo anterior expuse cinco argumentos por los que considero que el uso de la 'inteligencia' artificial (IA) debería excluirse de la docencia universitaria. ... En el presente artículo salgo al paso de algunos lugares comunes con los que suele justificar la utilización de estas herramientas en el ámbito académico, explicando por qué me parecen equivocados.
Antes de ello permítaseme compendiar los cinco motivos por los que me inclino a restringir el uso de la IA en las aulas universitarias. En mi opinión, estas herramientas (1) incentivan la pereza intelectual; (2) dificultan la adquisición de dos habilidades intelectuales esenciales: la lectura comprensiva y la redacción articulada; (3) obstaculizan la comprensión de los rudimentos de la propia disciplina; (4) introducen en la universidad una lógica de rapidez y productividad que distorsiona el ritmo natural de aprendizaje; y (5) son idóneas para sembrar la desconfianza en las relaciones profesor-alumno.
Tras este breve resumen, procedo a rebatir los principales lugares comunes con los que se defiende la presencia de herramientas de IA en las aulas de la Universidad.
Señalar que los profesores podemos enseñar a hacer un buen uso de la IA es un brindis al solSostener los lugares comunes es cómodo y evita a los profesores la dura tarea de resistir la presión tecnológica
El más socorrido de todos suele formularse así: «Hay que dejar que los estudiantes utilicen esas herramientas, pero hay que enseñarles a utilizarlas bien». A lo que yo respondo: ¿cuál es la cualificación de la mayoría de profesores de universidad para enseñar a usar bien la IA? ¿Qué nos hace un referente en el buen uso de esta tecnología? Porque, hasta donde yo sé, la inmensa mayoría de nosotros carece de formación específica en la materia, y estamos tan desorientados, desbordados y fascinados como nuestros propios estudiantes. El físico sabrá Física; el jurista, Derecho; el economista, Economía... pero sobre cómo usar bien la IA no tenemos por qué saber nada. Por consiguiente, señalar que los profesores universitarios podemos y debemos enseñar a hacer un buen uso de la IA a nuestros estudiantes es un brindis al sol.
Un segundo lugar común apunta que las herramientas de IA resultan muy útiles en el mercado laboral, por lo que resulta imprescindible que en los años universitarios los estudiantes se familiaricen con su uso. Albergo mis dudas. Al ritmo en que las tecnologías avanzan, probablemente cuando los estudiantes se incorporen al mercado laboral las herramientas actuales habrán cambiado sustancialmente. Por ello, más que enseñar el manejo de unas herramientas llamadas a la obsolescencia, la Universidad debe aspirar a que los estudiantes asimilen con solidez las bases de su disciplina y afiancen hábitos de trabajo y pensamiento riguroso, para lo cual el recurso a atajos intelectuales -eso son, en gran medida, las herramientas de la IA- resulta contraproducente.
En tercer lugar, los defensores del uso de IA en las aulas universitarias sostienen que los profesores debemos enseñar a hacer un uso crítico de estas herramientas. Pero, ¿cómo va a hacer un uso crítico de la herramienta alguien que no ha aprendido con esfuerzo los rudimentos de una materia, leyendo, memorizando, redactando y aburriéndose delante de un libro? ¿Cómo va a ser crítico con la sofisticada respuesta que le ofrece chat-gpt un estudiante de primero o segundo de carrera, que todavía está asimilando los conceptos básicos de su disciplina? ¿Que no lee artículos largos porque prefiere los resúmenes chat-gpt? ¿Que no redacta artículos ni ensayos porque ya lo hace la herramienta? Para cuestionar, primero hay que saber. Si lo que pretendemos es formar personas con espíritu crítico, capaces de cuestionar los resultados que le ofrecen las diferentes aplicaciones de IA, es imprescindible formar a nuestros estudiantes en hábitos intelectuales rigurosos, que se adquieren enfrentándose personalmente a lecturas, problemas y redacciones, sin las 'muletas' de esas herramientas que suplantan su capacidad creativa y de pensar.
Un cuarto lugar común, a mi juicio equivocado, es el fatalista: «La herramienta está aquí y, por tanto, no se puede hacer nada, es preciso utilizarla. Ha llegado para quedarse». El determinismo tecnológico es falaz, y normalmente sirve a los intereses económicos de algunos poEderosos. ¿Por qué no vamos a resistir a estos instrumentos si son perniciosos para el proceso de aprendizaje? A aquellos de mis colegas que, recurriendo a este argumento, defienden el uso de IA en la universidad, yo les preguntaría: ¿y por qué no empezar a usarlas en primaria? ¿O en la ESO? Posiblemente me dirían que es pronto, que los niños necesitan aprender unas cuestiones básicas de cultura general. Pues bien, la adquisición de esa cultura general 'profesional' es la que yo defiendo durante los años de grado universitario, para lo cual es muy conveniente -diría que imprescindible- renunciar a la IA.
Finalmente, y como subespecie del argumento fatalista, encontramos el derrotista: «Como los estudiantes van a usar la herramienta de todos modos, y no podemos hacer nada para evitarlo, pues habrá que conformarse y permitirlo». Triste resignación con la que no comulgo. Si una herramienta es perniciosa para la formación intelectual y la creación de hábitos en los estudiantes es necesario combatirla, no aceptarla con un encogimiento de hombros cómodo y cobarde. Para ello, los profesores necesitamos buscar soluciones creativas y, por qué no decirlo, también valientes: volver al papel y al bolígrafo, a los coloquios con los estudiantes, a los exámenes orales. Muchos colegios han dado un paso atrás (o adelante, según como se mire) y están limitando el uso de tecnología en las aulas. ¿Por qué no hacerlo también en la Universidad?
Los cinco lugares comunes que he presentado parecen razonables, pero no resisten a una crítica rigurosa. En cualquier caso, son repetidos en infinidad de publicaciones, seminarios y charlas de café sobre metodologías docentes. Quizá porque sostenerlos es cómodo y evita a los profesores la dura tarea de resistir la presión tecnológica y desarrollar estrategias docentes alternativas, que exigen un mayor esfuerzo tanto a los profesores como a los alumnos.
Antes de concluir, no querría dejar de señalar en qué momento abriría la puerta al uso de la IA en contextos docentes. Personalmente, me decanto por el momento en que la formación se orienta de manera preferente al mercado laboral. Ese momento, en que la cultura general básica y profesional está bien incorporada y se ha aprendido a leer y a escribir, puede situarse al comenzar un grado de formación profesional o un postgrado universitario. Antes, el uso de estos poderosos instrumentos es contraproducente y nocivo.
Excluyamos las herramientas de IA de las aulas de la Universidad durante los estudios de grado. No sacrifiquemos los pocos años en que los jóvenes adquieren la cultura general básica de su profesión y afianzan sus hábitos intelectuales en el altar de la efectividad, la rapidez y la comodidad. Estaríamos haciendo a nuestros estudiantes un muy flaco favor.
*PROFESOR DE DERECHO ADMINISTRATIVO DE LA UNIVERSIDAD DE VALENCIA
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