Que viene y va
Uso este increíblemente brillante chiste de Les Luthiers primero porque siempre me ha parecido el chiste perfecto
«Hay dos palabras que les abrirán todas las puertas en esta vida: Tiren y Empujen». Uso este increíblemente brillante chiste de Les Luthiers primero ... porque siempre me ha parecido el chiste perfecto. Porque juega con tus expectativas dándote exactamente lo que no esperabas, que es lo tópico, lo, paradójicamente, esperado. Pero lo uso sobre todo para hablarles de dos tipos de personas a las que envidio por su don, más bien por su superpoder que admiro cuando veo cómo lo usan, cada uno el que le ha sido concedido, unos con consciencia, otros sin saber que lo hacen, con admiración.
Voy con los primeros: ¿Conocen ustedes a esas personas que saben llegar? Yo tengo un amigo así. Le ves venir a la terraza donde habéis quedado y su actitud entre indolente y tranquila parece prometer que a partir de que él llegue la reunión será reseteada que él trae todo el material nuevo que hace falta para que aquello se convierta en inolvidable. Anda esta gente hacia ti y te parece que en cualquier momento podría desviar el rumbo porque su cabeza le ha dictado algo que es más importante que su cita contigo, incluso más importante que tú. Son personas ventana, cuando llegas parece que el aire se refresca y, haya pasado lo que haya pasado, toca olvidarlo y ponerse al servicio de lo que sea que vaya a proponer en cuanto abra la boca.
Personalmente mi llegar es grato pero, quizá, un poco dubitativo. Llego como alguien que se alegra demasiado de llegar y estar con gente. Lo que provoca, estoy seguro, que la gente, más que celebrar mi llegada, simplemente la tolere o la dé por hecho.
El otro superpoderes que admiro es el de saber irse. Y me parece que es justo por lo contrario. Saber irse conlleva un manejo del tempo de una exactitud casi cuántica. Conlleva llevar un metrónomo en la batería social que marque exactamente cual es el segundo en que debes irte para dejar el perfecto sabor de boca, las ganas justas de volver a verte. Se mueve esta gente sin vahídos en esa marea que marca el ser tosco o ser pesado. Tienen, ademas, el tino de no alargarse en la despedida, algo de lo que yo carezco. Porque, si yo llego como haciéndome perdonar, me siempre voy anunciando con demasiada antelación que me estoy yendo, y lo estiro tanto que no falla que alguno, sin mala intención, más bien con perplejidad, me mire pensando: ¡Pero este no se iba?
Igual les parece que admiro cosas banales y están pensando que debo tener complejos complejos para fijarme en esto. No les negaré que no. Pero apliquen este poder a determinados personajes: Piensen en lo importante que es para un político saber llegar y, ya no les digo, saber irse. Piensen en la entrada en el escenario de un concierto de un gran cantante, piensen el el mutis de un actor brillante.
Estamos en días, el verano, en los la gente llega y se va constantemente. Y se nota quién y quién no tiene esos dones. Hay gente que no sabe irse sin pregonar cuándo y dónde y con quién. Hay gente que no sabe llegar ni mortificar en cada su entorno con cada detalle.
Por supuesto hay un don mayor, saber estar, y ese ya me parece casi mágico. Pero les confieso que me esfuerzo por aprender las tres cosas. Por eso no me lío más. Felices vacaciones. Me voy como llegué.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.