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Plaza redonda

Feijóo, más allá de la euforia

El líder del PP se crece ante el hundimiento de Sánchez; pero hay claves que debe despejar, como el futuro de Mazón

Jesús Trelis

Valencia

Sábado, 5 de julio 2025, 23:47

Si en las últimas elecciones generales, Pedro Sánchez logró dar la vuelta a las encuestas en sólo una semana, ¿qué no podría hacer en dos ... años? Su nivel de resistencia, como ha venido demostrando, es tal que nadie puede dar por hecho que caerá. Cierto es que ahora nada es igual. El perdón de los suyos costará en llegar. Si llega. Lo ocurrido en el seno de su partido tiene tanto de hipocresía, de estafa moral, de sonrojo y, sobre todo, de decepción para las bases que le auparon que cuesta creer que no pase factura. La diferencia, de hecho, respecto a otros lodazales en los que ha tenido que chapotear antes, es que ahora le ha atravesado la coraza. Tanto es así que su rostro (dicen que espejo del alma) tiene destellos de angustia incontrolables y de mucha tensión. Y no fingida, como tantas otras ocasiones en las que le ha podido la teatralización verbal y gesticular. Quizá porque, lo vivido y desvelado estos últimos meses (con la puntilla ayer del caso de Paco Salazar), le genera desasosiego. Y quizá porque, por primera vez, el presidente del Gobierno está viendo de cerca el abismo. Ese que, muchas veces, ha intuido, pero que ahora se le muestra con toda su crudeza. Un vacío abismal que va más allá del mero hecho de perder el poder, y que es: el por qué lo pierde. Y que tiene mucho que ver con quiénes le están llevando -como le llevaron antes hasta la Moncloa- hacia ese tremendo acantilado político. Un averno al que llega empujado por las presuntas fechorías de quienes fueron sus hombres de confianza y que, por mucho que quiera ahora desmarcarse de ellos, no puede hacerlo. Entre otras cosas porque, tanto tiempo conviviendo con personas que se han burlado de los principios esenciales del socialismo y la decencia mínima a la hora de actuar, hace que, quien con ellos va, termine con las manos sucias por las mismas heces. Porque el mero hecho de no darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor, siendo el capitán del barco, le salpica. Y peor aún si, dándose cuenta, miró hacia otro lado. El capitán, como él mismo se autodenomina, es el responsable final de lo que ocurre en su escuadrón. Por eso, llegados a este momento tan esperpéntico, ni Rebeca Torró, ni fastuosos códigos éticos, ni argumentarios sesudos, ni azuzar el miedo... pueden servir de salvavidas para un Sánchez atrapado en una porqueriza demasiado densa como para flotar sobre ella.

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